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Crónica

Un recorrido por las fábricas clandestinas del dólar blue

"El dólar blue no impacta en el nivel de precios de manera directa, pero mueve las expectativas de devaluación", dice Rajnerman
13 de diciembre de 2020 15:24 h

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El ascensor se abre en el piso 14. Un pasillo reparte la circulación hacia los lados, donde se despliegan largos corredores con puertas discretas de oficina. Pasan algunos segundos y un parlante escondido en algún lugar emite una voz de mujer. 

—Hola, caminá derecho. Sí, para este lado. Ponete, por favor, frente a la cámara; el pulgar en el lector. 

Una vibración destraba la puerta. La que habla es una recepcionista de más de 50 años, con el pelo corto y rubio, que invita a esperar en una sala blanca y luminosa donde hay jarrones con azucenas y una vista en altura sobre el microcentro porteño. Separadas con paredes de vidrio, oficinas donde empleados trabajan frente a sus computadoras o se reúnen en pequeños grupos. En una hay globos de colores y una guirnalda que dice “feliz cumpleaños”. 

Además de una firma de servicios legal —con página web, publicidad y hasta campañas benéficas— en este lugar funciona lo que su dueño describe como una “financiera de segundo orden”, que es una manera de decir clandestina. Acá se descuentan cheques, se dan créditos extrabancarios y, también, se cambia moneda: pesos por dólares, dólares por pesos. “Soy cuevero”, dice un hombre que elige identificarse como Adrián después de abrir la puerta de su oficina para invitar a pasar. Tiene el pelo corto, un reloj Apple en la muñeca izquierda, zapatillas y remera de algodón. 

Sentado en un sillón geométrico de terciopelo azul, rodeado por mesas sobre las que se apoyan retratos familiares, hojas con cheques abrochados y 13 celulares Iphone acumulados en dos pilas, ofrece café: 

—Es una locura que esté la cotización del blue ahí, en la primera plana de los medios; es como que esté el valor de la cocaína.

La cotización del dólar blue o paralelo —es decir, del dólar que circula en el mercado informal— es un dato que se monitorea con la misma avidez que el pronóstico del tiempo y que, del mismo modo, determina las decisiones diarias de varios millones de personas.

Matías Rajnerman, economista jefe de Ecolatina, explica que “el dólar blue no impacta en el nivel de precios de manera directa —se ve eso en abril, en mayo, en octubre, meses en que sus movimientos no se reflejaron en el índice de precios—, pero mueve las expectativas de devaluación. Y cuando eso pasa, la gente empieza a tener comportamientos anticipatorios. Concretamente, pospone exportaciones y adelanta importaciones, a la vez que cualquiera que puede comprar dólares por algún motivo, se apura a hacerlo, lo que termina por impactar en las reservas netas y sobre las operaciones del Banco Central”.  

En las últimas semanas el dólar paralelo se mantuvo calmo, en una dinámica excepcional para los últimos años, e incluso bajó $50 desde el pico de $195 que marcó el 23 de octubre. Los economistas explican que se debe a una combinación de factores externos e internos —condiciones de liquidez global que volvieron atractivos a los mercados emergentes, medidas de regulación e intervención en los mercados tomadas por el propio Gobierno—, pero que todavía se percibe como una calma precaria. 

Aún en tiempos de blue calmo los medios siguen los movimientos minuto a minuto incluso con notas automatizadas que se mantienen siempre entre las más leídas por el público. Los diarios toman el dato de otros diarios en un círculo acelerado que nunca se detiene en el origen. Sabemos todo sobre la cotización del blue, menos cómo se construye y la máxima explicación a la que se puede aspirar es a la siguiente: que el dato surge de un “relevamiento de cuevas”.

—¿De dónde sale la cotización del blue? —le pregunta elDiarioAR a Adrián, cuevero, que se presta a responder e incluso permite registrar la conversación con el compromiso de pausar la grabación cuando lo considere necesario. 

—Sale de las mesas, de los corredores de cambio, siempre. En el centro porteño quedan, grandes, menos de 20. De esos 20 jugadores, los que realmente mueven volumen y definen la cotización deben ser seis, siete, ni uno más. Después habrá 500 más, chiquititos, cada vez más repartidos. 

—Esos seis, siete que sientan la referencia, ¿cómo construyen la cotización?

—De unir puntas. Qué vale y qué me vendés, qué vale, qué me vendés. Es oferta y demanda pura, pura, pura. No es lo que vos querés: es lo que en el mercado hay. 

Adrián endulza el café.

—¿Ese puñado de grandes cambistas son entidades financieras conocidas, que operan en el mercado formal pero que también tienen su ala blue?

—Sí. Muteá. 

