Dólar, elecciones y después: la pelota está en el Fondo
Las devaluaciones pos-electorales son una casualidad recurrente en nuestro país. Por distintos motivos y con distintos resultados, el dólar saltó después de las cuatro elecciones que tuvieron lugar entre 2013 y 2019. Previendo este escenario, en las últimas semanas reaparecieron las tensiones. Aunque el tipo de cambio oficial siguió moviéndose lentamente en julio (subió menos de 0,7% en las primeras tres semanas), el dólar blue saltó más de 10% y la brecha pasó de la zona del 75% a la del 90%. A la vez, preocupado por estas presiones, el Banco Central endureció los controles sobre los tipos de cambio financieros a comienzos de mes, impidiendo una suba mayor.
Ahora bien, la historia no es lineal y esta vez será diferente, afirman desde el Gobierno. ¿Qué razones hay para pensar que podría serlo? ¿Por qué no, qué tienen en mente los que proyectan una devaluación? Contraponer los distintos argumentos nos permitirá entender un poco más a ambas partes y precisar el panorama, para así intentar llegar a una conclusión.
La primera variable que suele analizarse en estos casos es la competitividad. Cuando el dólar está barato, la industria tiene problemas para operar, ya que sus costos se ubican por encima de los de otros países, de modo que las importaciones se abaratan relativamente y un ajuste cambiario ayuda a nivelar las cosas. A precios de hoy, el tipo de cambio oficial estaba a 65 pesos antes de las devaluaciones de 2013, 2015 y 2017. No pareciera entonces haber razones para un salto por este lado.
Por otra parte, los movimientos cambiarios suelen acelerar la inflación, golpeando al poder adquisitivo y afectando al consumo y al nivel de actividad. Después de un arranque muy complejo en la materia, la suba de precios pareciera haber empezado a bajar en los últimos meses, acercándose a la zona del 3% mensual. En la misma línea, reapertura de paritarias mediante, los salarios formales se aprestan a tener su mejor semestre desde 2017. Esta recuperación fortalecería al nivel de actividad, que también mejoraría en los próximos meses. Un salto cambiario borraría todos estos avances, argumentando a favor de la estabilidad pos-electoral.
Las razones no son sólo de tasas: también son de niveles. Mientras que en las devaluaciones comparadas la inflación acumulaba poco menos de 30% en los últimos doce meses, en la actualidad está por encima del 50%. A la vez, los salarios formales eran un 20% más altos que en 2021, en tanto que el nivel de actividad estaba, en promedio, casi un 10% por encima de la actualidad. Otra vez, motivos para no ajustar el tipo de cambio después de noviembre.
En otro orden, sobresale que las reservas netas casi se duplicaron en el primer semestre, acercándose a los U$S 8.500 millones. Mejor aún, el ingreso de divisas que reportará la aplicación de Derechos Especiales de Giro que realizará el FMI en agosto traerá U$S 4.500 millones más, devolviendo a este stock fundamental a los niveles pre-pandemia. Sin embargo, a pesar de estos avances, esta variable sigue un 40% por debajo del promedio 2011-2019, marcando que el poder de fuego para contener al dólar es limitado. Y acá el panorama empieza a cambiar.
Entre septiembre y diciembre, hay vencimientos de capital por casi U$S 5.000 millones con el FMI, que sin un acuerdo tendrían que cancelarse con reservas. Además, es probable que el Banco Central intervenga en el mercado de cambios oficial y paralelo en los próximos meses, en pos de contener las tensiones pre-electorales, debilitando todavía más a este stock. En respuesta, esta variable terminaría el año cerca de los U$S 5.000 millones, un valor crítico.
Reforzando el argumento devaluatorio, aparece el calendario de vencimientos con el Fondo: en 2022 hay que compromisos por casi U$S 20.000 millones, es decir, más del doble de las reservas netas actuales. El acuerdo, entonces, parece inevitable. Mirando lo que pasó en 2018, podríamos pensar que el organismo multilateral exigirá menores intervenciones del Banco Central en el mercado de cambios a cambio de su firma, sinónimo de una devaluación, tal como lo hizo en 2018.
Sin embargo, en abril de 2019 el FMI flexibilizó esta postura, permitiendo algunas intervenciones. A la vez, la pandemia y el cambio de autoridades parecieran haberle hecho rever algunas posiciones al Fondo, volviéndolo un poco más pro-regulaciones. Aunque este organismo sigue siendo un enemigo del cepo y los esquemas de restricciones, es posible que exija un desarme paulatino de estos, no inmediato como hubiera demandado algún tiempo atrás. Del otro lado, los vencimientos “fuertes” con los acreedores privados recién arrancan en 2024, de modo que hay oxígeno por este lado.
La dinámica de la inflación y del nivel de actividad juegan a favor de la estabilidad cambiaria después de las elecciones. A la vez, a pesar de las subas de impuestos y aumento de la brecha de productividad de los últimos años, la competitividad tampoco exige una devaluación. Al mirar las reservas netas y los vencimientos de deuda, la situación cambia, y la demanda de dólares empieza a sobrepasar a su oferta. La pelota está en el Fondo: habrá que ver si decide salir jugando, lentamente, o la revienta para arriba.
Economista jefe de Ecolatina
MR/WC
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