Alejandro Marmo, el escultor de la Evita de la 9 de Julio: “Hay que renovar la plataforma de nuestros héroes, que no tienen que ser siempre los que dieron batalla en el siglo XIX”
“Me hice artista para no laburar”, bromea Alejandro Marmo, el autor de los icónicos murales de Evita que revisten la fachada del Ministerio de Desarrollo Social sobre la Avenida 9 de Julio. Marmo cultiva el bajo perfil y no le gustan las entrevistas. “Conté tantas veces estas historia que ya no sé si lo que te cuento es verdadero o lo invento. Pero trato de sorprenderme, porque estoy aburrido de escucharme. Siempre tengo que contar lo mismo, por eso no hago notas”, advierte el artista antes de comenzar la charla con elDiarioAR.
A pesar de eso, o en consecuencia de, Marmo es un prolífico escultor que utiliza metal reciclado para su producción artística. El autor del proyecto que concretó la obra de arte más popular del espacio público porteño exhibe en esos grandes murales de acero cortes de 31 metros por 24, colgados a cien metros de altura, dos caras de una misma Eva, en cuyo diseño participó el artista plástico Daniel Santoro, y forjados por él mismo. La que mira al sur, de frente, cándida y sonriente, y parece empatizar con la zona relegada de la Ciudad y el Conurbano, inspirada en la tapa del libro La razón de mi vida. Hacia el norte y de perfil, proyectó una Eva desafiante, que vocifera al micrófono, en dirección a la zona más acomodada, evocando la foto del legendario discurso del 22 de agosto, el histórico renunciamiento a la vicepresidencia.
Marmo es, además, amigo del Papa Francisco, quien bautizó a sus tres hijos y a quien frecuenta desde los tiempos en que todavía era Jorge Bergoglio, el arzobispo de Buenos Aires. Lo conoció allá por el año 2009, cuando iba y venía de la Casa Rosada con los planos de Evita bajo el brazo. No eran tiempos fructíferos en la relación del actual pontífice con Cristina Kirchner, presidenta en ese entonces. Por esa razón, recuerda ahora, muchos le advertían de que no le convenía frecuentarlo. “Pero yo siempre aposté a Bergoglio”, se enorgullece.
Es lunes por la noche, día en el que suele organizar cenas para sus amigos. Marmo recibe a elDiarioAR en su taller-espacio Arte en las Fábricas, un gran galpón en Pilar al que llama El Templo. Está sentado en un sillón de dos plazas, con una copa de vino en la mano. Viste simple: jean, zapatillas y un buzo azul marino holgado. Lleva una barba de días y ojeras de otros tantos. A pesar de eso, y de su poca afición a las entrevistas, se acomoda, y se predispone bien para la conversación, mientras sus amigos charlan y preparan la cena en la cocina, contigua al salón donde están expuestas casi un centenar de sus obras. Corazones, caballos y abrazos de hierro; rostros de próceres, músicos, y referentes populares en siluetas de metal iluminadas; algunos dibujos, un mapa de la Argentina hecho con bulones, y en el medio de todo eso, un metegol. Afuera está de la Virgen de Luján y el Cristo Obrero que son parte de la colección del Museo Vaticano, y también El Abrazo, de la serie Iluminada, cuya obra gemela se encuentra en el Aeropuerto de Fiumiccino, en Roma. Es que buena parte de su producción artística está emplazada en espacios públicos de medio mundo, de Latinoamérica a Tokio. Podrían ser réplicas, pero él prefiere darles otra connotación. “Son una red social de hierro, una constelación, obras hermanas que tienen la misma identidad visual pero que quedan en espacios absolutamente diferentes entre sí. Un terremoto puede tener réplicas. Creo más en el fin del mundo con resurrección. Construir, deconstruir y seguir creando”, manifiesta como declaración de principios.
El 29 de septiembre inauguró La Esquina de los Corazones de Hierro, en Rosario, y el 11 de octubre pondrá un Corazón de Hierro en la Estación de Trenes Pilar, y El Abrazo en la Estación San Martín. “Mi trabajo es transformar el living del pueblo. Son historias que voy contando, producto de todas las vivencias y desencuentros que uno va teniendo en la vida”.
