Psicología Bitcoin
Las criptomonedas son el new game in town. La palabra game (juego) es apropiada para la edad de los inversores. Bitcoin y sus replicantes se han convertido en la nueva alternativa de inversión de los más jóvenes, esos que aman el juego y el peligro. Más atractivo todavía porque el entretenimiento se puede monetizar sin demasiado esfuerzo. Como en la mayoría de los juegos de mercado, para ganar primero se debe convencer al resto de que jugar vale la pena. Cuanto más gente se aliste, más ganan los que están adentro. Con una ventaja adicional respecto de otros juegos competitivos: los nuevos integrantes no amenazan a los que están, sino que los benefician. En el deporte bitcoin, el esfuerzo conviene ponerlo en la publicidad, no en la productividad.
Para ciertos grupos el bitcoin y sucedáneos son bastante más que una diversión. Las visiones más utópicas están convencidas de que el éxito de las cripto son el síntoma del fracaso de las sociedades regladas por el Estado. La moneda privada sería el ataque mortal a sus fuerzas fundamentales, las de las instituciones financieras regulatorias. Como en un comic de Marvel, estos avengers pelean por la libertad y, según prometen, ella traerá beneficios económicos potencialmente infinitos para la sociedad toda. En esta historieta, los bancos centrales son seres del mal que maximizan su poder concentrado llamado “señoreaje”, que les permite robarle con la ley de su lado al sector privado. Recursos reales a cambio de papelitos sin respaldo. Una misión que en los últimos tiempos, sin embargo, parece algo contradictoria, porque el héroe que podría reemplazar a los malvados banqueros centrales no es otro que Muskman, otro súpermonopolio.
Trasladar este dibujo a la realidad, empero, necesita de más viñetas. El bitcoin puede ser una opción financiera para algunos arriesgados, pero su amenaza a la macro es poco creíble. Las cripto en general, y el bitcoin en particular, no le han hecho hasta ahora ni cosquillas a las monedas oficiales. La razón es simplemente que estas monedas no cumplen con eficacia las dos principales funciones del dinero: medio de cambio y reserva de valor. Los billetes oficiales se utilizan desde hace siglos para transacciones económicas de todo tipo, pero el bitcoin sirve apenas en unos pocos negocios cool, y otros no tan cool, como el pago de rescates en extorsiones y fraudes informáticos. Aún cuando recién estén empezando, las billeteras electrónicas parecen haberle sacado ventaja, pese a ser potencialmente menos seguras. En cuanto a la reserva de valor, el bitcoin es una opción, pero tiene una debilidad fundamental: su enorme volatilidad de corto plazo lo hace menos demandado por los individuos que ya dejaron la edad de la propensión al riesgo y quieren asegurar su futuro. Oro, ladrillos y dólares, ejemplos de activos que sirven como reserva de valor para los argentinos, matan bitcoin.
En cambio, no hay duda de que las criptomonedas son una alternativa financiera para los inversores sofisticados. Pero ¿qué es un inversor sofisticado? La respuesta corta es que se trata de alguien que “sabe de finanzas”. Para el ojo no avisado, esta caracterización puede ser suficiente. Cuando yo era joven y empecé a estudiar economía, pensaba que alguien me iba a explicar “cómo funciona la bolsa”. Técnicamente: de qué depende el precio de los activos. Menos técnicamente: cómo hacerme rico pronosticando los precios de las acciones. Estudio, entiendo, gano plata: buen negocio. Quizás algo similar ocurre con la psicología de aquellos que “estudian para invertir en bitcoin”, que quieren aprender cómo los sofisticados hacen plata con él.
Lamentablemente, tras años de estudio comprendí que entender economía era entender por qué esto no se puede saber. Varias teorías y artículos empíricos muestran que es imposible ganarle sistemáticamente al promedio de mercado, del mismo modo que es imposible ganarle sistemáticamente a la ruleta.
Lo que no significa que bolsa y ruleta sean lo mismo, pues la primera a la larga permite ganar, mientras que la segunda lleva a la quiebra. Cabe preguntarse si el caso del bitcoin se asemeja más a la bolsa o a la ruleta. Lo primero que debe notarse es que, pese a que la bolsa te da y la ruleta te quita, la gente juega mucho más a la segunda. Pero la esperanza del bitcoin hace lugar a todos.
Están los emprendedores que apostando a algún fundamento de las cripto arriesgan una parte de su cartera; y están los apostadores instintivos. Entre éstos últimos podemos distinguir a su vez dos clases. Por un lado, los más irreflexivos que confían en sus sentimientos personales, los que creen poder ganar a cualquier juego (incluso a la ruleta) por alguna razón mística. Aquí no hay mucho para criticar por el momento, porque más allá de alguna corrección reciente, los que invirtieron en criptos han logrado ganancias notables. Buenos sentimientos, podríamos decir. Y después contamos a quienes ya hemos presentado, aquellos que confían en que el bitcoin encarna la revolución de la liga de la justicia libertaria, que derrocará un sistema estatal corrupto. Este grupo liga el éxito del bitcoin (su demanda) a este objetivo político megalómano.
Finalmente, están las defensas técnicas. Cada vez que se sostiene que el bitcoin es una burbuja, sus defensores replican que se desconocen los beneficios de su tecnología implícita, el blockchain. Pero la mayoría de los inversores reales son incapaces de explicar estas ventajas, que por otra parte dependen de beneficios aún altamente potenciales. El riesgo es que esta defensa sea un atajo psicológico para autoconvencerse de que el activo vale y que seguirá subiendo. Lamentablemente, en la práctica hasta las burbujas más absurdas se justificaron en “fundamentos”, pero la historia nos enseña que la mayoría resultaron ilusorios.
PM
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