Ni una menos
Postales del #3J: niñeces trans, bronca, globos negros, rituales y la “revolución de las viejas”
“Alerta, alerta, alerta que camina. América Latina va ser toda feminista”: la columna avanza sobre la Avenida de Mayo y une el grito de mujeres, lesbianas, trans, travestis, bisexuales y no binaries que vuelven a la calle después de dos años de pandemia por el Covid-19. En el otro extremo de la avenida, el Congreso iluminado de violeta, como lugar de cierre de la séptima movilización del Ni Una Menos. En las calles se ven bombos, redoblantes, rondas de bailes, brillos en los rostros y ceremonias ancestrales. Pero también se ven globos negros que recuerdan a las 2041 mujeres y trans que fueron asesinadas desde el 2015 hasta hoy. La alegría de compartir la calle se mezcla con el desasosiego de la violencia machista que no cede.
Viviana Rodríguez está parada a metros del Congreso, lleva unos adhesivos brillantes alrededor de los ojos. Está en la calle porque tiene bronca. Trabaja en el Centro Comunitario Renacer de Pie, de la Villa 31 y cuando habla de lo que pasa con las mujeres del barrio, la voz se le entrecorta y entrecierra los ojos. “Me enoja mucho que vengan las compañeras golpeadas y no sabés a dónde ir. Y si vas a algún lugar, escriben y te derivan de un lado a otro. No hay protección para esa gente. Te dan un antipánico y la policía aparece después de que te golpean. ¿De qué te sirve después de que te matan?”. La enoja que las mujeres de su barrio no tengan asistencia legal, que no puedan denunciar a sus maridos porque depende de ellos económicamente y que tengan que dejar de estudiar porque las amenazan con sacarles a sus hijos. “¿Dónde está el Estado? Ausente”, se pregunta y responde al mismo tiempo.
Las viejas también salieron a la calle. Alejandra Lumé, de 58, sostiene un cartel junto a sus compañeras que tienen entre 60 y 70 años. Integran la Revolución de las viejas y llegaron desde La Matanza. Son las hijas de las mujeres de los pañuelos blancos y las madres de las pibas de los pañuelos verdes. Ellas llevan uno plateado para visibilizar sus canas “Estamos acá porque a las viejas también nos matan. No solo las parejas, también los familiares. Esa es la parte más cruel, más terrorífica. También sufrimos otras clases de violencias y discriminaciones como cuando nos sacan las propiedades, nos manejan el sueldo o nos meten en un geriátrico. Tratamos de cambiar el paradigma y no ser las viejas que el mercado quiere, que se quedan en casa, sino activas, con proyectos, deseantes”, dice Alejandra. Es su primera vez en la marcha del Ni Una Menos, puede participar ahora que está jubilada.
“Falta Tehuel”, se lee en la avenida. Las letras verdes grandes ocupan la mitad del lugar y recuerdan al joven trans desaparecido hace más de un año. Un símbolo de la lucha del colectivo travesti y trans. “No me pongas trans. Soy travesti”, advierte Alma Fernández. Tiene 37 años y está sentada en uno de los bancos de Plaza Congreso con sus compañeras travas. “Estamos como la primera vez, con la misma impronta de lo que nos generó el femicidio de Chiara Páez. Tenemos esa misma rabia, la misma furia. Ningún gobierno nos regaló nada, todas nuestras conquistas fueron a través de nuestra fuerza. Estuvimos dos años sin poder salir a la calle por la pandemia, y estamos acá porque justamente las que lo pasamos muy mal en la pandemia fuimos las mujeres y las disidencias de los barrios populares. Estamos como estuvimos hace dos años cuando todo se cerró y las doñitas de las villas tuvieron que salir a sostener y pagar la olla con dos panes, cuatro cebollas y una papá para alimentar a los ajenos”, dice.
Cerca de ella una nena que no supera los 10 años sostiene un cartel: “Quiero que mi hermanita trans llegue a vieja”. Está con su mamá y el grupo de Infancias Libres. “Estamos poniendo el cuerpo hoy en la calle para visibilizar que la infancia también es travesti/trans. Luchamos por ni una niña trans más prostituida. Por más que las familias acompañemos no es suficiente, necesitamos cambios estructurales: en la educación, la salud y la promoción. También en el pensamiento y la decisión política de pensar a la niñez trans”, cuenta Giselle Gómez, mamá de Morena, una nena trans de 8 años.
Lidia Mariana Castillo, de 25 años, también está en la calle con Ian, su hijo de 4 años. Juega con él mientras espera que llegue su grupo de amigas del barrio de Villa Lugano. Está en la calle porque quiere que su hijo sepa que a la mujer se la respeta. “Yo le inculcó desde chiquito la idea de que a la mujer se la respeta, no se la toca. Le voy hablando y siempre lo traigo a las movilizaciones a favor de las mujeres para que vea como es. Hay otras familias que desde chiquitos les inculcan ser como los padres violentos, pero yo no. No hay motivos para maltratar a una mujer”, argumenta. Las violencias atraviesan las clases sociales, las edades, las identidades. Las calles también. Y el reclamo por Ni Una Menos se hace fuerte ahí, en la unión de esos matices.
CDB/VDM
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