Atención flotante es el correo mensual de nuestra columnista Alexandra Kohan que se propone formular preguntas donde solo había respuestas.
“Son lecturas posibles a partir de cosas, nimiedades que están dando vueltas en el aire y que en apariencia no tienen ninguna importancia. Detenerse y subrayar algo que no había advertido antes. Formular preguntas donde sólo hay respuestas. No tengo todo pensado”, advierte la autora.
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Preguntas y reflexiones alrededor de los lazos familiares y sus lecturas. El newsletter del mes de julio de Alexandra Kohan.
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Para Catalina
I. Hace poco me escuché diciendo que conviene que un analista haya hecho caer la institución familiar. Estaba hablando de lo que Lacan dice de la posición del analista: que es comparable a la de Dupin, el detective de La carta robada, en la medida en que si halla la carta que la policía no encontraba, lo hace porque está por fuera de la institución policial. Y agregué lo que de eso dice Ricardo Piglia: que el detective del policial -tanto Dupin, como Sherlock Holmes, como Marlowe, por mencionar sólo algunos-, son detectives por fuera de la Institución policial, pero además, por fuera de cualquier institución social, incluido el matrimonio; es su condición de outsiders la que justamente les posibilita interpretar los crímenes leyendo pistas, huellas e indicios que han sido desestimados por la opinión establecida, por la ideología. “El detective no puede incluirse en ninguna institución social, ni siquiera en la más microscópica, en la célula básica de la familia, porque ahí donde quede incluido no podrá decir lo que tiene que decir, no podrá ver, no tendrá la distancia suficiente para percibir las tensiones sociales”. En definitiva: la Institución adormece a sus integrantes, quienes descansan confortados en el sentido común. Y no se trata de que un analista no tenga familia, o matrimonio. De lo que se trata es de que la institución no se cuele en su función, de que su lugar, ahí en el dispositivo analítico, no esté atravesada ni condicionada por ninguna institución, incluida y sobre todo, la institución psicoanalítica -que es una gran familia, cuando no una famiglia-. Pero también creo que la relación que la persona del analista tenga con la institución -cualquiera de ellas, pero ahora hablo de la familiar- condiciona su lugar. Por eso creo que hay psicoanalistas y psicoanálisis conservadores. Y para mí un análisis, si es conservador, no es un análisis. Y por conservador me refiero a guiar a los analizantes por el camino que ellos, los analistas, suponen el mejor. Un análisis es conservador, no sólo cuando quiere mantener a la familia unida, por considerarlo un valor per se, sino cuando el analista quiere algo en particular, espera algo del analizante como si fuera, por ejemplo, un hijo, un padre, una hermana. Es decir, cuando se hace del ejercicio del análisis, un ejercicio de poder. Y que no espere nada en particular no es que se desentienda, no es que no quiera, sino todo lo contrario: habilita un espacio y deja lugar a lo que ahí pueda irrumpir como inesperado. En las familias, en cambio, no hay lugar para lo inesperado. Cada uno cumple con su función esperable, siempre. Lo quiera o no lo quiera, siempre es puesto en el mismo lugar y siempre pone a los otros en el mismo lugar.
II.
Se trata entonces, para el analista, de no sostener ningún Ideal. Me gusta cuando Lacan dice que “el psicoanalista considerado en conjunto” (como una familia) “los psicoanalistas cuando hay una multitud, una caterva, quieren que se sepa que están ahí por el bien de todos”. Y también dice que “están asimismo muy atentos a no tener esa debilidad de dirigirse demasiado rápido al bien de la singularidad, al bien de ese con el que tratan, porque saben perfectamente que no es queriendo el bien de la gente como se lo alcanza, y que la mayor parte del tiempo es incluso al revés”. El psicoanálisis conservador con el que Lacan discute sostiene ideales. Ideales morales y castos. Ese psicoanálisis tiene como ideal de la cura hacer fuerte al Yo. Y eso se consigue, dice Lacan, logrando “buenos empleados”, tanto del lado del analizante como del lado del analista. Hay analistas empleados de las instituciones psicoanalíticas esparciendo la palabra del amo en los análisis. Hacen del psicoanálisis, como dice Allouch, una pastoral.
III.
