Evgeny Morozov: “Los gobiernos no ven la importancia de luchar por la soberanía tecnológica”
Nació en Bielorrusia, realizó su doctorado en Harvard sobre historia de la Ciencia. Viajó, enseñó e investigó en distintas ciudades de Estados Unidos y Europa sobre el cruce entre tecnología, política y democracia con un ojo puesto en las infraestructuras que habilitan la comunicación cibernética y otro en los Estados y mercados que se tensionan o alían para conseguirlo. Habla ocho idiomas que sigue cultivando con clases online desde su casa en Calabria, Italia.
Hace diez años posó su interés sobre un proyecto surgido en la Chile de Allende que condensa mucho de lo que Evgeny Morozov cree acerca del potencial de la tecnología como infraestructura para una alternativa al capitalismo hegemónico. Se trata del Proyecto Cybersyn, también nombrada a veces como “la internet socialista”: una iniciativa de un grupo de ingenieros que buscaba poner en una red de teletipos a distintos equipos de trabajadores y centralizar los datos en tiempo real desde las empresas nacionalizadas de Chile para planificar mejor la gestión económica del país.
Con una investigación profunda, que recorre las ramificaciones –por momentos frenéticas– de una experiencia política, humana, social y tecnológica, Morozov armó un podcast al que le puso un título provocador: Santiago Boys. Una respuesta a los Chicago Boys, una declaración de que otro mundo es –o pudo haber sido– posible. Pero también, acaso, otro socialismo: uno mejor planificado. Aunque el proyecto perdió potencia incluso antes del Golpe de Estado de 1973.
“La experiencia del gobierno de Allende fue muy interesante porque ellos tuvieron todos los elementos que yo estoy buscando en el mundo de hoy. Hubo un reconocimiento de que faltaba una organización internacional para facilitar el acceso a las tecnologías avanzadas a los países como Chile o Argentina, todos los países subdesarrollados, que pudo tener la misma ambición del Fondo Monetario Internacional pero con la tecnología. Si bien la región tiene una experiencia muy fea con el FMI y Estados Unidos tiene mucha influencia –por eso hoy la institución es ferozmente criticada por distintos países del mundo–, la idea inicial del FMI fue facilitar el acceso al capital para el desarrollo. La idea de los cuadros técnicos de Allende fue crear una institución similar al FMI por ejemplo, donde en vez de ofrecer capital sería posible ofrecer también las tecnologías, las patentes, propiedad intelectual, sin crear dependencias tecnológicas y sin implicar a las empresas como ITT, que más tarde crean dependencia. Para mí esta es una intervención a nivel global que hoy en día muchos gobiernos no hacen, ni tampoco reconocen la importancia que tiene. Por ejemplo, para facilitar el acceso a la inteligencia artificial hoy sería mejor crear instituciones de este tipo en vez de continuar con el modelo de donde cada país tiene que negociar con OpenAI, con Amazon, en una relación asimétrica”, dice en una entrevista con elDiarioAR de visita en Argentina, en el marco de una gira por el Cono Sur.
La mención a ITT no es anecdótica: la nacionalización de la sede chilena de esta poderosa empresa de telecomunicaciones estadounidense fue un punto crítico en la articulación de la oposición internacional a Allende: “Tenemos que darle reconocimiento a la confrontación de Allende con ITT porque Allende pagó mucho, en el sentido político, por continuar esta lucha contra una multinacional de lo que hoy en día llamamos big tech”.
Cuando estudiaba en Harvard, trabó relación con el filósofo e intelectual brasileño Roberto Unger, ex funcionario de Lula, y luego estudio portugués y español. Latinoamérica le interesa como región, entre otras cosas, porque observa un potencial de ofrecer alternativas al poder de Silicon Valley como rector de nuestro vínculo con la tecnología: “Con la ausencia de políticas más radicales en el campo digital en Europa, comencé a estudiar más el contexto latinoamericano porque ahora aquí creo que hay más espacio político y geopolítico para confrontar con Silicon Valley como conjunto de los factores económicos y geopolíticos y no tan solo como una fuerza de innovación que dice cómo adaptarse a los imperativos digitales. Esta es la lectura principal en Europa de hoy”.
