¿Qué salió mal con la campaña de Harris?
Todo parecía estar yendo bien al principio. El presidente Joe Biden se bajó de la carrera presidencial el 21 de julio y declaró su apoyo a la vicepresidenta Kamala Harris para tomar su lugar. Rápidamente, el Partido Demócrata se alineó para respaldar su candidatura. A los pocos días, las encuestas registraron una ventaja de Harris de más de 1%, revirtiendo la cómoda ventaja de Donald Trump sobre Biden, y siguió creciendo hasta llegar a cerca del 3%. Durante un par de semanas, parecía que el viento soplaba a favor de los demócratas. Habían logrado un reemplazo rápido y efectivo del candidato, dominaban la agenda mediática y tenían a las encuestas a su favor. ¿Qué terminó saliendo mal?
El 7 de septiembre, Harris se refirió en una entrevista al respaldo que había recibido por parte de Dick Cheney, el ex vicepresidente de George W. Bush, y de su hija, la exlegisladora Liz Cheney, ambos republicanos críticos de Trump. Dijo lo siguiente: “Me honra tener su respaldo. Pienso que ambos, como líderes que son muy respetados, están haciendo una declaración importante de que está bien, e incluso es importante, poner al paíse por sobre el partido”. La declaración no fue un hecho aislado. Ella marcó un punto de inflexión de ciertos guiños a la izquierda del partido (principalmente, la designación del gobernador Tim Waltz como compañero de fórmula) hacia un discurso centrado en votantes moderados, entre ellos los republicanos decepcionados con Trump. Los resultados son contundentes: esos votantes no se inclinaron por Harris.
Todo lo que ocurrió desde esa inflexión fue una repetición de la contienda de 2016 entre Trump y Hillary Clinton. Trump escaló el contenido racista y grotesco de su discurso, principalmente a partir de su declaración, en el debate presidencial, de que los inmigrantes haitianos se estaban comiendo los perros y los gatos de los habitantes de un pueblo en Ohio. Harris reaccionó con una risa de perplejidad y, en los días siguientes, los líderes demócratas condenaron las declaraciones, mientras que la prensa relataba los episodios de violencia contra los haitianos que ellas habían desencadenado. Parecía que Harris había ganado el debate (eso indicaban las encuestas posteriores), pero algo importante cambió a favor de Trump: se volvió a hablar todo el tiempo de él. Como en 2016, los demócratas se replegaron y dejaron de poner en primer plano su visión y sus proyectos, para centrarse en las evidentes falencias de su adversario.
Lo curioso de esta elección no es que los demócratas hayan perdido sino que lo hayan hecho de la misma forma que hace ocho años. ¿Por qué insistir con la búsqueda de un votante moderado que nunca los apoya?
A partir de allí, se produce un contraste: por un lado, las declaraciones de Trump se vuelven más caóticas, altisonantes y moralmente reprobables, a la vez que va subiendo en las encuestas y achicando el margen con Harris. Ella, por su parte, va perdiendo el foco: no tiene respuestas claras sobre temas importantes como inmigración, aborto o el conflicto en Medio Oriente, da pocas entrevistas y en sus discursos se centra sobre todo en el contraste con Trump, antes que en sus propias virtudes. Como en 2016, la candidata demócrata cae en la “trampa de Trump”: él domina la agenda, los demócratas se relajan y esperan que el contraste haga su trabajo.
También como en 2016, hubo escándalo de último momento, con la expectativa (finalmente frustrada) de que alcanzaría para definir la elección a favor de los demócratas. El 27 de octubre, en un acto a favor de Trump, el comediante Tony Hinchcliffe se refirió a Puerto Rico como una “isla flotante de basura en el medio del océano”, generando risas en el público. La declaración generó un escándalo en los medios, que comenzaron a especular con el impacto negativo entre los votantes puertorriqueños y latinos en general en los estados clave. En una elección reñida, ¿sería suficiente para inclinar la balanza en favor de Harris? Al igual que en 2016, cuando se filtraron unas grabaciones donde Trump decía que a las mujeres había que “agarrarles la concha” porque “cuando sos rico, te dejan hacerlo”, la represalia (en ese entonces, de las mujeres, ahora, de los latinos) no se produjo.
Lo curioso de esta elección no es que los demócratas hayan perdido sino que lo hayan hecho de la misma forma que hace ocho años. ¿Por qué insistir con la búsqueda de un votante moderado que nunca los apoya? ¿Por qué anteponer las preferencias de donantes ricos a las demandas más progresistas de las bases? ¿Por qué esperar que, esta vez sí, Trump se caiga por su propio peso, cuando los votantes se espanten del contenido racista y disparatado de sus declaraciones? La respuesta no puede ser un simple error de estrategia. Hay algo en el entramado de intereses, posiciones y valores al interior del Partido Demócrata que le impide tomar la iniciativa con una visión transformadora del país, y que los deja a merced de la centralidad de Trump. En 2020 hubo dos elementos diferentes: 1) Los efectos políticos impredecibles de la pandemia; 2) Biden enfatizó, mucho más que Harris, una agenda de transformación económica basada en la generación de empleo industrial. Alcanzó para ganar entonces, pero no para convertir a Biden en un Presidente popular que impulsase a un sucesor de su mismo partido.
¿Podría haber ganado Harris? No veo por qué esa ventaja de agosto no habría podido mantenerse. Hubiese sido posible “tomar el momento” (seize the moment, como dicen los americanos) para impulsar una visión sobre el futuro de los Estados Unidos, con posturas nítidas sobre inmigración, la economía y la política internacional. No era necesario evitar los riesgos que conllevan esas posturas para no ofender a ninguno de los socios del partido. No era necesario ceder a la tentación de que el contraste con Trump hiciese todo el trabajo. Si eso es lo que terminó pasando es por falencias estructurales del Partido Demócrata, que tal vez sirvan de elección a otros partidos progresistas en diferentes países.
Javier Burdman es analista político e investigador del Conicet
JB/JJD
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