Todos tratan de estar menos solos
La historia es más o menos esta: años después de un colapso inédito, el planeta quedó dividido en unas pocas “hegemonías regionales”. En casi todas partes, el uso de la inteligencia artificial está fuertemente limitado. Pero en Buenos Aires, capital administrativa de Brasil del Sur, la autoproclamada Refundación gobierna bajo los preceptos del ProTeLiTA (Programa Tecnológico Libertario para el Territorio Austral, pergeñado por las autoridades de Brasil Central), el último bastión de lo que se conoce como el libre albedrío de las máquinas. El “mercado de la ausencia” se abastece de productos como Homogram, un desarrollo que permite invocar versiones materiales de los muertos basadas en sus archivos de experiencia. Hay también un zoológico de autómatas, Parque Lamarck, donde se tensan los límites éticos de la vida artificial y donde una familia de neandertales pasa sus horas confinada en un recinto de exhibición. Hay un emprendedor que quiere instalar un programa de reactivación demográfica sin amor ni dolor, a través de una “red nodal de matches” que definirá las mejores oportunidades reproductivas. A todo esto, los protagonistas de la historia buscan mantenerse a flote, no caer del lado de la “clase inutilizada” que languidece en los monoblocks. Y todos tratan de estar menos solos.
Escribo esto mientras escucho “G3 N15”, una hermosa balada del último disco de Rosalía. Al final del track se escucha a una señora grande que habla en catalán, la abuela de la cantante. Ante la pregunta de su nieta, dice que primero está Dios y después la familia, siempre la familia, y me doy cuenta de que mis dos novelas –Un futuro radiante, de 2016, y ahora Brasil del Sur– son relatos familiares ambientados en contextos distópicos (aunque, como dice uno de los personajes del libro citando a un gurú de Silicon Valley, “utopía y distopía son categorías intercambiables en función de los valores de cada uno”). Esa gran ruleta universal es la que determina tu dieta, tu formación, tu acceso a bienes y servicios, tu red de vínculos. No es discurso anti-meritocrático, hablo de lo que se hereda en el sentido total del término. Qué hacés con eso que te tocó en suerte en los años que vas a habitar la Tierra. Qué tan lejos de ese núcleo original vas a llegar. Qué mandatos vas a honrar, con cuáles vas a romper.
Escribí el primer tercio de Brasil del Sur en el otoño de 2018 y retomé el borrador en el verano de 2019. El confinamiento me ayudó a avanzar rápido con la última mitad. Por esos días, varios lectores recordaron imágenes de Un futuro radiante, que describía una Buenos Aires vacía, y me decían que la ciudad en pandemia los había llevado a la novela. En realidad, uno podía ver rastros de Ballard, McCarthy, Dick, Atwood, Oesterheld, Ishiguro y de un montón más en cualquier calle desierta, en los puentes en pausa, en los semáforos titilando para nadie, en los animales que tomaban las urbanizaciones mientras buena parte de la humanidad vivía en internet. Pero ninguno de esos autores escribió ficción especulativa, ninguno intentó desentrañar “cómo va a ser el futuro”.
La mejor ciencia ficción habla del tiempo al que pertenece, solo que mirado a través de un prisma apenas deformante, algo que se corre ligeramente de foco y provoca un efecto en cadena en los sentidos: el mundo que tenemos delante es el mundo que conocemos observado de nuevo, entonces cada elemento adquiere otro tono, otra textura, inclusive otra función. Y los que dan vida y significado a esa realidad alternativa y evanescente son los seres que la habitan, los personajes de las historias, que lidian como pueden con las condiciones que les fueron dadas. Igual que casi todos nosotros desde el momento en que llegamos a este mundo.
PP
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