Las otras muertes de Cromañón: “Mi viejo nunca volvió a ser el mismo”
El humo de las bengalas no lo deja respirar, pero a Nahuel Cisneros, de siete años, no le importa. Es la noche del 29 de diciembre del 2004, es el segundo recital de Callejeros en el boliche Cromañón del barrio de Once, a Nahuel no le importan muchas cosas. Terminó el año escolar y está viendo a una de sus bandas favoritas junto a su papá, Martín Cisneros de 30 años. Minutos antes tocó Ojos Locos, otra banda de rock que les encanta a ambos. No hay mucha televisión en la casa de la familia Cisneros, pero sí sobra la música. Los Piojos, La Renga, Callejeros. Martín, de 30 años, y su madre, Claudia Perla, de 24, lo llevan a recitales cada vez que pueden. Con siete años, Nahuel ya sabe de memoria muchos temas de la banda de Villa Celina liderada por Patricio Santos Fontanet. De hecho, los vio en vivo por primera vez el año anterior, en la ciudad de La Plata. Fontanet se había quebrado y a Nahuel le parecía muy gracioso verlo cantar en el escenario con un yeso puesto. Por eso, esta noche del 29 de diciembre en Cromañón, un poco de humo no va a arruinarle el momento.
Mañana Callejeros toca de nuevo. La última fecha del 2004 y Nahuel también quiere estar. Cerrar el año con su papá, mientras ven a su banda favorita. Pero el humo de las bengalas es cada vez más insoportable y Nahuel no para de toser. Martín lo saca afuera del boliche, sobre la calle Mitre, para que se recupere. Allí toma una decisión. Su hijo, por más que insista, no lo acompañará mañana a la última fecha de la banda en Cromañón. Esa decisión, cuando esté atrapado en la oscuridad de la masacre aquel 30 de diciembre del 2004, le dibujará una pequeña sonrisa.
Salir de Cromañon
“Mi viejo nunca fue el mismo cuando salió de Cromañón”, dice, 20 años después del recital que dejó 194 muertos, Nahuel Cisneros. Es una tarde de noviembre y Nahuel, de 26 años, está sentado en el comedor de su casa en Ramos Mejía, junto a su madre, Claudia Perla y su hermana menor, Mía, de 15 años. “Entró siendo una persona y salió otra. Se fue apagando de a poco”, agrega Claudia.
El 30 de diciembre del 2004, Martín Cisneros fue a ver a Callejeros finalmente sin su hijo. Apenas unos segundos después de que Patricio Fontanet cantó el primer tema de la noche, una candela disparada desde una bengala entre el público impactó en la media sombra que cubría el techo del boliche. El fuego se extendió desde ese sector, desprendiendo un humo tóxico y letal para una discoteca cerrada y sin ventilación como estaba Cromañón. En medio de la oscuridad y el desconcierto, Martín escuchó que alguien dijo “tengo que salir que afuera me espera mi hijo”. A él también lo esperaba el suyo.
“Nos contó que tuvo que pisar gente para salir, mientras le pedían auxilio desde el piso”, recuerda su pareja Claudia, de 44 años. “Esa imagen lo marcó mucho”, cuenta la madre de sus hijos.
Tras salir de Cromañón esa noche, Martín decidió volverse a su casa solo, a pesar de haber ido al show con un grupo de amigos. Vivía en Paso del Rey, provincia de Buenos Aires, y tomó el tren en la estación de Once. No paraba de escupir un líquido negro y grumoso. Se bajó en la estación Caballito y fue hasta la guardia del Hospital Durand. Allí quedó internado hasta que Claudia, quien esa noche estaba trabajando como cajera en un comercio, lo encontró. “Recorrimos muchos hospitales, como la mayoría de los familiares”, vuelve la pareja. Al verse en el hospital, ambos se abrazaron, mientas Martín no dejaba de repetir una frase, entre lágrimas: “qué bueno que no lo llevé a Nahuel”.
Ese 30 de diciembre del 2004, Martín había logrado salir de Cromañón. O eso era lo que él creía. Lo que todos creían.
