Inflación desbocada, ¿pero en vías de controlarse?
En abril, la inflación fue de 4,1%, acumulando 17,6% en los primeros cuatro meses de 2021. De esta forma, tuvimos el peor arranque de año desde 2016, cuando la suba de precios había superado el 18% en este período, devaluación y ajuste de tarifas mediante. Con estos números, se consumió más de la mitad de la meta oficial de este año, que ya parece imposible de cumplir: la inflación arrancó 2021 en niveles anualizados del 60%, duplicando al 30% objetivo del Presupuesto.
En 2018 y 2019, esta variable acumuló cerca de 50%, zona donde es probable que termine este año. Sin embargo, más allá de que el porcentaje agregado será similar, la dinámica es muy diferente. Por caso, en la segunda mitad de la gestión Cambiemos, los motores eran tan claros como inmediatos: las sucesivas devaluaciones y ajustes de tarifas de servicios públicos explicaban gran parte de la aceleración inflacionaria. Aunque no por esto la caída del salario real se volvía más tolerable, el proceso desinflacionario era más lineal: en cuanto se relajaban las tensiones cambiarias o la quita de subsidios, la suba de precios también cedía.
En este sentido, sobresale que la inflación mensual pasó de 6,5% en septiembre de 2018 a 2,5% en diciembre de ese año. En la misma línea, se redujo de 6% mensual en septiembre de 2019, luego del salto cambiario pos-PASO, a la mitad en octubre. Por el contrario, en la actualidad, la inflación mensual ya lleva más de un semestre por encima del 45% anualizado y no pareciera que fuese a bajar rápidamente. La confluencia de varios motores “pequeños” y constantes explican esta persistencia, que, lamentablemente, está postergando el proceso desinflacionario. Analizar qué factores están detrás de esta aceleración ayudará a precisar cuándo podría empezar a revertirse.
En primer lugar, está la “pesada” inercia, cada vez más complicada de desarmar: en tres de los últimos cuatro años (2018, 2019 y este 2021), la inflación superará cómodamente el 40%. En consecuencia, su “velocidad crucero” se habrá mudado de la zona del 2% en el período 2012-2017 a la del 3% en la actualidad. Por lo tanto, aun cuando no haya grandes movimientos en los drivers inflacionarios, la suba de precios rondaría este nivel.
A la vez, está el factor cambiario. Si bien el dólar oficial viene subiendo por debajo del nivel general de precios desde febrero, cada vez hay más importadores que tienen que traer sus mercancías del exterior con divisas propias, es decir, con divisas compradas en el mercado paralelo -en virtud de no presionar sobre las Reservas del Banco Central-. Por lo tanto, el tipo de cambio efectivo importador, que podemos pensarlo como la suma ponderada entre las compras de las empresas que pueden conseguir dólares a 95 pesos y aquellas que los compran a 150, está aumentando en los últimos meses, aun cuando los tipos de cambio oficial y paralelo permanezcan relativamente quietos.
En tercer lugar, está el efecto flexibilización de la cuarentena. Entre noviembre y abril, el rubro Hoteles y Restaurantes acumuló una suba en torno al 30% (70% anualizado), valor similar al del capítulo Esparcimiento. Estos factores están descomprimiéndose en las últimas semanas, y de ahí la baja de la inflación de abril respecto de marzo; sin embargo, su impulso continúa siendo considerable, sobre todo al analizar la tendencia más que un dato puntual. Por lo tanto, también le corresponde una mención.
Por último, aparece la inflación internacional. El aumento de commodities, que nos ayuda en el frente externo a través de la mejora del valor exportado, nos complica en esta materia. Por caso, en Estados Unidos, la inflación acumuló 2% en el primer cuatrimestre de este año, casi duplicando al total de 2020 (1,3%). A la vez, la inflación de abril (0,8%) fue la más alta desde junio de 2008, marcando que las presiones globales están a la orden del día. En tanto, la inflación alcanzó 2% en el primer trimestre en Brasil (todavía sin datos de abril), casi cuadruplicando al 0,5% acumulado entre enero y marzo de 2020. Aunque en niveles mucho más bajos que los de Argentina -en menos de dos meses, los precios suben en nuestro país lo que en todo el año en Estados Unidos o Brasil-, el aumento de precios está convirtiéndose en un problema global, con su debido impacto a nivel local.
El mal arranque de 2021 está configurando un escenario particular, donde los tres grandes precios de la economía argentina se están atrasando simultáneamente: el tipo de cambio oficial, las tarifas de servicios públicos y los salarios están corriendo por debajo del nivel general de precios. Considerando la experiencia reciente, esto nos garantiza que la inflación seguirá alta, aun cuando los motores antes mencionados se relajen.
En los próximos meses, la inflación se desacelerará. La salida de la cosecha gruesa en un contexto de precios récord traerá agrodólares que permitirán descomprimir la cantidad de importadores que compran sus divisas en el mercado paralelo. A la vez, el efecto flexibilización cuarentena se iría diluyendo en las próximas semanas. Por último, las presiones internacionales podrían moderarse, en un contexto en donde muchos commodities -soja, por ejemplo- están llegando a sus techos históricos. Como resultado, la suba de precios se relajaría en los próximos meses, aunque no perforaría el 3% mensual, al menos, hasta entrado el segundo semestre.
En este marco, la suba de precios rondaría el 45% en 2021. Esto implica una baja en los próximos meses, ya que si la inflación repitiera los valores del primer cuatrimestre terminaría el año cerca del 60%. Sin embargo, esta baja no sería sostenible: pasadas las elecciones, se hará difícil mantener al dólar oficial planchado, en un contexto de Reservas netas escasas, y seguir aumentando el gasto en subsidios en medio de un acuerdo con el FMI. A la vez, el poder adquisitivo podría haber encontrado su piso, exigiendo algunas mejoras luego de cuatro años en rojo. En consecuencia, la inflación se re-acelerará y 2022 no arrancará con buenas noticias en este frente.
MR
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