Por ahí están las siluetas de Belgrano y Maradona, del sindicalista Rucci, de Charly García y Mercedes Sosa, de Jauretche, entre otros de su serie de iconos populares iluminados, como el Diego Iluminado que se ve en el Estadio Único de La Plata, el Cerati que decora la Estación Maipú, o el Luca que colocó en Obras. “Son los actores de esta historia que no tienen un busto de bronce. Hay que renovar la plataforma de nuestros héroes, que no tienen que ser siempre los que dieron batalla en el siglo XIX, o los políticos y los generales. Creo que los artistas, los que emocionaron a la sociedad, se merecen un homenaje”.
Hay que renovar la plataforma de nuestros héroes, que no tienen que ser siempre los que dieron batalla en el siglo XIX, o los políticos y los generales. Creo que los artistas, los que emocionaron a la sociedad, se merecen un homenaje.
Nostalgia de posguerra y juventud punk
Nacido en la localidad de Tres de febrero, Provincia de Buenos Aires, Marmo creció en un mundo signado por la inmigración. Su madre vino de Armenia, y su padre era italiano. Ambos llegaron escapando de las esquirlas de la Segunda Guerra Mundial. Al evocar aquellos años, el artista reconoce que volver a hablar de sí mismo, de su obra, le ordena la infancia. “Cada vez que cuento esto algo me pasa, una imagen se aparece. Pero lo recurrente es que siempre encuentro en la infancia ese mundo de nostalgia de la posguerra. Yo estaba atrapado por esa melancolía de la posguerra. Mi mamá la vivió de chica y mi papá fue ex combatiente. Esas experiencias marcaron mi infancia. En casa no me hablaban de ir a la cancha, me hablaban de la guerra”, evoca ahora, a sus cincuenta años.
Su madre aparaba zapatos, su padre era herrero y tenía un pequeño taller metalúrgico. Murió cuando el tenía once años, y aunque no pudo aprender mucho de él, la memoria emotiva juega un papel importante en su fascinación por la manipulación de los metales. De aquellos años de infancia y adolescencia, rememora con melancolía el universo de los talleres mecánicos. “Es el espacio donde me siento más cómodo, donde veo la poesía. Y eso no me pasa en un museo. Ir al taller mecánico era encontrar personajes, cada uno con una historia para contar”.
Lo más álgido de los noventa, en medio de la crisis industrial y el desmantelamiento de las fábricas, encontró a un Marmo desencantado, a un pibe de veintipico que no sabía qué hacer de su vida. “Era emocionalmente marginal. Esa emoción la llevé al fondo del dolor, que me hizo ver una especie de divinidad, que era el pensamiento creativo, el lugar donde encontré una especie de luz. Cuando estás excluido no tenés forma de integrarte, no tenés laburo y tampoco querés laburar. Sentís una tristeza…Uno trata de sacarse dolores de encima en esta vida. Uno carga con dolores ancestrales, y la guerra, para mi, fue un dolor ancestral. Tenía tristeza de algo que no había vivido. A eso, sumale la decadencia argentina y fabril, la dictadura, la crisis del trabajo”, confiesa ahora un Marmo muy distinto, un hombre de gestualidad medida y hablar sereno. Un artista consagrado, rodeado de sus obras y amigos, que se remite una vez más al pasado y resume: “Era más punk”. Un Marmo que andaba a la deriva, sin proyecto de vida, trabajo o familia. Un hombre que revela cierta frustración al contar que los maestros de escultura no lo aceptaban. Que denostaban su arte, y decían que no era escultura. Así que el Marmo punk se consiguió un auto – sin seguro - y emprendió un viaje al interior del país muñido de una soldadora, dispuesto a sobrevivir de sus esculturas. Un Marmo que vivió del trueque, y dormía en el auto.
Del joven punk al Vaticano
Hacia fines de los años noventa, ideó el proyecto itinerante Arte en las Fábricas, con la premisa de llevar la actividad artística a los espacios productivos de trabajo, y el propósito de reunir los deshechos de las fábricas abandonados en el Conurbano para transformarlos en esculturas, con la colaboración de los obreros.
