Perfil
Fantino 2022: sin Mundial, con medio propio y en guerra contra Closs y Vignolo
En 2005 me llamaron para dirigir las revistas ‘Tendencia’ ‒una femenina y una masculina‒ que editaba Viviana Zocco en Canal 9, recién comprado por su marido Daniel Hadad. Al mismo tiempo llegaba Marcelo Tinelli desde Telefé con su toda su troupe y ‘Videomatch’, reconvertido en ‘Showmatch’ por un tema de derechos.
Fantino tenía un programa en la tarde de ‘La Mega’, una de las FM de la empresa, y la propuesta para mí incluía un plus por integrarme a su equipo.
‒¿Por qué con él? ‒pregunté, fastidioso con la idea. Me sugirieron que lo mejor era charlarlo con el socio de su productora. Fui. Esto me dijo:
‒Te explico, si lo tengo a Alejandro rodeado de amigotes que le hablan solo de fútbol, minas, boliches y boludeces se me cae el programa y se me cae él.
‒¿Y yo qué puedo hacer?
‒Participar, proponer. Sos bastante futbolero, leíste, escribís, viajaste. Con vos se va a enganchar y va a levantar el nivel, vas a ver.
El plan era convertir a Fantino en un animador del ‘Prime Time’ televisivo al estilo Tinelli, que era una máquina de facturar. No era una mala idea, al contrario. El tipo era pintón, rubio, joven, lo tenía todo, o al menos eso era lo que creían.
No pudo ser.
Nunca fui a ese programa, ni Fantino logró ser la clase de conductor que pronto sí sería Santiago Del Moro. Falta de empatía, de seducción, de recursos. Quién sabe. Nadie tiene la fórmula en la televisión. A Fantino, definitivamente, no lo compraron.
Su carrera había empezado con el pie derecho. A los 21 años fue elegido por radio Mitre para reemplazar a Pancho Caldiero el histórico relator de la campaña de Boca. Gustó su desenfado, su voz fresca. Diez años estuvo allí.
Sin mucho vuelo contaba lo que hacían los jugadores sin complicarse con análisis o polémicas. Tampoco importaba. Lo suyo era opinar siempre a favor de Boca y en eso no fallaba. Esa convicción amigo-enemigo digna de Carl Schmitt no lo abandonaría nunca más.
En los años ‘90, primero en TyC Sports con ’Mar de fondo’ (1999-2005) y luego en ‘ESPN Studio’ (2006), hizo lo que mejor le salió: charlar con jugadores de su edad sobre travesuras, boliches, novias, ropa, familia, el barrio. Ambiente distendido, espíritu adolescente, cómplice, todo muy berreta pero divertido.
El paso siguiente era pisar fuerte en la televisión abierta. Fantino insistió con programas de vuelo corto en América. Deportes, vida cotidiana, farándula, deportes, cualquiera. No había manera. No era un fracaso ni un éxito. Flotaba, y volvía al fútbol.
Desde 2009 hasta 2013 condujo ‘El Show del Futbol’ en América, una mesa de ex jugadores y periodistas que libró una furiosa campaña contra Julio Grondona para que Daniel Vila, el dueño del canal, lograra sentarse en su sillón de la AFA. La cosa terminó como en una película de los Hermanos Marx.
Vila juntó un montón de delegados de pequeños clubes del interior que lo apoyarían con sus votos, pero de pronto alguien cerró la puerta principal de la AFA y Vila quedó del lado de afuera, en la vereda.
Mientras en la sala de reuniones se votaban lo que quería Don Julio, Vila golpeaba la puerta desesperado y la hinchada de Chacarita, como un coro griego reclutado para la ocasión por su vicepresidente el periodista Darío Villarroel, le cantaba: “¡Olelééé, olalááá… Vila se la come, Grondona se la da…”.
Una escena difícil de tolerar para el poderoso empresario mendocino. Para completarla, en la contratapa del diario Perfil, el título de mi columna fue ‘La rebelión del novio de Pamela’. Una tragedia.
