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Sobre este blog

Atención flotante es el correo mensual de nuestra columnista Alexandra Kohan que se propone formular preguntas donde solo había respuestas.

“Son lecturas posibles a partir de cosas, nimiedades que están dando vueltas en el aire y que en apariencia no tienen ninguna importancia. Detenerse y subrayar algo que no había advertido antes. Formular preguntas donde sólo hay respuestas. No tengo todo pensado”, advierte la autora.

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Notas sobre la soledad

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I. Me pasa muchas veces que se me ocurre un asunto sobre el que escribir. Tomo notas, pienso, me alegro y me dispongo con ganas y después advierto que es un asunto sobre el que ya había escrito antes. Y entonces, lejos de desecharlo por repetitivo, lo agarro más; vuelvo sobre él, lo desmigajo, lo exprimo, lo aprieto, lo expando, lo desbrozo, lo saturo, lo acorralo, lo retomo, lo estrujo, lo estiro como un elástico. Pienso más en variaciones sobre un mismo asunto. O en una especie de ejercicio sobre lo mismo que tiene como efecto otra cosa.

El análisis acaso sea un poco eso mismo: variaciones sobre un mismo asunto. Vuelvo al asunto quizás porque nunca me fui de él. Y entonces pienso que uno nunca se va del todo de esos asuntos que insisten, que la insistencia es parte del asunto, que si no fuera por la insistencia, no habría asunto. Me gusta “asunto” y no “tema”. Porque “tema” ya cobró, en su uso, la significación de “problema” o de algo que, cuando se repite, molesta: “¿Otra vez con el mismo tema?”, “Tengo un tema con tal cosa”, “qué temita ese que tenés con tal cosa”, y así. Es cierto que a veces “asunto” también puede connotar problema, pero de forma distinta. Porque “asunto” incluye también cierta complicidad, cierto secreto, cierta cuestión a develar, un affaire. Me gusta mucho la idea de asunto y a veces me molesta tener que escribir el asunto de un mail. Ayer mandé un mail para comunicar una decisión muy difícil que tomé y cuando llegué al “asunto” me quedé paralizada. No puse nada en el asunto, me parecía que había demasiado en juego como para sintetizarlo en una o dos palabras. Me gustaría que en los mails en lugar de asunto dijera “tema” y ya. Sí, es que tema y asunto están cerca. Tan cerca que en francés “sujet” es asunto o tema.

En un análisis acaso se trata de eso: de insistencias sobre un mismo asunto, insistencias del asunto, insistencias del sujeto, un sujeto que insiste.

II. Es en esa insistencia que volvió a mí, como si fuera nueva, la idea de escribir acerca de la soledad. Quizás porque es también la insistencia en volver sobre asuntos que suelen ser constantemente asediados por las prescripciones, por el sentido común, ese que tiene la pésima costumbre de arremeter contra la singularidad, que acostumbra a rechazarla. Quizás porque me importa hacerle lugar a esa singularidad, porque creo que es posible que, en medio de la masa aplanadora que tiene la normalización como objetivo, esos asuntos encuentren su fuga, que logren escurrirse entre los cuerpos de la masa que pretenden aplastarlos. Como cuando uno se va de una fiesta o de algún lugar lleno de gente sin saludar, dado que ese saludo ya no encontraría respuesta: es que cada cual ya está en la suya.

III. “No tengo deseo, sino necesidad de soledad”, dice Barthes en su libro sobre el duelo. Y pienso entonces en esos momentos en los que queremos estar solos pero no nos dejan; esos momentos en los que queremos estar replegados para, justamente, no atiborrar el dolor; para escuchar el susurro apocado del decir del cuerpo. Fabián Casas lo dice así: “no buscar la compañía de la gente para soportar el dolor, no usar al otro como paliativo. Lo que se llama la prueba de soledad en el paisaje” (me refiero a cuando no nos dejan estar solos, no estoy diciendo que haya que hacerlo. Cada quien vive su dolor inventando la manera). Necesidad de soledad, entonces, para no aturdirse de sentido, para hacerle lugar, también, al instante en el que el alivio irrumpe súbito.