—¿Cómo llegaste al proyecto Cybersyn?
—Este proyecto es un punto de referencia para las fuerzas progresistas de izquierda en Europa, en los Estados Unidos, como uno de los únicos proyectos constructivos tecnológicos. Constructivos en el sentido de que normalmente ahora el debate sobre big techs, sobre las plataformas digitales, es un debate regulatorio: regular, hacer algo con la propiedad de datos para regular un poco la inteligencia artificial, hacerla más ética, más moral, etcétera, etcétera. Pero no hay proyectos que quieren construir una infraestructura diferente para también gestionar la economía de manera diferente, una economía que no sería la de mercado, la liberal. El Proyecto Cybersyn, en este contexto intelectual, histórico, parece un milagro muy particular, porque nace en el contexto de Salvador Allende de Unidad Popular, al que no reconocemos como un período avanzado de adelantos tecnológicos. Un contexto muy turbulento, sí, con muchos problemas políticos, geopolíticos, pero no es un contexto como Silicon Valley o, no sé, la Florencia del Renacimiento. Entonces creo que también hay un debate casi esotérico sobre cómo podemos recuperar, reiniciar una discusión sobre la planificación y cómo podemos planificar usando big data, usando la inteligencia artificial. El Proyecto Cybersyn me parecía una punta de entrada de estos temas.
—Después de años de crisis, la pandemia y diversos escenarios políticos radicalizados hay como una sensación de que “no hay alternativa” para pensar un mapa de poder distinto: ¿qué te enseñó un proyecto como Cybersyn en ese sentido?
–Este proyecto puede enseñarnos la necesidad de soñar de un modo más radical. También a intentar construir infraestructuras alternativas en vez de aceptar lo que Silicon Valley, el capitalismo digital de hoy, presenta como inevitable. Creo que la lógica del “No hay alternativa” está más presente en el capitalismo digital, en la economía digital que en el capitalismo tradicional, porque hay esta tendencia a presentar la innovación como un proceso autónomo que tiene su lógica propia y entonces el único modo de aprovechar la innovación es adaptarse. En el caso de Cybersyn o proyecto Synco ellos no quisieron adaptarse, quisieron construir un sistema para facilitar un proyecto alternativo económico. Entonces para mí es imposible entender Cybersyn sin entender la importancia de la nacionalización de las empresas que, por ejemplo, en algunos casos Pinochet aceptó, como la nacionalización de las empresas de cobre, y la nacionalización de ITT. Según mi visión y la de muchos economistas políticos del período, esta era la opción racional, que también fue articulada con una base en teorías de desarrollo diferentes de hoy.
— Desde Argentina se ve cómo la Unión Europea avanza con el frente regulatorio sobre las Big Tech. ¿Por qué decís que Latinoamérica tiene más potencial contestatario respecto de Silicon Valley?
— Porque en Europa este discurso de regulación es casi una excusa para no hacer nada más ambicioso. Muchos analistas piensan que la regulación es solo el primer paso para hacer las cosas más ambiciosas, pero casi nunca ocurre esto. Porque hay una creencia ideológica muy fuerte en el poder de la competencia. Entonces está esta ideología que dice que si los gigantes digitales tienen las reglas más fuertes para competir entre ellos, esto puede producir un simulacro casi de la soberanía tecnológica. Pero esto no ocurrió en los últimos quince, veinte años. Los políticos europeos no pudieron rechazar este hecho. Entonces Emmanuel Macron por ejemplo empezó a hablar de la importancia de la soberanía tecnológica pero solo en el contexto neoliberal. O de la seguridad nacional. Para políticos como Macron, hay dos modos de proteger o avanzar en la soberanía tecnológica: una es crear más startups para innovación –que no ayuda mucho a avanzar esta agenda porque en muchos casos ya capturadas por capitales de riesgo norteamericanas– y, por otra parte, hay un discurso sobre la seguridad nacional, pero tampoco ayuda mucho porque no hay alternativas europeas a empresas como Palantir. Falta una política industrial en este campo. La política industrial europea no puede reconciliarse con una política que no sea neoliberal porque hay obstáculos políticos y económicos, por ejemplo, para crear empresas estatales. Esto no es posible porque los arreglos de la Unión Europea ponen muchos obstáculos. O los subsidios, que normalmente ha creado la industria digital en Estados Unidos y China, en la mayor parte de Europa están prohibidos.
