La epidemia nacional de EEUU: en 2021 hay más de un asesinato masivo por día
Las muertes y abusos de afroamericanos en EEUU recuerdan que la república más que bicentenaria fue esclavista durante su primer siglo de existencia, y el ensañamiento policial y la criminalización de la población negra muestran que la abolición y la derrota en la guerra civil acicatearon a los derrotados en contra de aquellos que los vencedores liberaron y abandonaron. Esta violencia discrecional y selectiva puede despertar un reproche focalizado y racional. Es más fácil para Ejecutivo y Legislativo actuar, estimulados por los reclamos contra el racismo sistémico. Estos homicidios cualitativos serán el objeto de una batería de medidas calibradas y deliberadas con sobreabundancia de detalles y una sobreactuación imperceptible, porque demandada.
En cambio, es más urgente pero escandaliza menos a la sociedad el frenar asesinatos groseros, que no seleccionan a su víctima por un rasgo, que habitualmente no singularizan a una víctima en especial, que matan promiscuamente a muchas y cuyos autores rara vez quedan impunes. Son los asesinatos masivos (mass shootings). De acuerdo con el Gun Violence Archive (Archivo de la Violencia Armada), cada vez que en un mismo incidente, en un mismo tiroteo, mueren cuatro o más personas, sin contar al homicida armado que disparó e inició el fuego -que puede morir también, o sobrevivir- hay una ejecución o asesinato masivo. Este año hubo más de un asesinato masivo por día en EEUU, y hasta el viernes, 5415 personas fueron víctimas de estas masacres colectivas.
Cada día más muertes, cada año más asesinatos masivos
En 2020 se llegó a un récord de 20 mil muertos en estos tiroteos con múltiples víctimas. El número aumenta año a año, de 337 en 2018, 417 en 2019, 610 en 2020 y 147 en lo que va del año. De seguir a este ritmo, habría 510 en 2021, pero nunca siguen este ritmo de proporción aritmética los asesinatos masivos: históricamente, en los últimos meses de cada año se introduce un coeficiente acelerador y multiplicador que dispara los números hacia más arriba. Hasta el viernes, había 5415 asesinados en masa desde el 1 de enero.
La ultra violencia masiva que cobra más muertes indiferentes, es la de las ejecuciones masivas de grupos numerosos pero homogeneizados por el emplazamiento circunstancial o la tarea o la función o una relación colectiva impersonal con el autor -escuelas, lugares de trabajo o de ocio, negocios que frecuenta, residencias de grupos con los tiene o tuvo contacto, enclaves barriales, domicilios actuales o anteriores propios o de personas de su relación o trato-, no por la raza u otro rasgo previo común al encontrarse en el lugar del mass shooting haciendo lo que estaban haciendo. Los asesinatos masivos cobran relieve para los medios cuando ocurren en empresas o espacios públicos, cuando hay más de cuatro muertes y cuando los homicidas son jóvenes. Llegaron a las tapas de los diarios nacionales ocho víctimas (trabajadoras sexuales asiáticas) en tres spas de Atlanta, Georgia, ultimadas el 16 de marzo por un potencial cliente. También ocho trabajadores de FedEx caídos el jueves en Indianápolis, Indiana, bajo el fuego de un ex empleado de esta empresa de correos privada.
Según Ronnie Dunn, profesor de Estudios Urbanos (esto designa a la sociología de las poblaciones afroamericanas, que residen en las ciudades, por oposición a la población blanca, que vive en los suburbios) mueren 100 personas por día en asesinatos masivos a mano armada en EEUU; en su cálculo incluye a los suicidios. El asesinato masivo es un acontecimiento tan rutinario, dice Dunn, que ni sorprende ni es noticia en los barrios de las ciudades y en localidades “negras o marrones” (Black or Brown), donde son más frecuentes, y donde víctimas y homicidas comparten vida, cultura, territorios y etnicidad. Tampoco son característicamente jóvenes los homicidas: este mes, antes del crimen de FedEx, en la misma Indianápolis, un padre de familia, para secuestrar a su hija, mató a cuatro personas, incluido un niño, que estaban en el camino.
Víctimas sin representación, minorías que se organizan solas
Estos muertos, que son más, tienen menos defensores, no tienen movimientos sociales u organizaciones civiles que representen a sus familiares o afines sobrevivientes identificables, activos y militantes en el nivel nacional. Esta ausencia de demanda detiene una acción ejecutiva sin rédito político porque su eficacia sería a mediano plazo y difícil de vincular de manera clara, por el electorado, con leyes o políticas.
