La Argentina en el Fondo
Final del Capítulo 1
Una de las relaciones más complicadas que ha mantenido el FMI a través de su historia ha sido con la Argentina. Desde la creación del Fondo, este país ha solicitado veintidós programas y ha caído en nueve cesaciones de pago de su deuda soberana. El FMI ha sido una presencia permanente en la Argentina y esta nación sudamericana ha sido una constante preocupación y foco de tensiones internas en el organismo.
La Argentina de 2013 era sumamente distinta al país en el que nací el 21 de febrero de 1967 y también al que tuve que dejar con mi familia fruto del exilio en marzo de 1977 que, con escalas en varios países de la región, desembocó en México, donde crecimos y nos arraigamos.
En términos positivos, era una democracia dinámica en la cual la histórica presencia del Ejército en la vida política era un factor del pasado.
Pero en la dimensión económica y social, se percibía claramente el deterioro de la calidad educativa, la salud pública, la infraestructura, elementos que en el pasado distinguieron al país del resto de América Latina. Se notaban todavía algunas cicatrices de la crisis de 2001, pese al fuerte crecimiento económico registrado desde 2003 –con un promedio cercano al 8% anual hasta 2008–, que había sido acompañado por una baja inflación hasta 2005 y por superávits gemelos, fiscal y comercial, hasta 2009.
Una vez restablecida la democracia, mi familia viajaba con frecuencia a Buenos Aires. Tiempo después, en la medida en que los estudios, el trabajo y los compromisos familiares me lo permitían, siempre aprovechaba cualquier oportunidad para regresar, pasear, encontrarme con mis amigos y mi familia.
A partir de mi ingreso al FMI –y debido al enfriamiento de la relación entre esta institución y el gobierno–, estos viajes se redujeron a pasos fugaces durante las misiones a Chile, Uruguay y Paraguay.
En estas visitas me sorprendía el anacronismo de la situación macroeconómica, la existencia de restricciones de capitales, tipos de cambio múltiples, controles de precios, que contrastaba con la de la mayoría de los países latinoamericanos que ya registraron inflaciones bajas, apertura de la balanza de pagos, bancos centrales independientes y regímenes de cambio flexibles.
El FMI dejó de ser relevante luego de la explosión de la convertibilidad de fines de 2001 y, sobre todo, del pago de la deuda al organismo decidida por Néstor Kirchner en 2006, que operó como un gesto más simbólico que real de autonomía.
El país no aprovechó los años de abundancia posteriores a la crisis 1998-2002 para hacer las reformas que habían comenzado a encarar varios de sus vecinos para amortiguar el fuerte efecto de los shocks globales.
En la crisis global de 2009 se hablaba poco del FMI en las calles de Buenos Aires, salvo en los discursos de la presidenta Cristina Kirchner que apelaban al enfrentamiento retórico con Washington. Sin embargo, el Fondo le había girado a su gobierno USD2.500 millones durante el reparto de la “moneda” del organismo, los DEG, cuando sus principales miembros decidieron realizar esta emisión de la moneda global para aportar liquidez al sistema financiero internacional durante la crisis financiera global. La Argentina pudo así cubrir parte de su déficit fiscal de 2009.
El problema que tenía el Fondo con el gobierno era menor que en otras épocas donde había programas vigentes, pero grave: desde enero de 2007, primero el gobierno de Néstor Kirchner y luego el de Cristina comenzaron una tarea sistemática de manipulación de los datos públicos que elaboraba el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec).
En paralelo, el gobierno había dejado de cumplir con otra de sus obligaciones como socio del FMI al interrumpir las revisiones del Artículo IV. Los otros países que no cumplían con esa revisión eran Ecuador, Eritrea, Venezuela, República Centroafricana, Siria y Somalia.
El gobierno luego puede tomar en cuenta o no estas recomendaciones, pero la gestión de Cristina Kirchner prefería mantener la imagen de equidistancia con el FMI. Además, cualquier discusión implicaría un conflicto cuando se le planteara al Ministerio de Economía que no podía ocultar los datos de la realidad.
En una de mis primeras conferencias de prensa en el Fondo un periodista argentino me preguntó cuándo regresaríamos a realizar estas visitas y, para distender la situación, le respondí que lo haríamos cuando Independiente, el club de fútbol al que mi padre nos llevaba los domingos a ver a mis ídolos Ricardo Bochini y Daniel Bertoni, regresara a la primera división. Este fue otro de los pronósticos fallidos que realizaría durante mi paso por el FMI, ya que Independiente regresó a primera en junio de 2014, mucho antes de la normalización de las relaciones entre Argentina y el Fondo.
El FMI había intentado sin éxito un acercamiento con la presidenta. De hecho, el último ministro de Economía de su primer mandato, Amado Boudou, le prometió a Strauss Kahn en la asamblea anual de Estambul en 2009 que normalizaría la cuestión de las estadísticas públicas y del Artículo IV, pero fue desautorizado por los Kirchner apenas regresó a Buenos Aires. Al priorizar su carrera política, este economista formado en el CEMA logró que lo designaran como candidato a la vicepresidencia para las elecciones de 2011, cuando Cristina Kirchner obtuvo el 54% frente a una oposición muy dividida.
