Anne Boyer, poesía, enfermedad y ropas de mujer
Vive con dos gatos que se deslizan y ronronean sobre su escritorio, mientras por las mañanas, tras el desayuno, trata de escribir “todo lo que puedo”. Anne Boyer se ríe casi todo el tiempo, cuando está en su casa, de Topeka, en el Art Institute Kansas City, donde da clases, o en las entrevistas que ofrece en Buenos Aires, adonde llegó por primera vez para participar como una celebrity, en el Festival Internacional Poesía Ya!
Anne, nacida en 1973, luce su cabellera rubia y lacia, y una sonrisa que va perdiendo timidez a medida que camina por el CCK o el Centro Cultural Borges. Luego, posa para la fotógrafa Silvina Frydlewsky, e intenta relajarse. La agenda porteña, en la ciudad donde vivió su admirado Borges, es rica y apretada. Una lectora suya comenta su parecido con la actriz argentina Muriel Santa Ana. Anne dará hoy su clase magistral donde recorrerá la obra poética y ensayística que construyó a lo largo de su vida.
Sus tardes son para leer “todo lo que puedo”, aunque ahora está contando cómo fue ganar el Pulitzer en 2020, un hecho medular del que se anotició por una catarata de mails que ingresó inesperadamente en su celular. Acaba de visitar la librería Grand Splendid y está fascinada. También subió a la cúpula del Pasaje Barolo y presentó su libro Prendas contra la mujer, de Editorial Triana. “El tema de la indumentaria, el asunto de la ropa es muy emocionante, me resulta muy copado hablar de eso. Hay una gran relación entre lo textil y el texto, sus texturas, sus aromas. La ropa es como la magdalena de Proust. Me lleva a la infancia, es una reminiscencia. Al igual que muchas chicas y mujeres yo enfrenté la vida con la ropa de otres, mis amigos, mi abuela, la familia”, cuenta. “La literatura es un repositorio de recuerdos que tiene que ver con la gente que he conocido y las cosas que he hecho”.
“Enterarme del premio fue como si me hubieran robado del transporte público, estaba shockeada, nadie me había contado nada, había aparecido en los medios y no lo sabía porque estaba dando clases online y fue muy extraño. Extraño y perturbador. Me llamaban personas que había conocido en mi infancia, las que me habían hecho bullying, mis amigos, todos me escribían y fue muy difícil ajustarse a esta sorpresa que surgió de la nada”.
En realidad, el Pulitzer llegó por su libro de no ficción Desmorir. Allí, a partir de su experiencia personal con el cáncer de mama, cuestiona la tiranía del sistema de salud capitalista sobre las personas que padecen alguna enfermedad. “No sé si me salvó, pero la escritura es un derecho y debería ser una actividad de la que todos participen. Como la danza o el resto de las artes, es algo que hacen todes les niñes y que después va desapareciendo. Una corre el riesgo de revisitar el trauma, de encuadrarse en la incapacidad, pero finalmente se goza de mucha mejor salud”.
Le cuento que Desmorir es uno de los verbos que se destacan en el ars poética de Juan Gelman, el poeta argentino cuyo hijo Marcelo fue desaparecido por las fuerzas represivas en tiempos de las dictaduras latinoamericanas de los setenta: escribe las paredes de la noche con tu nombre/sirve de nada/sangra seriamente//alma a alma te mira/se encriatura/se abre el pecho para recogerte/ abrigarte/reunirte/desmorirte.
El poema de Gelman es descarnado, como la prosa de Anne. Los textos de ambos coinciden también en pugnar por salir del yo individualista. Están siempre en contexto, son situacionistas. Como le gustan mucho las personas jóvenes, Boyer enseña en el aula “desde la filosofía de Platón hasta la de pensadores contemporáneos, también da talleres de escritura. Mis estudiantes son maravillosos, creativos, brillantes, llenos de energía”.
“Desmorir (undying), en inglés, tiene múltiples significados”, amplía. “La inmortalidad, la obra literaria, un amor que nunca muere, el estado entre la vida y la muerte, zombies, vampiros, almas en pena. Es construir una obra inmortal, un monumento, pero sé que la palabra les genera problemas a los traductores”.
Para culminar cada día, después de la cena, llega una combinación de azar y estrategia con el backgamon, una actividad no tan diferente de la escritura, aunque tal vez sea más comparable al hip hop, porque siempre hay rivales, algo que no sucede tan a menudo con la lírica. “Soy una jugadora obsesiva, no es una partida por noche, son por lo menos tres diferentes”.
También, como el filósofo argentino Rodolfo Kusch, escribe desde la negación del idioma colonizador. “En mi trabajo sobrevuela la noción de antitexto, se sugiere lo que no es. Tesis y antítesis. Es algo que los poetas hicieron siempre, un tira y afloje entre la tensión y el placer, entre lo que se entiende y no, aunque siempre lo hago con el fin de comunicarme”.
Sus preferidos a la luna son “Emily Dickinson, como poeta, y Kafka, en la ficción narrativa. Filósofos como Marx y también todes los filósofos feministas de los siglos veinte y veintiuno. Pero, ay, son tantos los referentes que me cuesta hablar, enumerarlos”. Está explorando la ficción. “La idea es tener la novela pronto. Pero soy poeta, ante todo. Me gusta pensar en el lenguaje y su forma a un nivel elemental, y todo lo que surja se desprende de la poesía”.
Se queda en silencio. Le pregunto por su vínculo con los escritores argentinos. En estos días ha contactado con muchos, ha recibido libros, ha escuchado nombres que quedan resonando, pero todavía tiene que ordenar la nueva información. Eso será, seguramente, cuando vuelva a su casa. “Es otra pregunta difícil, es mi primera vez aquí. Espero que esta visita sirva para forjar esas relaciones con un lugar como Argentina, tan importante para la historia de la literatura mundial, con un acervo muy, muy valioso”.
LH
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