Qué hará Lula en los próximos cien días de gobierno
Luiz Inácio Lula da Silva ya había cumplido tres meses en el gobierno. El lunes 10 de abril cumplió sus primeros cien días en el poder. Una rutina de las democracias electorales, en especial de las presidencialistas, prevé para el primer centenar de días de cada nueva administración lo que no menos convencionalmente se da en llamar una 'luna de miel' con el electorado. No la disfrutó Lula, que sólo conoció desafíos, unos anticipables y anticipados, otros imprevistos aunque no imprevisibles. El balance de la gestión presidencial en los ámbitos político y social ha sido juzgado con una aprobación general y sólo opinables disensos específicos. A nadie escapa, y primero que a nadie al único presidente brasileño tres veces reelecto, que el contraste con su antecesor el derechista Jair Bolsonaro realza los logros. En doscientos días, esos logros estarán ya más alejados, y la atención se concentrará en el presente y la economía. Lula prometió el jueves 6 que privilegiará la economía en lo que queda de su primer semestre en el Palacio del Planalto. Y como para cumplir su promesa desde el día 101, el martes 11 Lula voló rumbo a China, de donde espera volver, en sus palabras, “con dinero”.
Cien días de tregua de la opinión pública. En el balotaje de 2022, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) había ganado la tercera presidencia de su vida política. La campaña electoral había sido desgastante y polarizadora. El margen de la victoria opositora sobre el derechista Bolsonaro fue indiscutible (1,8%); era, sin embargo, el más exiguo de la historia electoral brasileña. No hubo para Lula ni miel ni descanso en el centenar de jornadas transcurridas desde la primera del año, cuando el 1° de enero de 2023 asumió en Brasilia. No recibió de su predecesor la banda presidencial; Bolsonaro había abandonado la capital brasileña para volar a Disneyworld.
Contados a partir de su jura en Brasilia el primer domingo de 2023, los cien primeros días de las terceras nupcias de Lula con el Brasil han sido lo que se convenga en decir que esas tres centenas de jornadas fueron, salvo rutinarias o convencionales. Para el balotaje de 2022, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) había peleado cada voto. Con un margen ajustado pero nítido, el último domingo de octubre ganó la presidencia.
Vencedor de dos balotajes presidenciales anteriores que le habían asegurado dos mandatos consecutivos (2003-2010), el migrante rural nordestino, el ex obrero y líder sindical metalúrgico, el ex militante contra la dictadura, Lula había derrotado en las urnas electrónicas a su contrincante el ex capitán del Ejército y ex diputado federal derechista Jair Messias Bolsonaro, que aspiraba a ser reelecto. Desde el primer día del año, que fue el primer día de su tercer período presidencial, el vencedor de la segunda vuelta del 30 de octubre padeció el inmediato asalto de una serie de violentas crisis. Los estertores de alta intensidad ascendieron a un primer clímax a menos de una semana de asumir Lula con el asalto de golpistas a la capital brasileña. A esto siguieron ásperos reacomodamientos de los militares frente al Ejecutivo, y con no menos ásperas, aunque menos audibles y casi siempre invisibles negociaciones con el Congreso y con la Justicia.
Según la media de los sondeos del electorado, de las manifestaciones del Establishment político y económico, de la opinión de los medios nacionales e internacionales, el Presidente ha aprobado con calificación suficiente como Restaurador de las Leyes sociales y de la Democracia política ha sido aprobado con calificación suficiente, Lula sabe que al fin de los próximos cien días, para la mayoría de votantes el recuerdo de Bolsonaro se volverá más abstracto, pero dolorosamente concreta la conciencia del presente. “Si todo hubiera estado bien en 2022, yo no me habría presentado como candidato”, dijo el jueves 6 en conferencia de prensa. “Si me votaron y soy presidente, fue para que mi gobierno buscara una respuesta a dos necesidades: democracia y desarrollo”. Los primeros cien días estuvieron dedicados a la Política, aseguró. Los cien segundos a la Economía, prometió. Y como si fuera para cumplir su promesa desde el día 101, Lula viajó el martes 11 a la República Popular China, de donde espera regresar con no menos de 20 acuerdos comerciales firmados.
Hasta ahora, los signos de la economía brasileña han sido más inflación (arrastrada desde el periodo anterior) titubeante, tasas altas del Banco Central (pese a la sonora desaprobación presidencial), desinversión, obra pública que no ha podido ser reanudada o concluida. Si este es el panorama somnoliento en el mundo del capital, en el del trabajo Lula logró acrecer sólo simbólicamente, en unos parcos 18 reales, el salarario mínimo. En 2019, la primera medida que anunció Bolsonaro había sido el recorte del obligatorio establecido para el salarío mínimo. Al contrario de Lula, el presidente derechista podía, pero no quería, ir más allá del símbolo.
En campaña, Lula renunció espectacularmente, en diversas circunstancias, a cobrarles ganancias a trabajadores en relación de dependencia. Cuando fuera gobierno, reiteraba el candidato petista, ningún salario de 5000 reales o menos pagaría el 'impuesto a la renta', como se lo llama en Brasil. Lula cumplió a medias, o incumplió a medias, esa promesa electoral. Su gobierno sólo consiguió dejar sin efecto este impuesto para los salarios más bajos entre los medios.
