González, Unidos y el campo intelectual argentino de los 80
Este no es un obituario. Es una introducción a una entrevista a Horacio González, guardada en una carpeta de mi computadora por varios años. Lo conocí personalmente una sola vez, cuando lo entrevisté en 2014 en Londres para mi trabajo de doctorado sobre intelectuales argentinos en los ochenta.
En esos tiempos, González era director de la Biblioteca Nacional y la cara más visible de Carta Abierta, el grupo intelectual que trató de sostener teóricamente, aunque un poco en los márgenes (por qué no decirlo), al kirchnerismo. Era la época, también, en que Beatriz Sarlo y González eran invitados frecuentemente a la televisión, en calidad de representantes teóricos de la discusión central de la Argentina, de la que todavía no logramos desembarazarnos: kirchnerismo–antikirchnerismo. La dupla Sarlo-González alimentaba las convicciones de quienes estaban a un lado o al otro de la división, pero ambos le agregaban a la discusión un espesor argumentativo que, imagino, es lo máximo a lo que puede aspirar un intelectual público hoy en día.
Esa dupla no había surgido de la nada, sino que tenía una historia que se remontaba, al menos, hasta los años de la transición a la democracia. González había sido fundador de la revista filo-peronista Unidos en 1983 junto con Mario Wainfeld, José Pablo Feinmann y Carlos “Chacho” Álvarez. Como dice González en esta entrevista, Unidos surgió como contrapunto a Punto de Vista, la revista dirigida por Sarlo en la que participaban los intelectuales que habían sido comunistas (Juan Carlos Portantiero, José Aricó, Carlos Altamirano, entre otros). Punto de Vista se había transformado en la transición, como dijo José Luis Romero, en “el punto de referencia para toda una franja cultural y política de nuestra sociedad”, no solamente porque la revista promovió una renovación teórica en el ámbito de la historia cultural e intelectual, sino también porque articuló ideas que fueron fundamentales en los ochenta: la cuestión de la memoria y la evaluación de los juicios a la juntas, la teorización sobre la democracia y sobre el lugar de los intelectuales. Representó, además, el giro teórico de los intelectuales desde el socialismo revolucionario al socialismo democrático. Por eso, la revista estuvo en sintonía con los primeros años del gobierno de Alfonsín.
Unidos surgió como respuesta a ese vacío teórico que había dejado la derrota de Luder. Alfonsín había ganado las elecciones y los intelectuales ya consolidados, como los que escribían en Punto de Vista, compartían el diagnóstico alfonisinista sobre el valor de la democracia y la cuestión de los derechos humanos. Como me dijo González en la entrevista, todo eso era atractivo para ellos y el peronismo debía dar cuenta de este lenguaje nuevo que se impuso a la salida de la dictadura. “Unidos era en la superficie peronista, pero en el fondo era una revista alfonsinista”.
En Unidos, sostenía González, se hablaba el lenguaje alfonsinista, y eso quería decir que la palabra democracia había permeado también el campo peronista. Pero, tal vez para diferenciarse, desde sus páginas se le objetaba al alfonsinismo su apego a lo formal de la democracia, cuando lo que importaba era la democracia substantiva, es decir, la igualdad. Aquellos en Punto de Vista creían, por el contrario, que el estado de derecho y las instituciones garantizaban el piso para la igualdad, y que sin esa democracia formal no había democracia sustantiva posible (lxs lectorxs pueden encontrar estas posturas en una mesa redonda publicada en Unidos en 1985, donde participaron Altamirano, Aricó y Portantiero en calidad de representantes del Club de Cultura Socialista).
Esa discusión era en realidad sutil: los dos grupos compartían un mismo diagnóstico acerca de la realidad y sus diferencias eran menores que lo que ellos mismos suponían. Como escribió Sarlo, la historia se parece al cuento de “Los teólogos”, de Borges. Por algo también, hubo cierta coincidencia de ideas y derivas políticas más tarde, en el proyecto del Frente Grande comandado por Álvarez en los noventa.
Sigo creyendo, de todas maneras, que a veces esas diferencias mínimas son centrales y pueden constituir identidades políticas. Era importante, por eso, entrevistar a González para reconstruir las distintas posiciones que se definieron los ochenta, tal vez el momento más interesante de las últimas décadas dentro de nuestro modesto campo intelectual. ¿Cómo vivió él la transición? ¿Qué significa ser un intelectual peronista? ¿Cómo pensaba él que podía contribuir a la sociedad? Su recorrido personal, su énfasis en la cuestión nacional, su mirada amplia y su avidez teórica se vislumbran en esta entrevista.
SM
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