Escribo este texto y advierto que hace justo un año escribí el primer Newsletter. Era sobre la amistad. Pero tiene muchas consideraciones sobre la familia, porque no me gustan las amistades que se parecen a una familia. Y ahí cuestionaba la institución familiar pero, pienso ahora, también era un modo de cuestionar la amistad como institución. No me gustan la institucionalización de las relaciones, la familiarización de los lazos, la burocratización de los vínculos. Prefiero ensayar formas nuevas, insabidas, en las que haya espacio para las ganas y también para la falta de ganas. Que no se familiaricen las relaciones para que no haya reclamos familiares: esos que nos dejan siempre en el mismo lugar, en la misma escena familiarmente fantasmática, fantasmáticamente familiar. Se dice de algunas amistades que son como una familia. Siempre me pregunto por qué el modelo del amor en las amistades pretende replicar al de la familia. ¿Cómo es que la familia sigue siendo el modelo?
IV.
Familia normal: oxímoron; familia disfuncional: redundancia. El problema de adjetivar a la familia. Quizás los adjetivos sólo pretendan apaciguar un poco la ferocidad de la familia, quizás adjetivar a la familia sólo sea poner a jugar un eufemismo.
V.
Me gusta la literatura cuando no es ni conservadora ni condescendiente. Seda Metamorfa, la protagonista de la novela de Ana Ojeda (Muchas Nueces), trabaja cargando facturas en una empresa. Pero ese trabajo no se termina al salir de la oficina, sino que ocupa casi toda su vida. Porque Seda trabaja incansablemente para cargar con las facturas familiares que suelen pasarle. “Acostumbrada desde óvulo fecundado a ganar puntos por obedecer”, Seda pretende -y no abandona esa batalla perdida- que todo su cuerpo entre en la norma, que su pie calce en la horma de lo esperable. Seda se ve conminada a responder a lo que la familia, presidida por el pater familiae, pide, exige, obliga. Una contingencia va a poner a Seda en el camino de la metamorfosis, de la transformación; en un instante Seda Metamorfa ya no va a estar más a disposición de los deseos y necesidades del colectivo familiar. La transformación de Seda Metamorfa es, sin dudas, una transformación del lenguaje, en el lenguaje. Ana Ojeda cuestiona, desde siempre, a través de la literatura, la ideología familiarista. En Seda Metamorfa la pandemia del covid recién empieza. No hay vacuna aún. La crítica a la ideología familiarista cobra distintas formas. Dice la narradora: “la invitan con el primer mate para que se serene. Desensilla Blixa, se pregunta si debería continuar con el tapabocas puesto pero concluye que no pues parientas, con lo cual termina colgándolo del respaldo de la silla”. Las personas se mueren porque, como son de la familia, no se cuidan entre ellas. En la novela el humor, como procedimiento crítico, nos hace descostillar de risa. En la realidad, la ideología familiarista hizo estragos también en pandemia.
VI.
Separarse de la familia -que no es pelearse, ni no hablarse más- no es nada sencillo. Muchas veces sólo se puede hacer de un solo lado, es decir: forzando esa separación aunque del otro lado vengan los reclamos. Entiendo que a muchos les es más sencillo hacerlo alejándose geográficamente, porque hay casos en los que la cercanía impide demasiado. Pero quizás sea de este otro modo: la familia nunca habilita esa separación, es más bien la separación la que habilita que a uno la familia ya no le pese, ya no lo agobie. No es que cesen los reclamos, sino que uno deja de escucharlos; uno deja de constituirse en ese mismo lugar de siempre, uno empieza a ser otro. Y, a su vez, deja de convocar a la familia en el mismo lugar de siempre. Salir del clóset acaso sea eso mismo. Se es otro fuera de la familia y ya no importa. No recuerdo cuándo me empezó a pasar. Sé que fue hace muchísimo. Quizás ese primer gesto de mis padres, el de ponerme en el lugar de la “niña problema” y mandarme al analista, haya sido un gesto inaugural que habilitó la separación. O quizás haber actuado de “niña problema” me haya salvado; no se puede saber -a veces los niños, o los adolescentes, hacen cosas para salirse del lugar aplastante en el que los pone la familia. Y a veces lo hacen con síntomas, con angustias, siendo “niños problemas”-. Porque si de algo estoy segura, es de que fue el análisis el que me posibilitó hacer una vida más allá del destino familiar. Fue el análisis el que me hizo desviarme del lugar familiar en el que se me esperaba.
VII.
