Flavia Broffoni: “No hay lugar donde ir a salvarse en soledad, el único búnker es la organización”
El futuro llegó hace rato. No es solo una frase muy conocida de una canción de Los Redondos. Es la realidad que estamos transitando quienes habitamos este planeta. Las imágenes de los incendios en Córdoba hace unos días o las del huracán Milton en Estados Unidos más recientemente dan cuenta de que el cambio climático se acelera y cada vez más sus consecuencias se harán visibles en nuestra vida cotidiana.
Podemos fingir demencia, pero es un hecho. Y partiendo de esa realidad es que la activista Flavia Broffoni escribió Colapso. ¿Cómo transitar el umbral de los mundos por venir? (Sudamericana), un libro en el que analiza minuciosamente cómo irá desapareciendo el mundo tal como lo conocemos, pero donde también propone maneras de hacernos cargo y organizarnos para transitar lo mejor posible ese futuro que ya no es distópico sino que está a la vuelta de la esquina. El plan B.
Contrariamente a lo que podría parecer, el libro sobre el colapso es luminoso e inspirador. No dan ganas de balearse en un rincón después de leerlo, sino de activarse y actuar.
Broffoni, autora también de Extinción, publicado en 2020, inició en 2019 el movimiento de acción directa no violenta Rebelión o Extinción Argentina. Desde 2016, facilita espacios comunitarios de pensamiento y acción en relación con la crisis civilizatoria.
—Es un libro sobre que va a desaparecer el mundo tal como lo conocemos y de todas maneras lográs que sea un libro inspirador. ¿Esa era tu meta? ¿Cómo lo pensaste?
—Un poco el libro surge a partir de intercambios con muchas personas desde que salió el anterior en 2020, que además fue en contexto pandemia, hasta ahora. No es que estaba la intención de escribir otro libro, pero en todos los talleres, espacios de reflexión, asambleas dentro de los activismos, cines-debate, se dio medio naturalmente por sobre todo identificar mucha necesidad de espacios para hablar sobre esto, que yo creo que es lo que produce más angustia y, si se quiere, ansiedad entre las personas que toman conocimiento o que empiezan a indagar en información sobre la metacrisis, como le dicen ahora. En todas las clases que doy en el taller, la primera pregunta que siempre aparece es: ¿qué podemos hacer? Y yo me resisto cada vez más a dar una respuesta elaborada y desconfío de quienes la traen.
Y en esto de abandonar la esperanza, y lo veo también en quienes toman el compromiso casi ontológico de meterse en esta y profundizar y atravesar la angustia, aparece algo del orden de una vitalidad muy profunda. Que ya no se ancla en que alguien nos diga que esto se va a solucionar o que podemos confiar en una figura superior, ya sea institucional o corporativa, o incluso depositar la esperanza en los activismos para quienes no son parte de movimientos activistas. Esa búsqueda no fue propia, sino que es lo que veo que sucede en la gente. Está instalado, casi como mito fundacional, que tenemos que comunicar de una manera esperanzadora el contexto de crisis. Y siento que eso es un mito y que no es real. Muchas personas, al menos las cientos o miles con las que en estos cuatro años interactué con este tema, se van metiendo cada vez más en la profundidad del no optimismo, porque quien le hace caso a los datos y a lo empírico de la situación en la que estamos, inevitablemente, si es genuino y coherente con la información, abandona la certeza de que esto va a tener un final feliz en el corto plazo y sin sufrimiento y sin caos y sin desorganización. Entonces, más que una búsqueda propia, esta cosa de abandonar la esperanza, pero aún así sostener el pulso vital del hacer no fue una búsqueda mía, sino que es lo que veo que pasa en muchas personas que transitan completo esto de caer en conciencia de colapso. No en todas, porque también depende mucho -por eso el segundo capítulo, que es el de sesgos cognitivos- cuántos sesgos tenés atravesados. Siempre doy el ejemplo de mi papá, que es egoísta individualista, no en el mal sentido. Él es consciente de la situación, pero tiene como anhelo el proteger a su familia. Y desde ese lugar es un negador, no de la situación, pero sí de la necesidad de encontrar formas más amplias que la quintita propia de transitar este tiempo, de aprender a colapsar mejor.
—En una parte del libro decís que todo va dirigido a la clase media urbana, sobre todo. ¿Por qué?