—En el caso de países de menor escala y poder en el mapa geopolítico ¿Es posible aspirar a la soberanía digital?
— La soberanía digital es un objetivo utópico. Pero es importante tener una política de desarrollo. Lo mismo podemos decir por ejemplo de la sustentabilidad. Es un objetivo abstracto pero es necesario tener alguna secretaría de sustentabilidad o de soberanía tecnológica en los gobiernos. Cómo hacerlo es otra pregunta, pero el hecho de que sea difícil no significa que no tengamos que proseguir con este proyecto. Es claro que en América Latina el único modo de hacer este tipo de resistencia a Silicon Valley es crear coaliciones regionales, proyectos internacionales para financiar infraestructuras alternativas. Por ejemplo, yo no sé por qué no hay alternativas a Large Language Models, estos modelos de lenguaje, entre los países de América Latina donde todo el mundo –con la excepción de Brasil– habla español, hay muchos recursos ya digitalizados, en las bibliotecas hay una política fuerte de Open Access para los artículos académicos. Me parece una elección muy lógica hacer algo en el marco regional. Pero antes de iniciar este proyecto necesitamos un reconocimiento de la necesidad de luchar por la soberanía tecnológica y yo creo que los gobiernos todavía no ven la importancia. Porque ellos no reconocen el conjunto de los costos, los obstáculos que crea la dependencia creciente de los servicios de la computación para el desarrollo del país. Porque los costos al inicio parecen pequeños pero con el tiempo, para también rentabilizar los modelos de Silicon Valley, de las plataformas, normalmente crecen. .
— Vos escribiste sobre el solucionismo tecnológico –esto de buscar resolver cualquier problemática por medio de la tecnología y la cuantificación– hace casi diez años. ¿Qué significó la pandemia para esa tesis en particular con una digitalización acelerada en muchos aspectos de la vida?
—Cuando yo articulé este concepto, no tenía un enfoque muy claro, entonces fue un concepto que inserté en el libro sin desarrollar un marco teórico muy fuerte. Después pasé mucho tiempo buscando modos para crear más conexiones, por ejemplo, con la crítica al neoliberalismo. Establecer más contactos con marcos teóricos existentes para crear un contexto intelectual para también entender la lógica histórica del solucionismo, porque yo no quise nunca presentar el solucionismo como una tendencia eterna del mundo occidental. Quise presentar solucionismo como un fenómeno histórico. Para mí hoy en día el solucionismo, antes de la pandemia también, es la etapa más eficiente del neoliberalismo donde los neoliberales aceptan y reconocen el hecho que hay muchos problemas en el mundo, muchos de ellos incluso creados por el capitalismo. Reconocen esto para crear condiciones en las cuales pueden ofrecer las soluciones lucrativas, rentables, a todos estos problemas, en los que el mercado sería la solución principal, pero un mercado presentado solo como la extensión de la innovación tecnológica y la ciencia. Continuar con el programa básico del neoliberalismo que quiere privatizar, mercantilizar, todas las soluciones pero hacerlo con una lógica, con una retórica casi humanitaria.
La pandemia aceleró este proceso porque hubo una crisis social, económica, política, donde las empresas doblaron esta lógica retórica humanitaria y solucionista. Y al mismo tiempo pudieron experimentar con muchas aplicaciones y presentarse como la parte esencial del estado de bienestar casi, que para ellos sería la mejor solución después de la pandemia porque el objetivo real de las empresas digitales es penetrar en todas las instituciones públicas y ofrecer servicios de computación e inteligencia artificial.
