La vida online se mezcla con la real y advierten sobre los cuidados del “yo digital” adolescente
Internet y las redes sociales fue la manera de participación social de gran cantidad de adolescentes, nativos digitales, durante la pandemia. Un informe publicado en mayo por Unicef indica que el 67% de chicos y chicas refiere estar más tiempo frente a las pantallas desde que comenzaron las restricciones por el virus de Covid-19, hace casi un año y medio. También incrementó su participación en esas plataformas: un 61% por encima de las tasas de uso normales. Otro dato destacable es que 4 de cada 10 jóvenes afirmó haber recibido comentarios negativos o agresivos en las plataformas en las que comparten contenido personal.
Es que dejamos huellas en el espacio digital así como cuando caminamos por la playa. Cada búsqueda que hacemos en la Web, cada foto o posteo en el que nos etiquetan, todos esos likes que dejamos en redes sociales… Lo que un usuario hace y lo que otro (u otros usuarios) hacen con aquel usuario. ¿Con qué puede encontrarse un usuario de otro en los microsegundos que dura una búsqueda en Google? Con mucha información, incluso con aquella que en un pasado nos representaba pero ya no.
El Faro Digital es una organización que crea y comparte estrategias para un uso reflexivo y crítico de las tecnologías. Hace unas semanas ofreció un taller sobre Identidad Digital. Entre otras cuestiones, los organizadores refirieron que “la vida online y offline ya conforman la vida real” y apuntaron a aprender (o reafianzar) herramientas para la privacidad y reputación. E hicieron especial foco en los adolescentes, chicos y chicas que ya no construyen un “yo” digital escindido de su vida real. Es una subjetividad casi sin frontera entre lo público y lo privado que, además, está en permanente cambio.
Por ejemplo, los y las más jóvenes suelen ir borrando posteos en el feed de sus cuentas en Instagram. Más que borrar, las “archivan” porque no se sienten representados por lo que habían subido antes. Ese “antes” puede ser un tiempo cercano, apenas tres meses. De todas maneras, eso no evita que se hayan hechos capturas que otro usuario puede republicar en esa u otra plataforma.
“Es importante considerar que, una vez que un dato o una imagen es subido a la web, es difícil de borrar ya que en internet no hay olvido. Además, pese a que el usuario puede borrar una publicación, no se elimina la totalidad de esa referencia, dado que otra persona pudo haber descargado, compartido o guardado el posteo o el contenido y, por lo tanto volver a subirlo y compartirlo. Es decir, perdemos el control de nuestro dato personal. Por eso, siempre se recomienda pensar dos veces antes de compartir información personal, ya que quedará publicada en la web y será difícil de borrar si el día de mañana queremos hacerlo”, señalan en este informe.
En Instagram, la red social más usada por los adolescentes, se genera contenido visual de actualización permanente y de fácil acceso. Esto implica un consumo veloz y repetitivo de la plataforma. Un equipo de investigadores de El Faro Digital, quiso saber cómo impacta esta red social en adolescentes.
Entre 2017 y 2018 realizaron entrevistas a 250 chicos y chicas de 11 a 14 años, y a 50 adultos. La muestra es pequeña pero útil para armar “el mapa emocional” de quien es parte de la red, en forma activa o pasiva. La cercanía, la sensación de intromisión y la interacción con sus ídolos, famosos o influencers les genera una necesidad constante de revisar, e incluso imitar sus actitudes, consumos, usos y formas de vivir.
El chequeo no es sólo de cuentas ajenas, sino propias. Para ellos, según el monitoreo, el “like” equivale a “popularidad y aceptación”, y para alcanzar la meta hay una serie de cuestiones que tienen en cuenta al momento de postear: calidad de la foto, pertinencia al momento de la publicación, distancia con el posteo anterior, utilización de hashtags y la posibilidad de etiquetar a amigos.
Entre los comportamientos, detectaron que los chicos pueden eliminar una foto si no tuvo el rebote esperado. ¿Conclusiones? Le otorgan importancia a la mirada ajena, buscan aprobación y validación. ¿Consecuencias? “Fracaso, frustración y soledad. Sienten que sus contenidos no son interesantes y que, por ende, no sirven”, señala el informe
Cuando se brinda información privada o íntima en Internet sin ajustar la configuración de las cuentas, la persona se expone a ser asociada con información que tiene sentido en un ámbito privado pero otro diferente en el público. Es que lo online está descontextualizado y puede afectar la vida real. Ese es uno de los riesgos de la identidad digital.
Los y las adolescentes le otorgan importancia a la mirada ajena, buscan aprobación y validación en las redes sociales. Si sienten que sus contenidos no son interesantes aparece la frustración.
Aquí, tips y un pequeña guía para que los adultos acompañen a los más chicos en su vida online:
- ¡Hola! El “yo digital” es una carta de presentación ante desconocidos. Basta googlear para que usuarios que no forman parte de nuestro entorno encuentren datos o referencias. Por eso es válida la pregunta: “¿Qué quiero que vean cuando me buscan? ¿cómo fomento que eso aparezca?”.
- Pensar antes de publicar. Tener siempre en cuenta que en internet no existe el olvido y, por consiguiente, después de publicar algo se puede perder el control sobre lo que subimos.
- Candadito. Debatir sobre la diferencia entre los espacios públicos y privados. Explicar entonces la relevancia de utilizar los mecanismos técnicos que las redes sociales ofrecen para publicar información, pero restringiendo el público que puede acceder a ellas. Opciones: reconfigurar las cuentas a modo “Privado” o crear una lista de amigos en Instagram.
- Solo los contactos que quiero. Configurar la privacidad en las redes sociales que se utilicen para establecer que solo los contactos que se deseen vean los posteos.
- ¿Y si la cuenta es abierta? Conviene tener mayor cuidado en la información que se publica ya que esa persona puede tener otras intenciones con los datos y la información, e intentar reproducirlos.
- Googlearse de vez en cuando. Controlar qué información personal circula en internet con herramientas como “Google alerts” que avisan que un usuario es nombrado/a y así informar cuando esto sucede. Es un buen ejercicio también poner nombre y apellido en los buscadores cada cierto tiempo para saber qué se dice de uno en la web.
- Contraseñas seguras. Claves fuertes que combinen mayúsculas y minúsculas, diferentes caracteres y que no estén relacionadas con información accesible como nombres y fechas de cumpleaños, es decir, que no sean fáciles de adivinar. Colocar contraseña en los celulares u otros dispositivos para evitar que otra persona pueda acceder a la información, a las fotos, a los videos o a los mensajes que se guardan en ellos. Esa persona puede querer publicar, por diversos motivos, esa información privada en la web y afectar la reputación o identidad del usuario.
- Mi “amigo” de Facebook es un desconocido. Tener en cuenta que los contactos online, por más cariño que se les tenga, son desconocidos. Eso no significa que se tenga que dejar de hablarles, pero sí cuidar la información personal que se les da para evitar que la publiquen o difundan.
- Un nombre de fantasía. Evitar colocar nombre y apellido en las producciones o publicaciones que el usuario no quiera que se asocien con su identidad. Es recomendable utilizar seudónimos en estos casos.
AS
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