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El fracaso histórico de Liz Truss hunde el dogma neoliberal

La primera ministra británica, Liz Truss, tras el anuncio de su dimisión

Javier Biosca Azcoiti

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Liz Truss se ha convertido en la primera ministra con el mandato más breve de la historia de Reino Unido. Llegó al poder para suceder a Boris Johnson –también forzado a dimitir tras una revuelta interna– y lo hizo encarnando el más puro dogma neoliberal y prometiendo una bajada de impuestos masiva en un contexto económico desfavorable. Una estrategia que el think tank británico Institute for Fiscal Studies calificó de “inmenso experimento económico con muchos riesgos”

“Mirar todo a través de la lente de la redistribución es un error. Yo pretendo hacer crecer la economía. Hasta ahora, el debate económico de los últimos 20 años ha estado dominado por discusiones sobre la distribución, pero lo que ha ocurrido es que hemos tenido un crecimiento relativamente bajo”, declaró Truss durante la campaña por el liderazgo del Partido Conservador dejando claras sus intenciones.

Según la primera ministra, la fórmula era evidente: bajar impuestos haría crecer la economía. Y se propuso hacerlo. Después de anunciar un límite al precio de la factura de la electricidad, presentó juntó a su entonces ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, la mayor rebaja fiscal en 50 años, incluida una reducción de cinco puntos en el tipo máximo del impuesto de la renta y de seis puntos en el impuesto de sociedades.

La reacción fue inmediata. “Dada la elevada presión inflacionista en muchos países, incluido Reino Unido, no recomendamos grandes paquetes de recortes fiscales en esta situación, ya que es importante que la política fiscal no vaya en contra de la política monetaria”, declaró el Fondo Monetario Internacional, uno de las grandes instituciones garantes del dogma liberal. “Además, la naturaleza de las medidas británicas probablemente aumentará la desigualdad”, añadió.

Los bancos centrales han decidido endurecer la política monetaria elevando los tipos de interés para “enfriar” la actividad económica, dañar la demanda y así luchar contra la inflación, informaban Diego Larrouy y Daniel Yebra. Estos organismos asumen que es una decisión que eleva el riesgo de recesión y contra la que va una bajada de impuestos –generando una colisión entre la política monetaria y la política fiscal–. Precisamente por ello, tanto el Banco Central Europeo (BCE), como el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal de Estados Unidos han pedido políticas fiscales y, sobre todo, ayudas que se dirijan a los más vulnerables, los que más sufren la subida del precio de la luz, de la gasolina o de las hipotecas. 

La agencia de calificación Moody’s también publicó un comunicado contundente señalando que los recortes fiscales sin financiación son “negativos desde el punto de vista crediticio” para Reino Unido, con el riesgo de una aumento estructural de los costes de financiación que podría dañar la economía.

Las rectificaciones insuficientes

El mismo día que Kwarteng anunció su rebaja fiscal, la libra cayó a niveles no vistos desde 1985. “Los intereses sobre la deuda del Gobierno se han disparado más en un solo día que nunca antes en los últimos 30 años”, afirmó Paul Johnson, director del Institute for Fiscal Studies. Para calmar a los mercados, el Banco de Inglaterra se vio obligado a anunciar la compra de deuda británica a largo plazo

Ante la evidente presión, y a regañadientes, Truss dio marcha atrás. Primero anunció que eliminaba el recorte en el impuesto de la renta a los más ricos porque, según ella, se había convertido en una “distracción” del resto de su plan fiscal. 

No fue suficiente para calmar la situación. Días después, una nueva rectificación. Ofreció la destitución de su ministro de Economía para salvarse y la suspensión de la rebaja en el impuesto de sociedades. “Tenemos que actuar ya para asegurar a los mercados nuestra disciplina fiscal”, afirmó Truss justificando su decisión. “Parte de la reforma fue más allá y más rápido de lo que los mercados pudieron asumir”.

Tras el cambio de rumbo radical, el director del Institute for Fiscal Studies afirmó: “La credibilidad fiscal es difícil de ganar pero fácil de perder”. “Los anuncios no serán suficientes para deshacer el daño causado por la debacle de las últimas semanas, pero son pasos claros e importantes en la buena dirección”, añadió.

Otros dogmas neoliberales caídos

Los dos últimos grandes acontecimientos en el continente europeo: la pandemia y la guerra, también han debilitado dogmas neoliberales antes incuestionables, tal y como señalaba Andrés Gil, corresponsal en Bruselas, en esta información

Durante la pandemia, la UE creó un fondo de recuperación de 750.000 millones fundamentado, por primera vez, en deuda comunitaria conjunta, aquello que Angela Merkel dijo hace una década que no pasaría jamás. El segundo paso decisivo fue la suspensión de las reglas fiscales, es decir, la barra libre del gasto público, aún a costa del aumento de la deuda y el déficit. Una suspensión del Pacto de Estabilidad que ha conducido, además, a su reforma.

En cuanto a la guerra, la UE ha acordado, entre otras cosas, poner un tope a los beneficios caídos del cielo de las empresas de energía dedicadas a la nuclear, las renovables y el lignito. Es decir, se interviene el mercado para limitar beneficios empresariales. En otras palabras: lo público decide cuánto puede ganar el sector privado. La Comisión también ha recordado que no son tiempos para bajar impuestos, sino todo lo contrario. Los 27 han decidido gravar un mínimo del 33% a los súperbeneficios de las empresas de combustibles fósiles. Por último los líderes de la UE se reúnen este jueves y viernes para evaluar cómo bajar el precio del gas.

A pesar de todo el caos generado en Reino Unido por las rectificaciones y su dimisión, Truss mantiene la confianza en su fórmula: “Impuestos bajos, salarios altos y una economía de crecimiento alto”. Quizá, la primera ministra sigue confiando en una de las máximas de su libro, Britannia Unchained, publicado junto a Kwasi Kwarteng y otros conservadores y en el que ambos exponían su fe ciega en el neoliberalismo: “En las primeras fases de un proyecto, el fracaso no tiene por qué ser un desastre”. Pero esta vez, se parece bastante.

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