IV. No hay en castellano una diferencia de palabras, y por lo tanto de matices, como sí hay en inglés: loneliness y solitude son dos palabras que señalan cosas bien distintas. Supongo que en loneliness se escucha no tener con quién, estar solo, ser un poco víctima de la soledad. Como en la canción de Charly García. Víctima de soledad/Víctima de un mal extraño/ Mi corazón se ha partido en dos

Mientras que en solitude se escucha más esa soledad necesaria, esa soledad que apacigua un poco y que, a la vez, nunca es sin Otro, sin fantasmas, sin sueños, sin pesadillas. Solitude suena a esa soledad que uno fabrica, que uno intenta practicar. Esa que, según Marguerite Duras, no se encuentra, sino que se hace. Se hace sin esos otros que apabullan pero, a la vez, con otros que nos atraviesan, que nos habitan, que nos agujerean. Como In my solitudeesa canción que compuso Duke Ellington, con letra de Eddie De Lange y de Irving Mills, y que canta Billie Holiday haciéndonos sentir exactamente eso que escribe Susana Villalba: 

la intemperie es una soledad/ el amor es un adentro

Pero también esto otro:

la soledad siempre/ es con otro

Y también esto:

si mi amor es eterno/ también la soledad

V. “¿Qué es un agujero? Una ausencia rodeada de presencia”, dice Jean Lescure que decía René Daumal. Suena a soledad.

VI. Pienso en esa soledad que se ejercita en un análisis ahí donde se suspenden un poco los ruidos, sobre todo el aturdimiento yoico. Me gusta cómo lo dice Blanchot: “esa conversación desnuda, en un espacio separado, a resguardo del mundo, en la que dos personas, invisibles la una para la otra, son poco a poco llamadas a hundirse en el poder de hablar y en el poder de escuchar, a no tener otra relación que la intimidad neutra de las dos formas de discurso, esta libertad para uno de decir cualquier cosa, para el otro de escuchar sin atención, como ignorándolo y como si no estuviera allí”. Es que lo que no está ahí es el Yo del analista, que no haría más que aplastar esa posibilidad que tiene de manera inédita un paciente, la de decir cualquier cosa y de ser escuchado en esa, su cosa. En esa intimidad única se construye una soledad en la que alguien puede hablar, puede decir, sin dirigirse a más que, como sigue Blanchot, a “una presencia sin rostro, apenas alguien, un personaje indeterminado haciendo equilibrio en cualquier detalle del discurso, como un hueco en el espacio, un vacío silencioso que, sin embargo, es la verdadera razón para hablar”. En el análisis se trata de solitude, no de loneliness.

VI. Cuando Jean Allouch dice: “la posibilidad de amar le deja al amado su soledad, le ofrece su soledad. Mi soledad propicia ser amado y ser amado propicia mi soledad, es una situación un poco paradójica: el estar solo es lo que permite que yo sea amado, pero el ser amado es lo que permite, también, que yo pueda estar solo”, pienso en la posibilidad de que se suscite un encuentro con otro a partir de esa soledad despojada de la pretendida “seguridad individual”. “Una cierta soledad que no sea hiriente y que permita escribir y amar. Y sufrir también, pero con gracia, con ligereza. Como un vestido que gire en el viento”, dice Anne Dufourmantelle. 

Se trata de una soledad capaz de albergar, de refugiar, de propiciar ese encuentro. No hay encuentro con otros, sino a partir de una soledad posible.

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Atención flotante es el correo mensual de nuestra columnista Alexandra Kohan que se propone formular preguntas donde solo había respuestas.

“Son lecturas posibles a partir de cosas, nimiedades que están dando vueltas en el aire y que en apariencia no tienen ninguna importancia. Detenerse y subrayar algo que no había advertido antes. Formular preguntas donde sólo hay respuestas. No tengo todo pensado”, advierte la autora.

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