Blanchard, Krugman y el origen de la inflación
Olivier Blanchard, ex jefe de economista del FMI, prendió la mecha. Dijo, palabra más palabra menos, que la inflación podía caracterizarse como el resultado de un conflicto distributivo entre precios (empresarios), salarios (trabajadores) y los impuestos (contribuyentes). La inaceptable implicancia para muchos ortodoxos: la inflación no es en todo tiempo y lugar un fenómeno únicamente monetario, el famoso dictum establecido por Milton Friedman. La discusión se extendió, fundamentalmente por Twitter, gracias a la intervención calma y reflexiva de varios economistas famosos, entre ellos Paul Krugman y el argentino Iván Werning, y luego se agregaron algunas críticas interesantes de los defensores del monetarismo.
El argumento original es simple. Cuando un grupo intenta hacerse con una parte mayor de la “torta” de un ingreso nacional fijo aumentando su precio, puede disparar una reacción del resto para recuperarla ajustando su propio precio. Mayores salarios, por ejemplo, dudosamente dejen impávidas a las firmas que ven perder sus beneficios, y la respuesta más natural será trasladar el mayor costo automáticamente a los precios de los bienes que venden, volviendo al punto de partida. Si los trabajadores presionan más fuerte aún en una segunda vuelta, el resultado será una espiral de precios y salarios que quién sabe dónde termina.
Bueno, quizás sobresimplifiqué la idea. En la práctica estas espirales son poco comunes, y además deben estar sustanciadas por alguna causa concreta que las dispare. Otra limitación evidente del análisis es que no explica la deflación: no es fácil imaginar que de repente los actores económicos deseen tener menos participación en la torta. En todo caso, podemos usar la idea de Blanchard (que, para ser justos, tiene antecedentes reconocibles en la escuela poskeynesiana) como un complemento para entender un fenómeno rodeado de complejidades varias.
Conviene notar que la hipótesis del conflicto distributivo representa a la inflación como un fenómeno de ausencia de coordinación. Krugman en un artículo reciente revive una metáfora debida a William Nordhaus. La mayoría hemos estado en la tribuna popular de una cancha de fútbol. Allí la gente puede ver el partido sentada en los escalones (equilibrio bueno), o de pie (equilibrio malo). Cuando ante una jugada de peligro unas pocas personas se levantan, pueden ocurrir dos cosas. En un país donde “lo normal” es ver el partido sentado, todos esperarán que esos pocos ansiosos vuelvan a sentarse enseguida. Permaneceremos en el buen equilibrio. Pero en un país donde la experiencia dicta que la gente no se vuelve a sentar, el resto comenzará a pararse para poder ver mejor. El punto a remarcar es la asimetría entre pararse cuando estamos sentados, y sentarse cuando estamos parados. El primer equilibrio es “inestable”, y el segundo es estable. Pararse con todos sentados puede desencadenar contagio, sentarse cuando están todos parados solo produce pérdidas individuales en la visual. Krugman extiende con astucia la analogía a la política monetaria. Una política monetaria pura (aumentar las tasas de interés) equivale a obligar a que el juego no tenga situaciones de peligro (nadie se pondrá de pie), mientras que operar sobre el público tratando de que se sienten se asociaría a una política de ingresos. (En algunas canchas se intentaba coordinar la sentada al grito de “¡abajo!”, no siempre con éxito y muchas veces creando nuevos conflictos).
La analogía futbolera no es suficiente para pensar el origen de la inflación (puede ser casi cualquier evento que llame la atención), pero ayuda a comprender el problema de la inercia inflacionaria. La inercia puede interpretarse como una situación en la que ya estamos todos de pie. No se conoce a los “responsables” que se pararon primero, y obviamente identificarlos y hacerlos sentar no resolvería el problema, porque el resto sigue parado.
Otro punto interesante que brota de este ejemplo es el problema de las expectativas. Varios economistas abrazan la hipótesis de que los agentes forman sus expectativas racionalmente. En la metáfora que nos ocupa, esto implica que cada participante sabe que, si se pone de pie, todos harán lo propio y a la larga no habrá ganancia para ninguno. En la economía, un sindicato que pide un mayor aumento nominal podría no lograr nada en términos reales si sabe que este aumento de los costos se trasladarán a precios. Ergo, el espectador jamás se parará para ver mejor, y el sindicalista jamás solicitará un aumento para lograr un mayor salario real para sus representados.
¿Pero podemos confiar en las expectativas racionales? En contextos estables (es decir, sin inercia previa), es natural esperar que un exaltado de la tribuna pronto note su error y lo modifique sentándose. Pero en contextos donde muchos se paran (se “equivocan”) al mismo tiempo, se necesita una acción más concreta para corregir el problema. A veces ciertas reglas institucionales sugieren una solución, como cuando se instalan cómodas sillas que apuntan a que ése es el estado natural para ver un partido.
En el plano inflacionario, las reglas institucionales son importantes para sostener la estabilidad, pero estas normas tienden a consolidarse con el paso del tiempo, y por lo tanto no alcanzan para resolver problemas de inestabilidad recurrente. Es por eso que entender el conflicto distributivo en sus diferentes dimensiones y variantes es crucial para encarar un proceso de estabilización que considere todas las formas que adopta el fenómeno inflacionario. El gran provecho de la discusión de Blanchard, Krugman y compañía es que “oficializa” la hipótesis de conflicto distributivo con varios economistas de renombre, descartando de plano la idea de que la hipótesis de conflicto distributivo (o de falta de coordinación) provenga de un pensamiento aislado y extravagante de algunos economistas “locales”.
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