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Tania Carrizo

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En Jujuy, son muchas las mujeres que sostienen con su esfuerzo la vida cotidiana. En esta provincia periférica las trabajadoras de la economía popular, tejen redes de resistencia en las veredas, los mercados, las ferias itinerantes y en los espacios de lucha social; son vendedoras ambulantes, emprendedoras, madres, sostén de familia, gestoras de su propio sustento en un país donde la crisis económica se profundiza para quienes dependen del día a día. En sus historias se cruzan la urgencia de la supervivencia, la falta de oportunidades en el mercado laboral y la resistencia frente a un sistema que las excluye. Pero también, la dignidad de un trabajo que, aunque precarizado, resulta esencial para el desarrollo territorial.

Gestionar la lucha

A los 32 años, Giovana Martínez lleva más de una década vendiendo panes artesanales en espacios públicos. Sus productos circulan en marchas, plazas y ferias autogestivas, donde la lucha social y la economía popular se entrelazan. Comenzó cuando tenía 20 años, al convertirse en madre. Sin redes de apoyo cercanas, en ese momento residiendo en la localidad de Tilcara, donde el acceso a trabajos registrados le era esquivo, encontró en la venta ambulante una forma de sostener a su hijo sin abandonar su crianza.

“Era difícil dejar a mi bebé, la venta fue la forma de gestionar ingresos desde mi casa. Con el tiempo, fui alternando la venta de panes y de plantas medicinales con el acompañamiento a personas gestantes como doula”, cuenta.

Su trabajo, está atravesado por la inestabilidad. “Cada semana es una incertidumbre: no sabemos cuánto costará la garrafa, si los insumos subirán de precio o si la gente podrá comprar. Lo que vendo, aunque sea pan, que es de primera necesidad, termina siendo secundario en tiempos de crisis”.

La Asignación Universal por Hijo le permite contar con un ingreso fijo para sostener los gastos básicos de su hogar monomarental. Sin embargo, alcanzar un crecimiento económico es un desafío: “Invertir es un riesgo que no todas las personas podemos asumir. Porque si sale mal, no tenemos margen de error. De repente hay todas unas exigencias, para las que no tenemos tantas herramientas. Porque en la escuela no te enseñan a ser emprendedor, cómo autogestionar tu economía, cómo hacerla crecer, cómo validar tu trabajo”.

La jornada interminable de la venta ambulante

Como Giovana, Lorena Caucota también encuentra en la venta ambulante su principal fuente de ingresos. A los 42 años, es el único sostén de sus dos hijos y su nieta. Cada tarde instala su puesto de choripanes en la vieja terminal, donde trabaja hasta la medianoche. “Estoy sola, cargo, descargo, cocino y atiendo. Con la venta alcanzamos para el día a día, pero si no salimos a trabajar todos los días de lunes a lunes, sin descanso, no llegamos”.

En la misma zona, Sara Ramos Quiquiza, de 22 años, se inició hace tres meses en la venta ambulante. Comparte el emprendimiento con dos compañeras, quienes preparan los sándwiches. “La venta cambia según el día del mes. En las fechas de cobro hay más movimiento, pero el resto del tiempo hay que insistir. Muchas veces la gente pregunta, pero solo dice ‘gracias’ y se va”.

La economía popular está sujeta a los ritmos del consumo inestable. Patricia Noemí Portal, de 31 años, lo confirma desde su trabajo en un puesto ambulante de empanadas. “La venta estuvo floja en marzo por el comienzo de clases, la gente prioriza los útiles escolares”. Alicia Velásquez, de 18 años, que vende frutas y verduras de estación, señala la misma tendencia: “Hay días buenos y días malos. En las fechas de cobro se vende más, después hay que remar”.

El relato se repite. En un contexto donde la inflación deteriora el poder adquisitivo, incluso los alimentos callejeros, que solían ser la opción accesible para muchas personas, se vuelven un lujo. 

Organización y lucha

Más allá de las dificultades individuales, las trabajadoras de la economía popular sostienen redes de organización. Ivone Aparicio, de 46 años, es referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) en Jujuy y forma parte de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). Junto a su hija, trabaja en su puesto de venta de sándwiches de milanesa, en convocatorias públicas. En noviembre de 2024, viajó a Zimbawe para participar en un encuentro internacional de investigación sobre la situación de la economía popular. “El trabajo en la calle es invisibilizado, pero sostiene a miles de familias. No somos ‘informales’ porque queremos, sino porque el sistema nos deja afuera. Nos organizamos porque sabemos que sin derechos no hay futuro”, enfatiza.

El espacio público como trinchera

Las vendedoras ambulantes trabajan en el espacio público; y lo habitan como un territorio de lucha, lo defienden. En un contexto de crisis económica, donde la inflación y la falta de oportunidades afectan con mayor crudeza a mujeres y diversidades, la calle se convierte en una trinchera. No solo para vender, sino para encontrarse, para organizarse y para resistir. 

Giovana lo sintetiza con una claridad motivante: “Salir a vender a la calle y vernos en la lucha, en la resistencia, en la reflexión y en el abrazo me recarga de energía. Es difícil ser positiva en este contexto, pero nos seguimos sosteniendo entre nosotras. En algún momento tiene que ponerse mejor”.

Sus palabras no son solo un deseo. Son una certeza construida sobre la realidad de cientos de mujeres que, todos los días, habitan el territorio comunitariamente y en cada esquina, en cada feria, en cada encuentro, desafían la precarización, en red, con la fuerza de su presencia.

TC / MA

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