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Gabriela Franchini

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En las calles y en los skateparks de Argentina, el skateboarding dejó de ser un bastión exclusivo de los varones cis heterosexuales. Hoy, mujeres, lesbianas, personas trans y no binarias de todas las edades y procedencias surfean el cemento desafiando estereotipos, con el skate como una poderosa herramienta de expresión, existencia y resiliencia. Lejos de ser solo un deporte o un pasatiempo, el skate es rebeldía y alegría en movimiento, una plataforma donde mujeres y diversidades hacen de cualquier lugar su lugar. Desde las pibas más jóvenes en los barrios populares, hasta quienes llevan décadas patinando, el skate es libertad, escape y territorio ganado.

Las skaters han tejido redes de apoyo que desafían la naturaleza individual del deporte. A través de encuentros, competencias y talleres, han generado espacios seguros y libres, donde el skateboarding se vive como un acto de resistencia y autoafirmación. El crecimiento del skate femenino es fruto de esta colectividad, de una comunidad que se construye sobre el respeto y el deseo compartido de explorar la libertad en conjunto.

Esta red es diversa y desafía límites de edad, clase y región: desde Ushuaia hasta La Quiaca, el skate florece en parques, calles y plazas, donde las skaters pueden ser ellas mismas, sin prejuicios ni presiones. En estos espacios, el respeto y la igualdad son esenciales, y cada una se siente invitada a subirse a la tabla y a desafiar tanto la gravedad como las expectativas. Incluso en los niveles más altos de competencia, las skaters han mantenido este espíritu, demostrando que la competitividad puede coexistir con el compañerismo y el apoyo mutuo.

El skateboarding no solo aporta fuerza, coordinación y resistencia física; para muchas, es también un refugio emocional, un soporte que ayuda a enfrentar la vida cotidiana. La alegría compartida y la rebeldía que inspira el skate femenino crea un espacio único de salud mental, donde cada caída se vuelve una oportunidad de aprendizaje y cada vez que se baja una prueba, implica una pequeña gran victoria que celebran todas. La conexión y el apoyo que existen dentro de esta comunidad transforman el deporte en una forma especial de sanación, de construcción de autoconfianza y resistencia.

La fotografía de Gabriela Franchini explora en distintas provincias este universo en expansión, capturando momentos de encuentro, alegría, apoyo y desafío que viven las skaters. Estas imágenes no se centran en una búsqueda de lo estrictamente deportivo sobre el cemento, sino en la energía y la necesidad de crear un espacio en un ámbito que alguna vez les fue ajeno. En cada toma se percibe el espíritu de esta comunidad: un colectivo que se acompaña y se cuida mutuamente, con la libertad de reinventar el espacio en el que patinan.

La visibilidad de las skaters en el espacio público es, además, una declaración. Cada truco, cada caída y cada recuperación, es un recordatorio de que mujeres y disidencias están transformando el skate en un terreno inclusivo y libre.

En esta comunidad, las skaters han sabido construir un entorno donde unas ayudan a otras, formando un espacio libre de violencias, seguro para explorar y experimentar. En este entorno, la pasión por el skate las une, y el impacto trasciende el asfalto. La tabla se convierte en una herramienta de autoconocimiento y cambio social, en un vehículo de libertad y transformación.

Así, el skateboarding femenino en Argentina no solo desafía la gravedad; desafía normas, prejuicios y límites, construyendo un espacio propio en el que cada salto es un acto de resistencia y cada rodamiento, una afirmación de libertad y alegría en la rebeldía.

GF

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