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BRANFORD MARSALIS BRILLÓ EN EL MENDOZA SAX FEST

Un saxo que generó el Zonda

Marsalis,  acompañado por Ernesto Jodos (piano) y Jerónimo Carmona (contrabajo).

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El Mendoza Sax Fest no es un festival de jazz. Aunque su figura principal de esta tercera edición haya sido Brandford Marsalis. Es decir, Marsalis también tocó con Sting (“siempre escuché pop”, dijo en distintas entrevistas) y puede pensar en el contexto de la música clásica. Dentro del cartel destacado también quedó claro esta afirmación: Jorge Retamoza y su diálogo con el bandoneón y, en efecto, el tango y Mauro Ciavattini y su estrecho vínculo con el folklore argentino. Claro está: el saxo y el jazz están íntimamente vinculados y en ese sentido también hubo jazz en las figuras destacadas de Jonathan Helton, Griffin Campbell y el talentosísimo francés Carl-Emmanuel Fisbach. El Mendoza Sax Fest es un festival de música de tradición popular que parte desde el jazz.

En esta tercera edición hubo saxofonistas inscriptos de todo el país y Latinoamérica. En el espacio Cultural Le Park (el gran baterista Oscar Giunta, mendocino de origen, dijo: es como un mini CCK) hubo embotellamiento de estuches. Negros, grises, blancos. Llenos de calcos o de cierres, con las manijas remendadas y algunas tuneadas. Duros y blandos. Colgados como mochilas, elevados como valijas. Chocándose, felices, entre sí. La convocatoria, dijo Emilio Spitz (uno de los organizadores del evento), fue la mayor de todas las ediciones. El estuche del saxo como clave del hilo narrativo del encuentro estuvo presente hasta en los pormenores de los eventos oficiales: Antes de salir del hotel, Fisbach miró de reojo el estuche negro e importado de Retamoza. Jorge se dio cuenta y le sacó el tema. Fisbach sospechó que era más liviano que la media. Retamoza se sacó las gafas negras y se lo pasó. Fisbach afirmó con la cabeza mientras meció al estuche como si fuera el bebé más esperado de una familia.

El Mendoza Sax Fest es intenso. Comienza bien temprano a la mañana y termina después de la trasnoche. No hay tiempo para todas las comidas que aconsejan los nutricionistas. Hubo master-class de las figuras destacadas, seminarios y exposiciones en torno al saxo (fabricación, distribución, auspicios de cañas y boquillas), conciertos formales, jam session en cualquier rincón, cata de vinos, feria de stands con expositores especializados y un show más que los organizadores describen como “el after de cada día”. Una de las últimas líneas que apuntaba el programa de los cuatro días decía: “¿Agotados?, quedan unas horas más para disfrutar”.  

Luego del primer gran concierto que el Festival Sax Fest organizó en el Teatro Mendoza, Mauricio Agüero larga casi susurrando una frase de alegría elocuente: “Que la Sinfónica de Uncuyo haya tocado tantas piezas de saxofón fue como una venganza”. Pareció ser, en efecto, una hermosa venganza. Sonaron, entre otras, “Fantasía para saxofón”, de Heitor Villalobos, “Concierto en Bi Bemol para saxo alto y orquesta de cuerdas en un solo movimiento”, de Alexandre Glazunov y “Escapades”, de John Williams. Mendoza estuvo sitiada por neuróticos del instrumento que, si fuera por ellos y ellas, tomarían por asalto los géneros populares y los reescribirían para su amado instrumento. O al menos esa es la sensación que se desplazó alrededor del Teatro Mendoza, donde casi el 90% de la audiencia andaba con estuches de saxo encima. Durante esa primera noche fue que se dio la primera aparición en público de Branford Marsalis. La imagen, luego de escuchar a las otras figuras del festival (Retamoza, Helton, Campbell y Fisbach) modificó el espacio. Marsalis no es sólo una leyenda, es también una realidad de carne y hueso encarando su sexta década de vida que eligió a la provincia de Mendoza para tocar en Argentina. “¿Pero no viene a Buenos Aires?”, consultaron algunos colegas. La respuesta fue cerrada: no.

Y el que se metió con la pieza de John Williams fue justamente Marsalis. De impecable traje para la ocasión, el que fue invitado como su traductor (el gran músico Ricardo Cavalli) desplegó entre susurros una devolución de la performance justa y cultural: “Cuando hace música clásica no se para en el centro de ella. La construye desde su mundo”. Como era la primera vez de Marsalis enfrentando a miles de saxofonistas adorándolo tuvo que volver al escenario y repetir su pieza. Cuando desapareció del lugar, no hubo una sola butaca del Teatro Mendoza aplastada. Todos estuvieron de pie festejando una visita histórica y de lujo.