— ¿Qué podrían hacer los Estados o qué podrían haber hecho? En la mayoría de los países, el mercado lleva la delantera en esto de facilitarles la vida cotidiana a las personas y el Estado va mucho más lento. ¿Cómo podría ser una propuesta de innovación al servicio del interés público?
— Yo no veo alternativas sin fortalecer el Estado. En todo el mundo, no solo en Argentina o América Latina, después de diez, quince, veinte años de una política neoliberal que negó la importancia de este sector es claro que las soluciones públicas no son del nivel de Silicon Valley o empresas como Mercado Libre, que tienen inversiones enormes en desarrollo e innovación. Es claro que el nivel de inversiones en economía digital privada es tan alto, tan grande, que es muy difícil esperar que un Ministerio pequeño acá en Argentina pueda hacer resistencia a ellos con aplicaciones desarrolladas durante hackathons organizados por el gobierno. Creo que tenemos que ser realistas en este campo pero es importante contestar la ideología de Silicon Valley. Y por eso yo quise redescubrir también la experiencia chilena, porque ellos no tuvieron este sesgo que tenemos hoy, que pensamos que ante cada problema el primer paso es una llamada a McKinsey o The Lloyd u Oracle o Google. Ellos tuvieron un problema, y recurrieron a un consultor inglés, Stafford Beer, OK, pero la solución no fue delegar todo esto a una empresa privada, sino invitar a Stafford Beer a Chile, desarrollar una solución adecuada, local, con todas las necesidades del gobierno local. Entonces yo creo que el sector público y también los movimientos sociales decimos que la parte no comercial de la sociedad, que no es de las empresas o de startups, también es capaz de innovaciones. El problema es que no existen instituciones económicas, sociales o legales que puedan fomentar no solo el nacimiento de una innovación sino también la difusión en el país, en el mundo. No existen en tal cantidad como las instituciones del capital económico y financiero. Por esto las personas que inventan algo interesante con las tecnologías digitales normalmente hoy tienen solo una opción, que es crear una startup, buscar el capital y continuar en Silicon Valley explotando los datos de los usuarios. Los sistemas alternativos que permitirían hacer otras cosas e innovar en un contexto económico internacional diferente no existen. Tenemos que crear eso también. Pero no hay reconocimiento que eso es necesario. Este es el problema.
—Escribiste sobre la desilusión de internet en relación a su rol democratizante. A partir de eventos como el escándalo de Cambridge Analytica o la victoria de Trump hay más conciencia de los efectos negativos de las plataformas sociales ¿Creés que algo cambió con eso o solo hay un estado de paranoia inconducente?
— Yo creo que techclash desde el inicio tuvo un enfoque un poco ambiguo, un poco apolítico y un poco populista en el sentido de muy demagógico. Entonces tuvo este aspecto de “las big tech son empresas gigantescas, tenemos que hacer algo contra ellas”, pero sin entender bien. Estos pensadores tienen el enfoque de la democracia liberal, entonces se preocupan mucho por los aspectos políticos pero con una perspectiva donde la economía no existe. No tienen un análisis económico, no tienen un análisis geopolítico, y no entienden bien que hoy en día la economía digital, los modelos de negocios de la economía digital de los Estados Unidos, representan la frontera última de su modelo capitalista, en el sentido de que para hacer algo contra estas empresas sería necesario desarrollar otro modo de desarrollo en el país y evitar también la dominación de otros países por parte de los Estados Unidos todavía por medio de las plataformas digitales. Este aspecto fue completamente ignorado por el debate mainstream. Pero cuando Mark Zuckerberg apareció en el Senado durante su testimonio sobre qué hacer con Facebook, etcétera, él, de modo muy claro, comunicó que regular los big techs, regular Facebook, quiere decir que China va a ganar esta batalla global. Entonces yo creo que techclash como un fenómeno populista no pudo producir resultados concretos porque para mí fue un equivalente liberal del trumpismo, en el sentido de que fue una crítica muy fuerte, una crítica del capitalismo, pero sin hablar de las dinámicas del capitalismo.
NS/DTC
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