El programa Potenciar Trabajo, contado por sus beneficiarios: “No compite con el trabajo en blanco; acá no llega”
El olor es el de la tierra mojada. Cientos de metros cuadrados de tierra mojada en este barrio de terrenos amplios y casas bajas que la cámara de Google Maps no logró rastrillar. El ruido es, sí, el de la lluvia, pero sobre todo el de la descompresión repentina de gas y de pies que aplastan botellas de plástico. La imagen es la de ocho personas al fondo de un galpón que separan y acondicionan el material reciclable que fueron recolectando en el barrio en los últimos días. Esta mañana están concentrados en los sifones de soda. Separan primero el pico y la base, después con una pinza o un cuchillo desprenden la pieza de aluminio que sella el cuello de la botella. En un balde juntan las varas plásticas que vertebran los sifones y en un bolsón, el plástico cilíndrico convertido en una lámina a fuerza de pisotones.
—Hoy no salimos por la lluvia. Si no, ellos tienen cuatro carritos con los que hacen puerta a puerta. Van casa por casa levantando material reciclable que después seleccionamos: botellas de vidrio enteras acá, botellas rotas por allá, plástico de color ahí, blanco en este, aluminio.
El que habla es Diego Delfino, coordinador del polo de reciclaje que la organización Barrios de Pie tiene en Burzaco, partido de Almirante Brown. En este lugar trabajan, en diferentes turnos, 20 personas que cobran el programa Potenciar Trabajo, que ofrece la mitad del salario mínimo vital y móvil —es decir, $14.580 en septiembre— por una contraprestación de cuatro horas diarias.
Lorena Leiva está acuclillada sobre unas botellas, en el espacio que queda más o menos despejado entre los carros refugiados bajo techo, los bolsones gigantes y el poco mobiliario del lugar: un sillón cubierto con una manta y una mesa ratona sobre la que hay una radio. “Yo soy artesana y entré al programa porque necesitaba un ingreso extra. Además, acá hay muchas cosas que se pueden reciclar o usar para hacer adornos que después vendo en la feria”, dice la mujer, que también pinta y vende cuadros. “Trabajo de 8 a 12 acá y la tarde me queda para hacer otras cosas”. En eso todos coinciden: necesitan “complementar” el ingreso que reciben del Potenciar Trabajo, y cada uno encuentra la forma. Uno se lleva botellas de vidrio para hacer vasos, otros cortan el césped, hacen reparaciones, venden comida o ropa en una feria americana.
El programa Potenciar Trabajo (que es la síntesis de Hacemos Futuro y Proyectos Productivos Comunitarios) se creó en marzo de 2020 y se fue ampliando hasta llegar a los 1,1 millones de beneficiarios, la mitad de ellos en la provincia de Buenos Aires. Bajado al territorio por distintas organizaciones sociales, este programa incorpora de algún modo la idea de “empalme” que busca instalar el Gobierno como un eje de gestión a futuro. Salir gradualmente del modelo de asistencia para ir hacia uno de trabajo genuino. Una idea tan recurrente como fallida hasta al momento; atada a la suerte de la macroeconomía argentina.
“Este programa no compite con un trabajo en blanco; acá no llega”, resume Delfino. Cuenta que algunas de las personas de su equipo no tienen la educación primaria o secundaria terminada, algo que dentro del programa se alienta a retomar, pero que en muchos casos el programa aparece como única alternativa incluso para quienes tienen cierta historia en el mercado de trabajo. Se pone a él mismo como ejemplo.
—Yo soy impresor gráfico y chofer de camión con registro profesional; no hay trabajo. Antes yo estaba del otro lado, los veía a ellos de otra forma. Estaba arriba de un camión, me cortaban la calle y no sabía qué estaban reclamando. Hoy estoy de este lado, reclamando, capacitándome y trabajando para salir adelante. Decís wow, cómo giró el mundo.
Delfino sueña con tener una máquina trituradora de plástico que les permita procesar lo que recolectan y venderlo como materia prima a la industria. Ese proyecto ya está presentado ante el Ministerio de Desarrollo Social, que tiene una línea de subsidios no reintegrables destinada a comprar equipamiento para proyectos comunitarios.
Nilda Chamorro, referente de Barrios de Pie y directora de Abordaje Territorial del Instituto Economía Social de Almirante Brown, piensa que ahí puede estar la clave de un “empalme” posible: hacer crecer las distintas cooperativas de modo que generen ingresos propios y los redistribuyan internamente, reduciendo la dependencia del Estado.