Durante el domingo a la noche casi que no se puede creer el trío que espera a Marsalis en el escenario del mismo Teatro Mendoza. Está agotado hace varias semanas. Ernesto Jodos al piano, Jerónimo Carmona al contrabajo y Oscar Giunta a la batería. Un equipo de las estrellas del jazz argentino. Entre el público, hay un muchacho de Salta que dice: “Pensar que Giunta tocó hasta con Herbie Hancock”. De Thelonius Monk a Benny Goodman, de Sonny Rollins a gemas de su autoría como el “Royal garden blues”, Branford Marsalis fue un lujo para los espectadores del show que, de alguna manera, le dio el cierre al festival en relación a la música en vivo.

Ernesto Jodos de espalda, con su gran cabellera larga, maciza y blanca es como un espectro con dones melódicos. Durante esa hora y algo más de música el cuarteto lo miró a él. Branford lo desafió todo el tiempo, tanto retomándole frases como viendo qué tipo de profundidad puede tener un músico argentino para tocar jazz. El saxofonista hizo lo mismo con Giunta, que debe haber tenido una de sus noches más lúcidas de los últimos años desde la batería. “Son así esta clase de músicos de otro mundo”, dijo más tarde Jodos respecto al nivel de conexión que mostró con el cuarteto. “Te incluyen a su mundo y uno debe estar dispuesto a eso. Y muy preparado. Te demuestran un tipo de conexión y atención que no se pueden creer. Mientras tocás, él realmente te está escuchando mucho”. Branford en el cielo con tres diamantes.

Durante las mañanas del sábado y del domingo, Marsalis se dispuso a dar sus clases. Como docente y formador se destacan, desde el minuto cero, dos características fuertes: Estricto pero amoroso. Más allá de las formalidades y de la estructura de la clase, el saxofonista más importante del mundo estuvo decidido a volcar durante más de dos horas reflexión en ambas jornadas, enseñanza, links culturales (citó libros e incitó a la escucha desaforada de música, de mucha música), filosofía musical y un hilo narrativo claro, que lo atraviesa desde hace más de 40 años. Lo hizo en forma de consejo: “No busquen ser innovadores, sean auténticos”.

Y hubo más. De zapatillas, jean y buzo tipo canguro, Branford reflexionó porqué a la gente no le gusta el jazz. Hizo una autocrítica, “los músicos piensan más en la técnica y los solos que en la melodía”, sentenció. Uno de los ejemplos que le dio a otro de los participantes que pasó a tocar en el escenario del Cine Teatro Plaza donde se desarrollaron sus dos master class fue simple: “No trates de editar a Coltrane y Miles Davis, intentá escuchar la canción. Conocela”. Para eso, insistió varias veces, con otros participantes,  hay que escuchar muchas versiones. Y otra vez: mucha música. Vayan a las raíces, aseguró, no van a envejecer. No teman.   

Vivir el Sax Fest, como todo festival, genera piezas de un rompecabezas minuto tras minuto. Ese puzle no da respiro. Algo así: Cuando Mauro Ciavattini habla de música argentina va desde Chango Farías Gómez y Raúl Carnota a Atahualpa Yupanqui y el dúo Coplanacu. En su clase reflexiona, toca y baila. En la master class de Fisbach, una alumna cordobesa le dice que su arreglo es como el chimichurri y él dice que le gusta. A un francés le gusta el condimento estrella del fútbol argentino. A los pocos minutos ya lo está usando como concepto sonoro. Ponele más chumichurri a ese staccato. Retamoza está rodeado de jazzeros y dice algo medio a propósito: “A Piazzolla hay que tocarlo enojado, esas notas tienen que estar enojadas”. El chileno Agustín Moya dice que se encuentra actualmente más cómodo tocando standards de jazz que música de autor, la suya, por ejemplo. En el after del Espacio Arizu, una construcción que estaba abandonada y ahora se llenó de vida, Moya no parece emular la tradición, más bien está desprendido del suelo por más que esas composiciones tengan siglos de vida. Walter Casciani, con un gran don para contar historias, decidió empezar su clase citando una entrevista donde Luis Alberto Spinetta habla de la música. Y un rato después aseguró: “Gato Barbieri fue mi imagen de la libertad”. Jorge Retamoza insistió con Astor Piazzolla durante el sábado a la noche en su brillante show en el coqueto Teatro Independencia. El inicio de su nueva aventura, que lo tiene dentro de un cuarteto, buscando el abrazo del tango, y en pleno diálogo con el bandoneón (el cuarteto se completa con piano y contrabajo) tuvo con ver con dos piezas del disco que Piazzolla hizo con Gerry Mulligan. Y Retamoza vuelve a hacerlo a propósito. Cuenta el cimbronazo que provocó Astor cuando volvió de Francia e insertó la guitarra eléctrica en su música. Irónico, toca con el saxo una música capitaneada por aquel bandoneón trascendental. Cada pieza de este rompecabezas pasa, en efecto, a través de un saxo.

Tené cuidado y no respires mucho, se viene un Zonda, dijo Hugo Berón (guitarrista, parte del staff del festival). Ese viento caliente que, por la cordillera y algunos otros milagros de la naturaleza, llega fuerte desde Chile. A los pocos minutos, Branford Marsalis pasó por atrás de Hugo. Las casualidades no existen.

FA

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