—Es el último capítulo, el de dar las luchas imprescindibles, porque también una pregunta que aparece mucho y es casi una interpelación a quienes hablamos de estos temas con cierto academicismo, que a mí me cuesta mucho disputar, y desde activismos más urbanos, es “bueno, pero ustedes siempre dejan afuera a las grandes mayorías”. Incluso desde algunos movimientos ambientalistas que se posicionan en un lugar más patriótico, populista. Y yo ahí digo: no es dejar de lado, todo lo contrario, pero, ¿además le vamos a pedir a las clases populares levantarse frente a una situación injusta por algo que debería estar movilizando a los privilegiados, a quienes podemos hacer de nuestros privilegios algo material? De ahí que está dirigido a las clases medias urbanas. Porque la cuestión crisis climática no es que le queda lejos a la mayor parte de la gente. Todo lo contrario. Las clases populares y las personas en comunidades más vulnerables son las más expuestas, y eso ya lo sabemos. Pero, además, ¿les vamos a pedir a ellas que se movilicen frente a este tema cuando están tomando agua contaminada, están expuestos a millones de impactos ambientales ya vigentes y a la necesidad de supervivencia cotidiana? Y, además, mirando a lo largo de la historia incluso reciente, la disputa del voto de la clase media es algo que le interesa mucho a los gobiernos por la capacidad de influencia también mediática que tiene. Entonces de ahí que creo que son los sectores medios y medios altos quienes en este tema tienen que mover el culo, en definitiva. Casi una cuestión de privilegio, que hay que poner en tensión.
—Invitaste a algunos autores a participar en el libro. ¿Por qué los elegiste?
—Medio que se dio naturalmente. Lucas Chiappe cuenta la crónica de lo que fue a fines de los 70, a principios de los 80, la lucha y la gesta de resistencia frente a la construcción de un dique en la zona de Epuyén y Lago Puelo. Lo conocí hace ya unos cuantos años y a todos esos hippies de los 70 que se organizaron en un contexto increíblemente adverso, en dictadura. Eran súper pocos en la extrema ruralidad. Clases medias privilegiadas. Siempre que hablamos de estos temas decimos que necesitamos contarnos nuevas historias para pensar nuevos mundos posibles. Bueno, esta no es una nueva historia. Es una historia real, casi del realismo mágico, porque fue victoriosa y en lugar de terminar con un mensaje en el libro en donde haya esperanza depositada en los gobiernos o en los estados o en la ONU, me interesó esta historia en particular, en donde la única esperanza posible fue la fuerza del intento de la gente que habitaba el lugar. Y porque además yo estoy viviendo mitad de tiempo ahí, en Epuyén. Estoy ya en ese lugar transitando el colapso y ocasionalmente en Buenos Aires.
En el caso de Moira Millán tenemos vínculo también hace bastante tiempo y me interesaba traer de alguna manera una voz no del feminismo blanco urbano, sino del feminismo más territorial. Y ella escribió sobre el buen vivir. Y en el caso de Ana Cejas, que en realidad tiene dos cuentos y una ilustración, es amiga y fuente de consulta y fue casi un capricho personal. Y en el de Jonatan Schutz, que es el del capítulo de fortalecer el espíritu, que me parece el más desafiante para muchos lectores, a él lo conocí a través de una amiga hace algunos años. Vive en México desde hace un tiempo y se dedica a la medicina tradicional. Con él y un grupo hice algunas experiencias con plantas sagradas. Pero sobre todo me interesó que a pesar de dedicarse a eso, disputa la mercantilización que se está haciendo en el mundo del fortalecimiento espiritual de las plantas sagradas, sobre todo, y de procesos ceremoniales que se están banalizando en virtud de transitar este tiempo de colapso, sintiéndonos simplemente bien. Esta cosa de vibrar para adentro, alto y así el mundo va a cambiar y no poner en juego el valor que vienen teniendo estas medicinas sagradas en quienes tienen el conocimiento de cómo usarlasestá completamente mercantilizado en la urbanidad. El ante año pasado estuve a punto por un laburo de viajar a Ecuador a convivir con una comunidad cofán, en donde todos los sábados ellos se juntan, sobre todo con los jóvenes que no están en la comunidad porque se fueron a estudiar o qué sé yo, a hacer ceremonia de yagé, que es ayahuasca para ellos. Pero el objetivo de este espacio ceremonial es preguntarle a los espíritus desde su cosmovisión cuál es el propósito de ellos y qué es lo mejor que pueden hacer para defender el territorio. Y ese propósito de vinculación con las ceremonias, con plantas y con enteógenos psicodélicos, lo que fuera, está muy escindido de la mayoría de los espacios que ahora promueven estos viajes, simplemente para conectar con la Pachamama.
A mí me chocó mucho el ver cómo se convirtió en algo casi masturbatorio el espacio ceremonial en donde me siento bien por un rato, conecto con el todo, pero al día siguiente me olvido que soy parte de ese todo y que tengo que poner en juego también mi agenciamiento para defenderlo. Entonces me sorprende mucho como está ausente en muchos espacios espirituales o lo que fuera la cosa colectiva. El soy parte de la trama, la tierra lo va a solucionar, pero yo estoy adentro de esta y algo de mi rol en este mundo se tiene que poner en juego. Y eso está muy ausente. Entonces Jon tiene muy investigado desde adentro este mundo y es una patada voladora para mucha gente que seguramente se va a enojar con ese capítulo, pero que corresponde también hacernos cargo de qué uso le estamos dando incluso a ceremonias ancestrales de las que abusamos sin profundizar y la depredación que eso trae en las plantas mismas. O sea, por por la masificación de las ceremonias de ayahuasca se está haciendo un desastre con las lianas en la Amazonía peruana y en la Amazonía brasileña, simplemente porque hay personas de Palermo que todos los sábados quieren hacer un viaje de ayahuasca.