A 30 cuadras del polo de reciclaje, en el barrio de Longchamps, otro grupo de diez beneficiarios del Potenciar Trabajo hacen funcionar una panadería inaugurada hace tres meses. Noelia Paladea es una de ellas. Sobre una mesa de acero inoxidable reluciente, tiene tres capas de un bizcochuelo de vainilla que va montando con pericia mientras habla con elDiarioAR. En el primer piso, dulce de leche y frutillas cortadas en láminas prolijas.
“Nunca tuve un trabajo registrado, siempre en negro”, dice mientras embebe con almíbar uno de los discos. Tampoco había tenido nunca, hasta hace tres meses, un plan social por fuera de la AUH para su hija, hoy mayor de edad. Paladea trabajó durante muchos años como empleada doméstica cama adentro en una casa de Vicente López, en la que su patrón —abogado— le aseguraba que si la registraba iba a perder la asignación, lo que no es cierto.
Todo lo que sabe de repostería lo aprendió por internet, oficio que le permitió sumar un ingreso vendiendo “cosas dulces” en su barrio. Esas cosas que ahora tientan detrás de una vitrina nueva—tartas de fruta, budines, alfajores de maicena, pasta frola— y que con la pandemia y el cese de las celebraciones sus vecinos le dejaron de encargar. Con la pandemia también se le cortó su trabajo de limpieza en casas particulares. “Costó sobrevivir”, dice como resumen del último año y medio.
Chamorro cuenta que, con la pandemia, se disparó la cantidad de pedidos de ayuda. “En cada centro comunitario que teníamos nos encontrábamos con vecinos que se acercaban a buscar viandas y a su vez pedían trabajo porque habían cerrado todo y habían perdido la changa”. Por eso muchos de los beneficiarios de Potenciar Trabajo son personas que tienen experiencias laborales previas y saberes específicos. “Nosotros tenemos un relevamiento de los compañeros que necesitan la ayuda y cuando salen cupos del Ministerio vamos viendo qué podemos hacer. En este caso vimos que teníamos muchos compañeros que tenían experiencia en panadería y armamos este proyecto, pero tenemos más de 1.000 compañeros en el municipio en distintas áreas como carpintería, reciclado, textil, limpieza y acondicionamiento de los barrios y espacios públicos”, apunta.
Ezequiel González, de 31 años, abre el horno industrial y saca dos enormes bandejas con cremonas y libritos que impregnan el aire con olor a pan. Todos los días comienza a amasar a las 6 de la mañana, cuando llega desde su casa ubicada en el barrio aledaño de Glew. Ya trabajó antes en una panadería, cuando tenía 18 años, y después en una fábrica de colchones, donde sufrió un accidente que lo hizo dejar. “Después intenté buscar algo en blanco, pero ya fue muy complicado, había menos trabajo. Hice trabajos de albañilería, changas para mantenerme”, cuenta. Era 2018 y la economía argentina ya estaba sumida en la recesión. Hace un año, durante la pandemia, González se anotó e ingresó en el programa donde lo asignaron, primero, a la cocinar de un comedor. Su mujer, con quien tiene tres hijos, también recibe el Potenciar Trabajo y él dice que con la suma de los dos programas les “alcanza bastante bien”.
Respecto de la contraprestación que se les exige a los beneficiarios, Chamorro dice que depende de las necesidades de cada proyecto. No hay un control del Estado sino que la gestión diaria queda en manos de las organizaciones sociales, que tienen responsables de cada área y proyecto. “Somos solidarios entre todos y si hay, por ejemplo, una compañera que está a cargo de los hijos y no puede venir todos los días, le decimos dos o tres veces por semana”, explica. En el caso del centro de reciclaje de Burzaco, por ejemplo, una compañera no podía asistir todos los días y decidieron integrarla convirtiendo su casa en un “ecopunto”, donde ella recibe y clasifica materiales.
—¿Pero hay casos, como suele decirse, de personas que cobran el plan y no aparecen?
—No. Eso acá por lo menos no pasa, gracias a Dios —asegura Chamorro.
Noelia termina de armar los tres pisos de la torta y la decora con copos de crema, maní en los laterales y una frutilla que corona. Es la tercera que hace en lo que va de la mañana y, antes de seguir con otra preparación, limpia la mesa de acero inoxidable hasta dejarla reluciente. Afuera llueve y en la panadería auguran buenas ventas.
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