La dura derrota contra Grondona cambió el destino de Fantino. De la mano de su amigo Juan Cruz Ávila, dueño de la productora ‘Jotax’ e hijo de Carlos Ávila ‒creador de ‘Futbol de Primera’‒ abandonarían la ‘lucha antisistema’ para recalar en ‘Animales sueltos’, un programa con un nombre curioso que parecía caerle a medida.
Debutaron en 2009 para mostrar chicas lindas a medianoche mientras Fantino se imaginaba en la barra de un boliche. Lo que empezó como un intercambio de frivolidades varias, humor grueso, modelos fugaces y anécdotas de levante, terminó, por alguna extraña razón, en un show político duro.
Fantino empezó con Coco Silly, Flavio Mendoza, Ángel de Brito y chicas que mostraban lomo. Pero en 2015 ganó Macri y ya en 2016 sus panelistas eran Eduardo Feinmann, Sergio Berensztein, Juan Carlos de Pablo y Jorge Asís. En 2016 llegaban Daniel Santoro, Romina Manguel, Mariel Fitz Patrick, Fernando Carnota, Edi Zunino y Gerardo Young. Eso sí era un cambio.
‘Animales sueltos’ pasó de ser un desfile de chicas sexys con chistes picantes a una diaria opereta de inteligencia en vivo donde volaban carpetazos, más a siniestra que a diestra.
Fantino se adaptó sin despeinarse. Le salió naturalmente. Es confiable, poco sutil en la forma pero muy obediente en la consigna. Sabe vender lo que sus empleadores le piden. Por eso le fue mejor como contratado VIP que manteniendo una productora. El programa sirvió y mucho. Hasta fines de 2019, cuando todo les explotó en las manos.
Juan Cruz Ávila pasó a coordinar ‘A24’ donde jugó a ser el Frankenstein de Baby Echecopar y Viviana Canosa. En 2020 participó en el armado de la programación de ‘La Nación +’, y finalmente asumió como gerente de contenidos de ESPN, recién comprada por Disney.
Por supuesto pensó en su amigo Alejandro y lo sumó a la señal, como parte de un elenco de súper estrellas del periodismo deportivo. Pero las cosas salieron bastante peor que mal.
Fantino, autopercibido como un ‘intelectual’, muy compenetrado de su papel de ‘nuevo culto’ ‒la continuación del ‘nuevo rico’ por otros medios, diría Von Clausewitz‒ se propuso dar cátedra en pleno post partido de Copa Libertadores.
La escena fue asombrosa.
Mariano Closs, desde la Bombonera, explicaba por qué Boca había sido superado por el Inter de Porto Alegre y Fantino trataba de desviarlo en su discurso. Según su teoría, los jugadores de Boca habían sentido la enorme presión del día: 9 de diciembre de 2020. Segundo aniversario de la final perdida contra Ríver en Madrid.
Closs, que mantenía las formas pensando en su contrato, no pudo disimular un gesto de hartazgo. Funcionó como una bomba. En el piso, la producción insistía con el tema del inconsciente que hizo jugar mal a Boca. El dúo Closs-Latorre fue un frontón. Ni pelota.
‒¿Cuánto creés que influyó lo anímico en el equipo, Marian?, preguntaba Fantino con su mejor tono viscoso.
‒Nada ‒ respondía Closs.
Así durante interminables minutos.
En un momento, Fantino sintió que Closs lo estaba chicaneando. “Eso no te lo voy a permitir”, explotó, para arrepentirse enseguida y continuar con sus elogios almibarados. La tensión aumentaba. Decidido a romper tu propio récord de frases poco afortunadas le explicó:
‒Yo estoy en desventaja porque vos podés probar en qué falló Boca, Marian, pero yo no te puedo mostrar el inconsciente. No lo tengo acá, eso no se puede tocar. Mirá, yo tengo 49 años, me analizo desde los 27 y te juro que el factor inconsciente de esa final perdida influyó muchísimo.
La pelea quedaba clara. Dos estilos. De un lado dos tipos que intentaban comentar un simple partido de futbol y del otro, alguien dispuesto a decir cualquier cosa para mantener su rating.