—¿Qué repercusión tuviste hasta ahora de este libro?
—Devoluciones muy pocas. Es un libro medio largo en un punto. Siento que excepto para las cercanías está difícil entrarle a la lectura del libro completo. Con la gente que está más cerca, con palabras que una nunca sabe si son por amistad o por cariño, la devolución es buena. Pero no he tenido críticas constructivas. Yo sé que algunas ausencias de devolución tienen que ver con cierto enojo por lo que puede implicar algo del acercamiento a la narrativa de la desesperanza. Hay algo que nos toca a todas las personas que trabajamos en este tema, que es complejo. Porque nos dedicamos a esto y que venga de repente a ponerse en palabras que mucho de eso no está sirviendo, las conferencias internacionales, etc., cuando es lo que muchos hacemos o hicimos durante mucho tiempo, es complejo. Y también noto que para personas más autoconvocadas, no de espacios conformados como tales, es como una suerte de alivio también. Como que en cierto punto esto de que se va todo y queda poco lo intuimos, lo sabemos cada vez que leemos una noticia, pero viene el contrarrelato de: la ONU está haciendo cosas, todavía hay esperanza, etc. Y ahí como que deambulamos en una tensión que yo creo que es la que genera ansiedad, en donde es contraintuitiva la información empírica que se pone sobre la mesa, sobre el estado de la crisis, y al mismo tiempo mensajes pseudo capitalistas en donde podemos salir de esta con autos eléctricos. Hay algo en la psique que está en tensión todo el tiempo y que encuentra por ahí en el libro o en alguna de las cosas que allí se dicen, no mías, sino también de los otros participantes, un “ah, ok, no soy yo sola la que estoy pensando que con autos eléctricos no lo vamos a solucionar”. Hay devoluciones de alivio. La gente me manda mails y me dice: me hizo sentir bien desde el lado que no estoy sola en este sentir. Y en el que la información es información y nos está diciendo que estamos al horno. Entonces, ¿qué seguimos planificando a 20 años desde las políticas públicas o desde la ONU si en esta década hay muchos puntos de inflexión que se están atravesando y es información que consumimos todos los días?
—¿Cómo es tu plan B?
—Mi plan B es bien complejo. Lo cuento no por algo autorreferencial, sino porque es algo que nos está pasando a todos, que es como la pulsión o la voluntad, incluso desde el conocimiento, de saber que tenemos que salir de las ciudades porque no van a ser y no están siendo ámbitos apropiados ni resilientes para enfrentar lo que venga. La escasez, la falta de recursos, la falta de alimentos disponibles en cercanía, de energía, la alta dependencia que tienen las grandes ciudades de insumos energéticos y de recursos. Y esto por ahí desde lo geográfico, después de varios años de exploración, terminé resolviéndolo en hace unos años haber empezado a habitar la comarca andina, que no se dio como elección tanto por lo bueno que es el territorio. Porque mucha gente me pregunta: che, ¿y hay que irse donde haya agua o no sé qué? Y también lo que trae la crisis climática como cualidad es no dejar ni un centímetro de la tierra aislado de sus consecuencias. Eso me parece re interesante porque ya no hay lugar donde irse a salvarse y menos en soledad. Entonces, para mí lo más importante es que el único búnker es la organización. Para mí, el plan B es eso. Es organizarnos con quienes tengamos más cerca. ¿Para qué? Para defender el último bastión de resistencia que son los lugares. Por eso también me bajé bastante de la cuestión de difusión o comunicación, porque donde creo que hay que poner más energía es en la organización territorial para defender lugares.
Y no va a haber ningún vergel prístino en donde vayamos a tener agua disponible y seamos autosustentables en alimentos. No hay forma. La única forma de poder aprender a colapsar mejor es cultivando aquello para lo que menos preparadas estamos, que es para la construcción vincular. Y más cuando una se va como a querer también construir con su mirada urbanocéntrica y la sapiencia que le dio la universidad y los datos y todo y te encontrás con realidades de habitar el territorio muy diversas, con muchas contradicciones y en donde la mayor parte de la energía se va menos en la huerta y más en la asamblea o en el consejo del lugar. Entonces, para mí el plan B hoy es la construcción colectiva de espacios que no solamente vayan a ser resilientes a las condiciones atmosféricas, sino que nos acompañen en esta de entender qué es lo que nos va pidiendo el territorio a medida que los impactos de la crisis climática empiezan a ser más fuertes y a medida que los gobiernos y las corporaciones avanzan en los lugares en dónde queda algo. Estamos en el pico de materiales, pico del petróleo. Que van a venir por todo ya no es una sorpresa. A mí no me sorprende lo que está pasando políticamente, en absoluto. Y ahí es donde lleva mucha reflexión y mucho pensar dónde poner la disponibilidad energética y los cuidados. Porque es tiempo de cuidarse mucho también.
CRM
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