Según Datafolha, que el viernes presentó los resultados de su sondeo de la opinión pública brasileña al momento de concluir los cien primeros días petistas, existe lo que la encuestadora llamó 'antilulismo light'. Personas que no votaron por el PT en 2022, que votaron por Bolsonaro en 2018, pero que pueden llegar a votar por Lula en 2024: estas medidas, que defienden el deterioro de su poder adquisitivo, son vara sin rival para calibrar gobiernos.
En su conferencia de prensa del jueves 6 , Lula pidió al periodismo que lo imitara. Que sin mirar atrás, fijaran como él la vista en los cien días venideros. Y también como prometía hacer él, que ya nunca más se ocuparan tanto del pasado, que ya ni pronunciaran los nombres “de la Cosa y del Coso”. Es decir, de la cruzada Lavajato (con su paladín Sérgio Moro, ex magistrado federal en Cutitiba, hoy senador federal derechista en Brasilia) y del ex presidente Bolsonaro.
Los cien primeros días, resumió, fueron de reparación política y social. De defensa de la Democracia y de la dignidad del Jefe de Estado. Y de restauración de los planes sociales que son la 'marca' del PT.
En el plano de la política nacional, mejoró, y anunció que seguirá mejorando, las relaciones con los otros dos Poderes, Legislativo y Judicial. Reanudó la política indígena del PT, y viajó en persona al estado sub amazónico de Roraima para enfrentar y dar solución a una coyuntura de persecución y discriminación extremas sufrida por los yanomamis. Las presidencias del PT, dos propias y una y media de Dilma Rousseff, habían hecho de la agenda medioambiental y de salud pública un elemento constituyente, que querían inalienable, de la 'marca Brasil'. Después del desarrollismo extractivista de Bolsonaro, Lula devolvía a Brasil a la posición anterior.
La militancia ambientalista y sanitarista le había dado a Brasil desde fines del siglo XX un lugar de peso y cortejada influencia en la escena global. En un desempeño político anterior a su asunción y aun anterior a las últimas presidenciales, Lula ha sabido cómo recuperar esa posición sin contraefecto ninguno. En 2021 el presidente de Francia y en 2022 el presidente de Egipto dieron a Lula trato de Jefe de Estado, antes de que a los 76 años asumiera su tercer mandato. El predicamento ganado no lo debe sólo al giro de 180° obrado al rectificar el descuido y la venalidad bolsonaristas con el medio ambiente. Porque el prestigo se agiganta por los méritos ya registrados y reconocidos a Lula como líder medioambiental. Esto redunda en una predisposión positiva a favor de las gestiones comerciales del gobierno.
En el plano político internacional, Lula dejó atrás por completo el aislacionismo nacionalista y excepcionalista de Bolsonaro. No es la de Lula una acción: es una reacción. El presidente opera un regreso a una posición anterior de Brasil, incluso previa a la de su primer gobierno, porque era también la preconizada por su antecesor en los dos períodos anteriores, Fernando Henrique Cardoso, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Es por ello que resulta confiable la expectativa de que en ese rumbo perseverará Brasil sin zigzags dignos de mención. El primer viaje de Lula al exterior fue a la Argentina. Una oportunidad para reconfirmar a la vez, en la misma ocasión, dos vínculos. El lazo recompuesto con la República que preside Alberto Fernández, quien había visitado a Lula encerrado en la cárcel injusta a la que lo condenara el juez Moro, y el vínculo con el Mercosur como primera y prioritaria alianza regional de Brasil.
En los próximos cien días Lula buscará mostrar resultados de la rentabilidad de esta, y de otras líneas organizadoras de la actual administración. El máximo desafio en este semestre, como de los siete restantes en el tercer mandato de Lula, será acordar con un Congreso donde tiene minoría en ambas Cámaras. En octubre de 2022, la derecha hizo la mejor elección legislativa de su historia, y la izquierda la peor.
Hasta ahora, no se sabe qué fortaleza tiene, si es que tiene alguna, la red de alianzas trabada por el PT (y por partidos a la izquierda del oficialismo integrantes de la coalición electoral) con paridos de centro derecha y de derecha. Para trabarla, Lula les cedió carteras en el Gabinete presidencial a estos partidos que no llamaron a votar por él en la elección presidencial. Ministerios completos en Brasilia. Un compromiso que debilita al Ejecutivo, que limita el margen de maniobra ejecutiva. El beneficio todavía no puede advertirse. Porque aún no se ha despejado la incertidumbre acerca cuál será el comportamiento de esas formaciones del 'Centrón' a la hora de tener que votar en el recinto iniciativas del Presidente.
Lula quiere sedimentar, consolidar planes de transferencias directas de renta como la Bolsa Família y programas de viviendas populares, de remedios gratuitos, de ayudas a la escolaridad y la maternidad, de becas y cupos para minorías étnicas y grupos desfavorecidos en la educación superior. Para profundizar los planes sociales que son 'marca PT' ,para coordinar y ampliar planes económicos desarrollistas, hay que poder legislar. Un poder que Lula no tiene.
AGB
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