Basado en una teoría de oferta y demanda estricta, explica que el blue sube porque “no hay bille”; nadie se quiere desprender de dólares y solo aparecen compradores. Las restricciones impuestas por el Banco Central para la compra de hasta US$200 mensuales en el mercado formal, que muchos utilizaban para vender después en el mercado informal y hacer una diferencia en pesos (una maniobra  conocida como “puré”), achicó el universo de vendedores. Además, dice que se comprimió el mercado junto con la contracción general de la actividad económica argentina.

Para la socióloga Mariana Luzzi, autora junto a Ariel Wilkis de El dólar. Historia de una moneda argentina (Crítica, 2019), los mercados paralelo e informal siempre “convivieron con bastante fluidez” y la existencia de un mercado blue no es algo nuevo para la Argentina, que durante el siglo XX tuvo más períodos con regulaciones en el acceso al mercado de cambios que sin ellos. 

“Así como la moneda norteamericana fue popularizándose, siendo un objetivo cada vez más conocido, cercano, accesible para los sectores no expertos y no necesariamente de alto poder adquisitivo, también el mercado cambiario en sus dos versiones fue volviéndose un ámbito familiar”, apunta. Además, Luzzi señala que ante la experiencia de eventos pasados como la imposibilidad de acceder a las cuentas en los bancos o la pesificación forzosa, los argentinos encontraron en los dólares físicos un “elemento de seguridad adicional”. 

Pedro Biscay es abogado especializado en delitos económicos y fue director del Banco Central entre 2014 y 2017, donde tuvo la tarea de combatir el mercado paralelo. “En los hechos no hay dos carriles enfrentados por donde va lo ilegal y lo legal”, dice. “Es un mercado fuertemente interconectado donde vos tenés actores que operan en la actividad legal, pero tienen también una parte ilegal, u operan plenamente en la actividad legal, pero están permanentemente en contacto con gente del mercado ilegal. Si uno mira con la ley puede ver qué está dentro del marco de la legalidad y qué no, pero en los hechos no es tan claro”, añade.  

Biscay considera que el del dólar blue “es un precio arbitrario, que no tiene detrás un fundamento razonable o una regla que explique o demuestre que el precio es representativo de algún equilibrio”. “El precio se va acomodando a algunos elementos que van apareciendo coyunturalmente. Claro que tiene que ver con la oferta y la demanda, pero esa regla opera en conjunto con otra serie de reglas que surgen dentro de un mercado sucio”, explica. 

“El blue es una construcción social y el impacto del blue es una construcción social”, resume Rajnerman, de Ecolatina. “Claro que cuando hay más gente comprando que vendiendo el precio del dólar sube y cuando es al revés, baja, pero como no hay un ente regulador atrás y cada cueva lo va moviendo como le parece rentable. No hay precio”, agrega.  

El jefe de Mesa de Operaciones de una conocida financiera, que prefiere mantener en reserva su nombre, también se inclina por un mix de elementos. “Es oferta y demanda pero además  tiene algo de arbitrario. Pienso que si no existiera la referencia de otros dólares libres como el MEP y el contado con liqui [que son legales y resultan de la compra y venta de acciones] de repente cualquier cueva de mala muerte podría decir yo vendo el dólar a $300, le ponen una cámara de televisión ahí y el nuevo dólar es $300. Con eso ves lo escurridizo que es ese mercado, lo incontrolable que es”, opina. 

No hay datos oficiales sobre qué volumen de dinero se mueve en el mercado paralelo del dólar. Algunos economistas calculan que en los canales del blue circulan alrededor de US$100 millones diarios, contra los US$679 millones diarios que se movieron en octubre en el Mercado Único y Libre de Cambios (MULC), según los últimos datos del Banco Central. En cambio, Adrián asegura que el blue es un mercado “mucho más chico de lo que la gente cree” y apenas representa US$5 millones por día. “Es insignificante”, insiste y muestra una sala vacía, con balcón sobre las alturas y dos monitores apagados en la que solían estar sus custodios. O mejor dicho, los custodios que acompañaban a los liquidadores en sus idas y vueltas por la ciudad para “cerrar operaciones” de cambio. 

—En 2018 llegué a tener 13, todos “polis” retirados. 

Adrián dice que en el Microcentro debe haber 500 policías trabajando para las financieras. Que en los de Prefectura son los más elegidos, seguidos por los agentes de la Policía Federal. “Gendarmería no es muy confiable”, detalla. 

Según cuenta, ya no se usa más andar por el centro cargando los billetes en el cuerpo y, además, el centro porteño ya no concentra todas las operaciones. “Ahora tenés en Olivos, en Pilar, tres o cuatro en Nordelta, en Quilmes, en Hudson”, dice. En el último tiempo la modalidad más extendida de reparto de dinero pasó a ser la moto, lo que se disparó con la llegada de la pandemia. 