Poco tiempo después del incidente, Fantino dejó de hacer el programa estrella de los lunes a la noche con la excusa de la pandemia. Nunca volvió. Lo mandaron a un programa light en horario marginal.
Allí, en un rito estrafalario, le entregó el casco y la espada del rey Leónidas a un abrumado Leonel Scaloni, técnico de la Selección. Inolvidable. A fin de año se fue. Volvió a América, con ratings escuálidos.
A mitad de 2022, para sorpresa de muchos, regresó a ESPN.
Juan Cruz lo había sostenido a muerte mientras era útil para operar contra alguien o algo. Otros tiempos. Hoy la señal es socia de los clubes. Nadie quiere guerreros espartanos ni escándalos. Pantalla fría, sonrisas. Poder.
Mucha fe no le tenían, se ve. Lo pusieron a las 0.30 para hacer reportajes intimistas a personajes peculiares al estilo Pablo Vicó, técnico de Brown de Adrogué, que hace 15 años vive solo en una piecita del club y sueña con triunfar.
No funcionó. Igual, no se enteró nadie.
Harto del ninguneo perdonavidas de su ex amigo Cruz, ciego de rabia contra Closs y Vignolo y ya con un pie y medio afuera del sistema de medios grandes, Fantino inauguró su propio streaming llamado ‘Neura Medios’. Otro nombre apropiado.
Lo primero que hizo fue detonar una bomba. Se hizo preguntar:
‒¿Volverías a trabajar con Vignolo y Closs?
‒Al que me lo proponga eso le escupo en la cara ‒dijo, como un mamut en una cristalería.
Rápidamente logró lo que quería: negociar para que ESPN le rescinda el contrato. Todavía habla maravillas de los directivos de ESPN, Ávila y Diego Lerner, presidente de Disney LATAM y amigo de Macri, pero sigue en guerra con sus ex colegas. Pelea de mucamas, diría Amalita.
Fantino tiene un grave problema que no comparte, por ejemplo, con el Pollo Vignolo. Él lee, intenta cultivarse, pasó por la Universidad. Y no hay caso. No le da. Cita de memoria y mal. Vignolo conoce sus limitaciones y no va ni un centímetro más allá. Es prudente. Fantino es todo lo contrario: no tiene límites.
Por eso hizo aquellos shows políticos. El “¡pará pará...!” que convirtió en muletilla nació a partir de su escasa comprensión de la cosa política. Le costaba. Igual, podría terminar como precandidato a gobernador de Santa Fe. Parece un delirio, pero lo están midiendo en el entorno de Omar Perotti. Peores cosas han pasado.
Cada vez que habla con alguien culto o preparado, Fantino se fascina. Abre la boca, se regodea, quiere más: “Pará, pará… ¿vos me estás diciendo que…”. El conocimiento le produce cierta excitación psicomotriz.
Fantino es un muchacho esforzado, trabaja mucho, tiene voluntad. Podría vender peines en un colectivo. Es muy profesional. Lo que no siempre es tan bueno.
Esto lo explica a la perfección una frase atribuida a Sun Tsú, el teórico guerrero chino del siglo V antes de Cristo: “Si un comandante toma decisiones erráticas o tontas, es preferible que sea un perezoso. Alguien torpe pero incansable y lleno de voluntad puede ser un problema tan serio como el peor enemigo”.
Aquel rubio de pelo largo que se sentaba en el piso del estudio con jugadores de su misma edad, pasó hace rato los 50.
Con una pareja más joven ‒Coni Mosqueira, 28‒, una mansión estilo La Toscana con microcine, golf, gimnasio y altar, la recién inaugurada ‘Neura Medios’, nuevos tatuajes, rutina de gym y colecciones de escudos, sables, puñales y muñequitos de guerreros mitológicos, Fantino se aferra a una adolescencia perpetua que, por ahora, le permite sobrevivir en un medio que ya le es decididamente hostil. Un temita complejo que ‒diría él mismo‒, debería analizar con más profundidad en su terapia.
HA
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