“Voy a llevarte en mí”
Claudia y Martín se conocieron en Paso del Rey, cuando ella tenía 16 años y él 22. Un amigo en común los presentó y, desde entonces, prácticamente no se separaron. “Él era muy inteligente, leía mucho y nunca tenía un error de ortografía”, recuerda Claudia sobre esos primeros años de noviazgo. “Nunca siguió una carrera universitaria, pero lo podría haber hecho sin problemas”, apunta. Cuando Claudia tuvo a Nahuel, su primer hijo, en 1998, Martín empezó a trabajar en varios oficios. Fue portero, personal de seguridad e incluso fue empleado en Racing de Avellaneda, en el control de acceso al estadio. Sin embargo, en lo que Martín se destacaba era la venta ambulante. Su pasión por el rock nacional y los recitales lo llevaban a vender remeras de diferentes bandas en los accesos de cada show. Pero no solo se limitaba al rock barrial y duro. Claudia guarda una nota del diario Clarín en la que Martín aparece en la foto del matutino, bajo el título “La batalla de las fans en la Avenida Corrientes”. Allí, Martín aparece vendiendo remeras de Rebelde Way, la banda de la novela juvenil homónima que cautivó a una generación de adolescentes.
“Te vendía lo que quería”, destaca la pareja. “Era muy simpático y entrador. Siempre estaba atento para rebuscársela con algo y que a Nahuel no le faltara nada”, cuenta Claudia. En ese rebusque, Martín vio en los recitales otra nueva forma de ingreso: la gestión de colectivos y combis para que la gente del interior del país pueda llegar hasta Capital Federal o la provincia de Buenos Aires a ver a diferentes bandas. Así, Martín empezó a conocer gente de todas las provincias que llegaban a los shows gracias a él. Incluso ofrecía su casa cuando alguien no conseguía hospedaje. “Siempre lo ponía contento ofrecer nuestra casa para cualquiera. Era muy solidario en eso”, destaca Claudia. Mientras tanto, la pareja disfrutaba de cada recital al que iba. En 2001, cuando Nahuel cumplió los tres años, lo llevaron a a ver a Los Piojos, una de sus bandas favoritas. Fue en 2003 que Martín escuchó a Callejeros por primera vez a través de un CD demo que consiguió y empezó su fanatismo por el grupo. Otros como él también se sumaban a las fechas de la banda de Villa Celina. La comunidad del rock crecía en torno a la fama de Callejeros. También los amigos que Martín hacía.
“Martín me enseñó a decirle te quiero a mis amigos”, dice Ezequiel Milone, de 45 años, desde Junín, provincia de Buenos Aires. Conoció a Cisneros por los micros que gestionaba para ver a Los Piojos. “El rock es familia y Martín respetaba mucho eso porque cuidaba a todo el que iba con él”, recuerda Ezequiel. El 28 y 29 de diciembre del 2004, fechas previas a la masacre, Ezequiel fue a Cromañón con Martín. Pero durante el tercer recital le tocó trabajar en una estación de servicio de Junín y no pudo viajar. “Eso fue una jugada del destino”, explica Ezequiel, quien se tatuó la cara de Martín en su pantorrilla. “Se llevó un pedacito de todos, Martín. No veo diferencia entre ser sobreviviente y haber perdido a tantos amigos desde afuera. Casi siento como si hubiera estado adentro ese 30 de diciembre”, confiesa.
Cristian Armoa, de 38 años, vive en la ciudad de Guaymallén, Mendoza. Conoció a Martín en 2003, tras un recital de Callejeros, en donde lo invitó a quedarse a dormir en su casa casi sin conocerlo. “Yo tenía 17 años y Martín 30. A pesar de la diferencia de edad, me hizo un lugar con su familia cuando no tenía donde quedarme”, recuerda Cristian. Desde ese día, Martín se convirtió en uno de sus mejores amigos, pese a vivir en otra provincia. “La calidez humana de Martín y su familia representa lo que para nosotros es la verdadera comunidad del rock”, señala el mendocino. El cariño que Martín tenía por Cristián era tanto que le decía, en forma de broma, “hijo”.