Más tarde, con la aprobación del Papa Francisco, promovió el proyecto Simbología de la Iglesia que mira al Sur, para colocar en espacios abiertos obras de arte que representan momentos particulares de la fe popular. “La Virgen con Descarte” y el “Cristo Obrero con Descarte”, que se encuentran en los jardines del Vaticano desde el año 2014, son los más representativos de esta serie. Forman parte del patrimonio de los Museos Vaticanos y fueron construidos con descarte de hierro que estaba acopiado en las villas pontificas de Castel Gandolfo. “El Cristo que puse en el Vaticano es un Cristo punk, no es un cristo del renacimiento. Que haya podido instalar esos dos trabajos que no remiten al arte clásico del Museo Vaticano, sino que tiene que ver con una filosofía mas rebelde de la transformación del descarte, en un hecho de la fe”.
Marmo es creyente pero no religioso. No va a misa, y no cree en la mayoría de los curas. “No soy un tipo dogmático. Creo en las personas, hay muchos curas valiosos, muchos obispos valiosos, y algunos que no me cierran ni por asombro. Pero sí creo en el Jesús abierto, en el descartado, en el que no salió en la estampita. En el militante, en ese tipo que cree en un apostolado, en la evangelización, en la solidaridad, en la composición social. Ese Jesús que no tiene que ver con un Jesús católico de iglesia, sino con uno de barrio”.
Creo en el Jesús abierto, en el descartado, en el que no salió en la estampita. En el militante, en ese tipo que cree en un apostolado, en la evangelización, en la solidaridad, en la composición social.
El Papa Francisco se refiere a su obra como “un nuevo lenguaje artístico, una nueva forma de transmitir esperanza a través del arte (…) Es un reciclador de deshechos y descartes, de un arte que no descarta nada ni a nadie, como actúa la Misericordia”.
“Bergoglio es un adelantado a su tiempo, no creo que se entienda la dimensión de lo que es para la Argentina. La Iglesia no va a ser la misma después de Bergoglio, él trasciende la Iglesia, es un hombre de la historia. Ya introdujo cambios, pero creo que de acá a veinte años se va a ver su verdadero paso por la Iglesia y la historia argentina. Los cambios profundo nos son instantáneos, él está renovando y también reestructurando un modo de ver la fe popular, de conectarse con ese Jesús más de barrio. La iglesia, obviamente, no va ser la misma después de Bergoglio”.
Todo arte es político
Sin la decisión de Cristina Kirchner, reconoce Marmo, no hubiera podido concretar el proyecto de esa Evita icónica y omnipresente sobre la ciudad, una idea que surgió en el año 2006, y que se haría realidad, finalmente, en el año 2011. “Nací el mismo día que Cristina, así que no hay nada casual en la vida ¿Viste? ”.
A Marmo se le ocurrió cuando volvía de una muestra en la Recoleta, plagado de preguntas existencialistas, harto de la superficialidad del mundo del arte. “No me bancaba más a esa gente”, se sincera, y recuerda que estaba caminando por la 9 de julio, mirando paredes como siempre, cuando reparó especialmente en esa fachada. “Me acordé del día del renunciamiento, y pensé en poner una Evita ahí. Que sea el sonido de su voz, de su renunciamiento. La obra es haberla visto en ese lugar. Vi en invisible, esa obra ya estaba ahí”.
Entonces, hizo un boceto a mano alzada, lo guardó y lo registró. La idea comenzó a circular y un par de años después llegó a oídos de Cristina Kirchner, presidenta por entonces. Cristina se involucró de lleno en el proceso, inspirada en la imagen del Che Guevara que está en la Plaza de la Revolución en La Habana. Lo oficializó y lo incorporó como intervención artística mediante un decreto que declaraba a Eva Perón como Mujer del Bicentenario. Durante el acto de inauguración, la ex presidenta manifestó: “Vi la imagen del 'Che' representada en el Ministerio en el que él trabajaba y me pregunté: ¿cómo es posible que una sociedad homenajee a un hombre que no es de su país, y nosotros no tengamos un homenaje a una mujer que significó el ingreso de las mujeres a la política argentina, la revolución social más importante de nuestro país?”.
“La obra la construyó el pueblo - dice Marmo hoy - No tiene que ver con una cuestión personal. Para mi esa obra es del pueblo”, asegura este hombre, que cree en al arte como herramienta de transformación social. “Creo en esa forma de hacer arte, pero no creo en que tenga que tener una connotación política partidaria. El arte es inmensidad, es una religión, una fuerza transformadora. Creo en la política del arte para transformar una sociedad. Individualmente, transforma los corazones de la gente. Cuando uno empieza a ver la realidad desde un corazón luminoso, empieza a construir un mundo mejor”.
GP
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