Cuando se habilitan conversaciones por fuera de la institución familiar, incluso con los miembros de la familia, sucede lo inesperado, lo sorpresivo, lo que nunca hubiera podido pensarse de otro modo, lo que ya nunca podrá volver a pensarse como antes. Un flash que suscita una lectura con consecuencias, un hallazgo, un encuentro. Así fue la conversación que mantuvimos con mi sobrina Catalina hace unos meses. Una pregunta circunstancial habilitó un espacio inédito entre nosotras, por fuera de lo mismodesiempre. La pregunta fue más o menos así: ¿puede un síntoma seguir reproduciéndose a través de la familia? ¿Puede algo no resuelto seguir perpetuándose en síntomas similares? Y entonces emprendimos, llenas de asombro y de risas y de sorpresa, la serie de síntomas similares de los distintos miembros de la familia -incluidas nosotras-. Una porción del cuerpo -la pulsión mordiendo la carne- tomada por lo familiar, se repite, de una u otra forma, a través de casi todos nosotros. No sé qué vamos a hacer con eso que descubrimos. Y ya no importa. Esa conversación fue en sí misma una cuña en el macizo y pesado edificio de la institución familiar. Ni ella ni yo fuimos, ahí, las mismas de siempre. Y eso ya tuvo efectos.
VIII.
Si la institución familiar no fuera tan pesada -aun en las distintas formas que fue cobrando-, si la ideología familiarista no siguiera imperando -aún hoy que todo tiende a ser cuestionado-, no habría tanta escritura a su alrededor. Artes visuales, literatura, ensayos y otras manifestaciones intentando, todavía, agujerear esa roca viva.
Fabián Casas escribió el célebre verso:
Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia.
Y también escribió este poema:
Aviso
La familia es una patología
que te acompaña toda la vida
Pongámosla en la heladera
para que no se pudra.
Y Rachel Cusk escribió:
“Porque familia y tragedia son lo mismo en cierto modo”. Y lo escribió en Despojos, donde narra, también, su dificultad para hacer caer la ideología familiarista.
Y Juan José Saer escribió:
“Esa apariencia de compañía que es una familia”.
Y Gustavo Ferreyra escribió la novela La familia. 570 páginas de narración pura y dura, de crítica despiadada -para la institución familiar no hay otra-, de ironía y de ensayo para derrumbar ese bodoque enorme que es la familia. Ahí dice, entre tantas otras cosas geniales, lo siguiente:
“La animalidad de la vida humana tiene en la familia su representante más acabado. La familia es siempre una formidable atadura al pasado, a lo atávico, a nuestros millones de años simiescos”.
Sobre la novela, Martín Kohan escribió: “Si la familia es, en efecto, tal como suele decirse, el núcleo de la sociedad, lo es en Ferreyra (como lo es en Kafka) tan sólo para evidenciar cuánto hay en la sociedad de atroz y de inhumano, de siniestro y de pesadilla. No la pesadilla de la que no podemos despertar, como escribió Joyce de la historia, sino la pesadilla de un despertar, la pesadilla de una madre que a mitad de la noche nos despierta, y nos despierta para darnos ese beso que en realidad ya no esperábamos y que tampoco, por eso mismo, ya queríamos”.
IX.
En un análisis acaso se trate de desfamiliarizar, no de no tener familia. Se trata de que el ejercicio analítico disipe un poco el cielo feroz, sombrío y opaco de las tormentas familiares. El análisis no es el lugar exclusivo en el que eso puede pasar. Allouch cuenta varios ejemplos de lo que podría ser el hallazgo de esa otra cosa, de lo desfamiliar, de soportar la incomodidad de desear no curar, no aconsejar lo que se cree lo mejor para el otro. Son ejemplos conmovedores. Son intercambios entre hijos y padres pero por fuera de la familiaridad, de lo familiar, por fuera del Padre, del Hijo; por fuera del aleccionamiento y del ejercicio de un poder disfrazado de querer el bien del otro. Sólo basta con no sostener, ni sostenerse, en un ideal familiar; sólo basta con faltar a la cita.
AK
Sobre este blog
Atención flotante es el correo mensual de nuestra columnista Alexandra Kohan que se propone formular preguntas donde solo había respuestas.
“Son lecturas posibles a partir de cosas, nimiedades que están dando vueltas en el aire y que en apariencia no tienen ninguna importancia. Detenerse y subrayar algo que no había advertido antes. Formular preguntas donde sólo hay respuestas. No tengo todo pensado”, advierte la autora.
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