Según una tendencia general de los movimientos sociales en EEUU, la forma de organización con más visibilidad pública y viabilidad administrativa inmediata es la que adopta el formato de la reivindicación contra la discriminación de las minorías étnicas. Es por ello que el asesinato masivo de Georgia sí concitó comités de defensa de las víctimas, porque se lo consideró un crimen de odio, anti-asiático (asiáticos son en EEUU los habitantes del Extremo Oriente y las islas del Pacífico –estereotípicamente, ‘amarillos’-), y el de Indiana comités en defensa de los indios (primera o segunda generación de migrantes de la India, minoría étnica) y más específicamente de los sikhs (minoría religiosa dentro de la minoría étnica, son monoteístas, y se los equipara a ‘los judíos del hinduismo’), porque esto unificaba a los empleados muertos.
Se pidieron medidas de protección especiales y legislación específica para castigar y prevenir los crímenes de odio anti-asiático y anti-indio a las autoridades nacionales, estaduales, municipales. La pertenencia a estas dos minorías étnicas es lo que estos crímenes tenían de diferente, y separaban a cada uno con un bifurcado móvil de odio, siempre racial, pero odiando cada asesino a razas diferentes.
Robert Aaron Long, de 21 años, el asesino de Colorado, en la indagatoria, confesó que la raza no le había importado, sino lo que hacían esas mujeres en el spa, pero se buscó desestimar respuesta fue desestimada como ardid para lograr un mínimo atenuante a sus acciones. Asiáticos y sikhs son minorías educadas y prósperas, y saben cómo presionar a autoridades que a su vez saben dejarse presionar cuando de lo que se trata es satisfacer a grupos cuya reciprocidad futura en el sostén pueden dar por descontada si se los oye y atiende. Y es sin duda un camino más fácil y conocido el de sobreproteger minorías y cupos que el de diseñar políticas contra los asesinatos masivos, pero eso no es lo que estos nuevos lobbies piden o mencionan.
Muertes dignas, y muertes promiscuas
Como ocurrió en la década de 1970 con la guerra de Vietnam, es cuando la conscripción o el conficto afecta a los jóvenes de clase media blanca que la administración en Washington, demócrata o republicana, reacciona. Otro tanto ocurre con los asesinatos masivos. Cuando mueren niños o escolares, las Casas Blancas demócratas dicen que sus administraciones pasarán a la historia por haber impuesto el control o cepo a la venta de armas. Estas viriles promesas presidenciales de Ley seca del revólver y la bala, de cuya periódica sinceridad no hay por qué dudar, despiertan magro entusiasmo, y si tampoco inflaman en exceso a la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y a otros clubes de armas, se debe a que nadie ignora que su honroso cumplimiento podría resultar más frustrante para quien las propone que para quien se les opone. Prohibidas, las armas se venderían como la droga ilegal, también prohibida.
Nadie sale a las calles para reclamar el control de armas o para reclamar justicia para las víctimas de los asesinatos masivos: no existe, no se ha formado con masa crítica tal colectivo. Hay algo más. La noción de que los compradores de armas son blancos, blue collars (trabajadores de overol, obreros industriales), rednecks (trabajadores rurales blancos, de cuello rojo por exposición al sol del Sur), republicanos, evangelistas, fundamentalistas cristianos, supremacistas caucásicos, no está desmentida por las estadísticas, pero estos trumpistas militantes están lejos de monopolizar o hegemonizar el flujo del comercio armamentista al por menor. La pandemia fue más letal entre negros y latinos, en cuyos barrios a la vez, disminuyó la protección policial contra los delitos comunes.
A la vez, la muerte de George Floyd tuvo entre sus consecuencias la pérdida de confianza en la institución policial, y sentimientos conflictivos pero conjuntos, de persecución y desprotección. Esto llevó a un aumento en las compras de armas para uso personal o familiar. En 2020 se vendieron 12 millones de armas de fuego a particulares, un aumento del 64% respecto al año anterior. El grupo que más creció, individualmente, entre los compradores, es el de varones afroamericanos. Disposiciones urgentes de severas limitaciones para adquirir armas sería recibido como una política dirigida a dejar indefensa a la población más pobre, desprotegida y perseguida. Los varones negros de entre 15 y 34 años representan el 37% del total de homicidas con arma de fuego, aunque sólo representan el 2% del total de la población. Un estudio reciente, del Fondo Educativo para Detener la Violencia Armada (EFSGV), dice que los asesinatos masivos son la mayor epidemia nacional aun en tiempos de pandemia. Una enfermedad para cuya profilaxis o inmunización Joe Biden no tiene más plan que el de aumentar la seguridad de minorías o élites de víctimas.
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