Sobrevivir a Cromañón
Los años posteriores a la masacre de Cromañón no fueron fáciles para Martín. Iba y venía con diferentes tratamientos psiquiátricos, tenía problemas para respirar y sufría de cierto pánico a la oscuridad y el encierro. “Su salud mental se fue degradando de a poco”, retoma Claudia. Nahuel, su hijo, también lo percibió pese a ser apenas un adolescente. “Mi viejo fue el mejor del mundo, pero en sus últimos años tuvimos algunas peleas”, apunta. En 2007, Claudia fue mamá nuevamente de Mía, su segunda hija. “Eso le hizo bien a Martín, había recuperado un poco la alegría luego de ser padre”, describe Claudia.
Fue en agosto del 2014 que Martín tuvo un ataque de nervios y llegó con Claudia hasta el Hospital Alvear de emergencias psiquiátricas de Capital Federal. Sin embargo, pese a ser sobreviviente de Cromañón, no lo querían atender. Hasta ese momento, la ley 4786 de reparación integral para victimas y familiares sancionada en 2013 todavía no había sido reglamentada respecto a la normativa de salud mental.
Luciano Frangi, periodista, sobreviviente y militante de la organización Coordinadora Cromañón, llegó al Alvear para ayudar a Martín. “Estaba muy desbordado él, pero después se tranquilizó y lo pudimos ayudar para que lo atendieran”, cuenta Luciano, de 46 años.
Seis meses después de ese episodio, el 3 de febrero del 2015, Martín se quitó la vida en su casa del Paso del Rey. “Su último año fue muy, muy duro”, explica Claudia. La noticia movilizó a muchos sobrevivientes que marcharon a la semana de la muerte de Martín hacia la legislatura porteña. Exigían que se reglamenten los programas de salud mental para sobrevivientes y familiares. En ese tiempo, la vicejefa de gobierno, María Eugenia Vidal, los recibió y se comprometió a hacerlo en 60 días. Y así fue.
“Fue una pequeña victoria porque estábamos muy enojados por la muerte de Martín”, explica Luciano, quien acaba de publicar su primer libro, “Cromañón: las cenizas siguen ardiendo” (Ed. JusBaires), en coautoría con el periodista Facundo Reyes. Allí, Luciano realiza una investigación periodística minuciosa sobre todo lo que falló esa noche en el boliche de Once y las consecuencias de la masacre. “No queremos que se repita esta historia. Por eso sacamos este libro que es el fiel reflejo de la causa judicial y el testimonio de los sobrevivientes”, señala Luciano. Según las cifras de diferentes organizaciones, los sobrevivientes que se quitaron la vida varían entre un número de 16 a 19 y no existe un registro oficial que pueda precisar una cifra exacta.
Banderas en tu corazón
Tras la muerte de Martín, Claudia continuó yendo a recitales. Este año fue a ver a Don Osvaldo, la nueva banda de Patricio Fontanet. “Fue muy emotivo, me acordé de él en todo momento. Martín siempre defendió a la banda por lo que había pasado”, rememora Claudia. Para homenajear a Martín, su pareja elige un tema. Pacífico de Los Piojos. Una de sus estrofas dice así: “Voy a llevarte en mí, ahora que sé muy bien que me llevarás hasta donde estés”.
Nahuel, en cambio, ya no escucha Callejeros, aunque fue a ver a Casi Justicia Social y Don Osvaldo varias veces, tras la muerte de su padre. Su relación con la música no cambió y tiene una hija pequeña que ya le hace escuchar rock a todo volumen, como hacía Martín con él. Para homenajearlo, sin embargo, sí elige un tema de Callejeros: Imposible. Una de sus frases dice así: “Al fin va a decir la verdad el que escribe los diarios, al fin van a dejar de rezarle a la televisión”.
En la reciente vuelta de Los Piojos a la ciudad de La Plata, tras 20 años de haberse separado, la banda de amigos de Martín llevó una bandera con su rostro. Claudia también fue. A un costado del trapo, el rostro de Martín sonriendo sobre la frase: “una y mil veces renacer”.
FLD/MG
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