Esa reelección se produjo en un contexto que comenzaba a ser crítico en términos macroeconómicos –entre 2007 y 2011 habían salido del sistema financiero unos USD80.000 millones y, apenas pasaron esos comicios, se instaló un duro “cepo”–, pero sin que el malestar permeara todavía hacia la mayoría de la sociedad.
Durante su segundo mandato, los indicadores socioeconómicos no fueron positivos para el país; aunque cuesta determinar qué ocurrió por la manipulación del Indec, la inflación, según el índice elaborado por el Congreso Nacional a partir de consultoras privadas (IPC Congreso), fue del 127% en su primer gobierno (2007-2011) y del 177% en el segundo (2012-1015). Por su parte, el nivel de actividad cayó en 2012 y 2014 y creció cerca del 2% en 2013 y 2015 (años electorales); las reservas netas del Banco Central cayeron de USD34.000 millones a un saldo negativo de -USD3.800 millones.
Además, pese a que el gobierno no pudo acceder al mercado voluntario y a que no tenía un crédito del Fondo, el porcentaje de deuda-PBI creció del 39% al 52% entre 2011 y 2015; también, aumentó el stock de deuda pública en términos nominales. Por otro lado, se incrementó levemente la tasa de pobreza y cayó el PBI per cápita, según mediciones alternativas. Claro que no podían responsabilizar al FMI por estos malos indicadores diez años después de haber terminado el último programa con el organismo al que culpaban de todos sus males y problemas.
Principio del Capítulo 2
La Argentina fue el único país grande de América Latina que demoró su ingreso al Fondo hasta el cambio de estrategia de política exterior encarada por el gobierno militar que derrocó al presidente Juan Domingo Perón en 1955. Hasta entonces, el justicialismo intentó mantener una postura de presunta autonomía –la denominada “tercera posición”– que no le evitó ni una crisis ni un fuerte ajuste antes del golpe.
Quien aconsejó este cambio de estrategia fue el asesor del gobierno de facto, el heterodoxo Raúl Prebisch, y quien lo ejecutó fue el ministro Eugenio Blanco, un economista que también presidió el Banco Central.
¿Qué decía el FMI en su balance de 1956 sobre la economía argentina?:
“A pesar de la presión inflacionaria, Argentina mantuvo el volumen de sus principales exportaciones en 1955, pero como consecuencia de la reducción de los precios disminuyeron los ingresos por exportaciones. Esto, junto con un fuerte aumento de las importaciones, derivado principalmente de la necesidad de reponer las existencias agotadas por las severas restricciones de años anteriores, provocó un grave deterioro de la balanza de pagos de Argentina”.
“Los controles de precios, que se habían relajado a finales de 1955, volvieron a endurecerse. También se intentó estabilizar los salarios, pero en febrero de 1956 se permitió un aumento salarial del 10%. A pesar de los aumentos de impuestos, el presupuesto de 1956 seguía arrojando un déficit equivalente a cerca de un tercio de los ingresos públicos totales”.
“El cambio de mayor alcance en las políticas cambiarias se anunció en Argentina el 27 de octubre de 1955. El nuevo sistema comprende dos mercados de cambios: el mercado oficial, con un tipo de cambio fijo y el mercado libre, con un tipo fluctuante determinado por las fuerzas del mercado”.
“Se han suprimido las restricciones que afectaban a las remesas financieras y los movimientos de capital, y estas transferencias pueden hacerse ahora libremente a través del mercado libre de cambios, sin autorización”.
Curiosamente o no, estas definiciones se escucharían una y otra vez en torno de la Argentina en las décadas siguientes, hasta el presente.
Una democracia con deudas
La Argentina cumplió felizmente en 2023 cuatro décadas consecutivas de un inédito proceso democrático sin violencia política, aunque con notables deudas en materia socioeconómica. ¿Qué responsabilidad le correspondió al FMI en este resultado negativo?
El consenso social que se estableció para erradicar a los militares del poder político no se pudo extender para solucionar los problemas distributivos que generan los desequilibrios macroeconómicos del país.
Esta contradicción entre los compromisos sociales adoptados por el Estado y la falta de una base fiscal que permita su sano financiamiento ha llevado a los gobiernos a la excesiva emisión monetaria o a episodios de rápido endeudamiento que terminan en default. Esta falla es la causa fundamental de las crisis recurrentes y de la omnipresencia del FMI en el país. Pero ¿qué responsabilidad le cabe al organismo en los pobres resultados económicos que ha registrado Argentina en las últimas décadas?
De 1982 a 2022 el crecimiento económico per cápita de la Argentina fue casi nulo y su mayor recesión fue en 2002, cuando el PBI per cápita bajó al nivel registrado treinta y cuatro años antes, en 1968. El crecimiento argentino desde los 80 fue el cuarto peor resultado de América Latina, ya que solo superó a Haití, Bahamas y Barbados. Además, durante estas cuatro décadas Argentina experimentó tres desastres económicos (caídas acumuladas del PBI per cápita mayores a 10%) en 1988-1990, 1998-2002 y 2015-2020. También en este período sufrió tres episodios de décadas perdidas (períodos mayores a diez años en los que el PBI per cápita no crece) en 1975-1993, 1997-2006 y 2012-2023.
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