Cuando el fútbol es una fiesta
Ochenta y siete mil ciento doce espectadores en el imponente estadio de Wembley, en Londres, y quienes estuvimos ahí damos fe: no dejó de sonar el bombo argentino al canto de “vamos, vamos!” ni uno sólo de los 90 y pocos minutos de juego.
Un ambiente de fiesta que comenzó con el último sol de la tarde del día más largo del año, con argentinos, italianos y bangladesíes peregrinando por la larga peatonal –el mítico Wembley Way- que conduce desde la salida del subte hacia la majestuosa escalera del ahora ultra moderno estadio, más conocido como la catedral del fútbol por su historia, escenario en su vieja encarnación de inolvidables momentos de nuestra propia historia futbolística. Desde Miguel Angel Rugilo, el león de Wembley, pasando por Ratin negándose a retirarse del campo aduciendo que no entendía el idioma, al más reciente paso de Mauricio Pocchetino como técnico de Tottenham Hotspur, club que jugó de local en Wembley porque su propio estadio estaba siendo renovado. Wembley significa algo para la argentina futbolera y ahora quizás se haya agregado una proeza inolvidable.
Los argentinos y argentinas y argentines vinieron de todas partes. Algunos, por supuesto, locales. Pero también estaba el padre con dos hijos en edad escolar que se tomaron una semana de vacaciones desde Carlos Paz. Los dos jóvenes argentinos que hace un año trabajan en un hotel en Israel, muchísimos más radicados en Europa que se acercaron. Claudio Paul Caniggia que regresaba de Doha, y organizó una pequeña charla ‘impromptu’ en un restaurant cerca de la catedral de St Paul’s para un grupo reducido de más argentinos. Camisetas celestes y blancas paseando por Piccadilly Circus, camisetas celestes y blancas salpicando Hyde Park, y este miércoles finalmente todas congregadas en la meca que las convocó. “Son los colores del cielo” explicaba una mujer a un interlocutor de otra nacionalidad entrando el estadio.
El apoyo de la hinchada hacia argentina fue constante y pícaro. “El que no salta es un inglés” se dejó oír bastante. Por whatsapp me preguntan desde Argentina cuál es la reacción de los ingleses. ¿Saben lo que cantamos? Pero no hay ingleses casi en este auditorio – la Finalissima, un híbrido de amistoso y Copa inventada, un hiperamistoso con premio, casi no tuvo difusión local. Las entradas se agotaron prácticamente al salir a la venta, pero entre aficionados con conocimiento de causa. Un editor de fútbol de un medio importante sólo se enteró del evento este fin de semana último, mientras que un grupo de hinchas muy seguidores de fútbol internacional preguntaron a los 45 minutos qué final es la que se está jugando en Wembley.
Y es que esta semana los temas de fútbol que permearon la agenda de noticias en el Reino Unido –los que recibieron atención y comentarios fuera de las secciones deportivas– fueron la debacle de la final de la Champions League en París, con la policía francesa agresivamente detonando gases lacrimógenos sobre el público pudiente que incluía niños, ancianos y lores (como involucra a un club inglés, Liverpool, las repercusiones siguen en agenda) por un lado, y Escocia que hace 24 años que no juega un mundial y recibió a Ucrania en casa por una chance de clasificar para Qatar 22. Los noticieros anclados en la narrativa de Ucrania; lágrimas y fútbol y mucha emoción.
Pero la Finalissima, este “revival” de los campeones sudamericanos contra los campeones europeos, pasó casi desapercibida por la capital que fue anfitriona. Excepto para los casi noventa mil que asistieron, por supuesto, entre ellos el legendario escritor de fútbol Henry Winter quien se mostró visiblemente conmovido por la atmósfera que genera la ya famosa pasión argentina. No puedo resistir tuitear que muchísima gente en Wembley pide la camiseta de Messi. La última vez que una camiseta 10 argentina tuvo tanta demanda en Londres se vendió por 7 millones de libras.
Los tres goles fueron como cerezas en una torta que de todos modos ya era deliciosa. Cada uno coronó jugadas de armonía y pases y colaboraciones entre Messi y sus amigos, despertando rugidos más intensos, incrementando el bombo, y esbozando sonrisas casi relajadas en los jugadores. El primero, un pase maestro del maestro, allanando el camino para un partido relajado. El último, sobre la hora, cerrando una noche mágica.
En la conferencia de prensa después del juego, Mancini, el técnico italiano, contestó una sola pregunta en ingles. They played better than us dijo. Jugaron mejor que nosotros. Scaloni fue humilde, como suele serlo, y dijo que ya empieza a preocuparse por el próximo partido.
Pero la alegría generada por el juego va más allá del resultado. Por supuesto un tres a cero es fantástico, y ganar una copa lustra el ego y genera confianza de cara al mundial. Pero las noches como este primero de junio en Londres, con Wembley vestido de argentino, rescatan el placer máximo de la nobleza de jugar bien. Jugar lindo. Disfrutan los jugadores y disfruta el público. Disfrutan los argentinos y disfrutan los bangladesíes. (Y quién sabe también un poquito los italianos). Porque fue un amistoso con premio, pero en el que no se arriesga nada, en un estadio magnífico, con un grupo de jugadores que están en un momento excelente de sus trayectorias individuales y como plantel. Jugaron fútbol excelente. Y el público estuvo a la altura.
CC
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