—Hay colegas que tienen 8, 10, 12 motos propias. 

—¿Vos tenés motos?

—No, yo tengo cinco camionetas blindadas, acá abajo en la cochera. Pero, ya te digo, ahora está todo parado. Hoy tuve que ir a poner en marcha una para que no se me quede sin batería.  

Lo acotado del mercado genera una fuerte inestabilidad porque cualquier operación más o menos voluminosa puede alterar la cotización. Esto obliga a los cueveros —que no comienzan la jornada con stock de dinero sino que intercambian billetes de vendedores y compradores durante el día y, si son prolijos, “cierran en cero”— a moverse con delicadeza. 

—Si le decís a un corredor “necesito un millón de dólares” al billete lo pasás de $157 a $200. ¿Entonces qué haces? Empezás a trabajar para reunir de muchos lugares ese dinero y vas mostrando la ficha de a poco de a poco: necesito US$20.000, US$25.000, US$50.000.  US$100.000 la ficha más grande. 

Aunque sea difícil de rastrear y la cotización resulte casi un artificio, no se puede decir que el mercado del blue sea un caos. Está perfectamente coordinado y la herramienta que lo articula es la misma que se utiliza para coordinar un partido de fútbol o una reunión familiar: WhatsApp. Los corredores intercambian mensajes durante toda la jornada para mantener actualizada la cotización y, aunque también existen aplicaciones para el celular que dan el valor en tiempo real, en ese ambiente lo que manda es la palabra viva, punto a punto. Aun así, el número no es el mismo en todos lados; baja desde los grandes cambistas, pero se ajusta en cada boca de expendio de acuerdo con el flujo propio o los criterios de cada cueva.

La gran mayoría de las personas que necesitan comprar o vender dólares llegan por recomendación a un cambista amigo que, como Adrián, no atiende a cualquier desconocido que le hace sonar el celular o, menos, le toca la puerta. Sin embargo, hay ciertos grupos de personas, como por ejemplo los turistas, que acuden a los “arbolitos” que se encuentran de a decenas en dos calles del microcentro, Florida y Lavalle, y que luego de cerrar un trato en la vía pública acompañan a los los clientes a alguna de las tantas cuevas de la zona. 

La centralidad del WhatsApp en la formación de los precios de compra y venta hace que en días que la cotización se mantiene tranquila, como en las últimas semanas, los teléfonos descansen. Las interconsultas entre colegas disminuyen, el chequeo de las pantallas permite recreos más prolongados y cede la premura de las transacciones en las calles.

—Cambio, cambio, anuncias hombres y mujeres que, en las cuadras de mayor concentración, no dejan una porción de vereda sin ocupar. 

Es el mediodía del viernes 13 de noviembre, la que será la última jornada agitada del mes y cerrará con un dólar blue $5 más caro que el día anterior. 

—Cambio, señorita, reales. 

Insisten algunos sentados en banquetas instaladas frente a galerías o apostados contra los grandes maceteros que dividen la peatonal. Solos o en grupo, con la mirada en el celular o directo a los ojos del posible cliente. 

Una mujer con acento centroamericano parada contra la vidriera de una zapatería de Florida, dice:

—Lo tengo a $174 para la compra, $171 para la venta. Está subiendo.

—Pero cómo, en los diarios está a $167.

—En la calle nos manejamos con un dólar más alto que el blue —resume, pedagógica.

Dos minutos y pocos metros después, sobre Lavalle, un hombre de boina y pantalón blanco impecable ofrece cambiar a $176. 

—No puede ser, en la otra cuadra me dijeron $174. 

—Está subiendo horriblemente —señala, y pide permiso para chequear el último dato. Abre el WhatsApp en un grupo llamado “Florida arbolitos” donde parece no encontrar lo que busca. Llama por teléfono mientras gira en círculos, pero nadie lo atiende. 

—¿Me esperás un segundo que voy a preguntarle a esa chica que está en el puesto de venta de flores? 

“Es como todo: hay un mercado mayorista y un mercado minorista. La cotización que se ve en los medios es el mercado mayorista del blue. En la calle, se vende a precio minorista y además, no es lo mismo ir y cambiarle a los arbolitos US$100 que US$10.000”, explica un trader de una reconocida sociedad de bolsa. 

¿Por qué, si está a la vista de todo el mundo, el Estado no va contra los arbolitos y las cuevas de Florida y Lavalle? Biscay dice que “no tiene ningún sentido” no sólo porque es el eslabón débil del sistema, sino porque termina leyéndose como una persecución al pequeño ahorrista, “cuando en realidad la persona que compra dólares va al único esquema de inversión que le permite su educación financiera y su psicología”. Una psicología moldeada por años de inestabilidad, inflación y malas experiencias bancarias, que sólo encuentra calma con un dólar en la mano. 

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