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ANÁLISIS

Menos marginal, más cerca del poder: el nuevo ciclo de la extrema derecha en Europa occidental

El líder de la extrema derecha neerlandesa, Geert Wilders (izq.), junto a Frans Timmermans, cabeza del bloque de izquierdas.

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Hoy se cree que el punto de inflexión en el camino de Geert Wilders hacia el triunfo en las elecciones de Países Bajos fue la decisión de la líder del partido conservador VVD de abrir la puerta a la formación del ultraderechista como socio de coalición. Fue en ese momento cuando muchos votantes pensaron que daba lo mismo votar a Wilders que al VVD.

Cada vez más líderes de derecha en toda Europa occidental toman la misma decisión: aceptar a la extrema derecha en una coalición para poder mantener a sus propios partidos en el poder. El rotundo fracaso de esta táctica para Dilan Yeşilgöz, del VVD, que terminó en tercer lugar, trae consigo una importante lección que se extiende más allá de Países Bajos.

Entramos en una nueva fase de la política de extrema derecha en Europa occidental. Estos partidos ultraderechistas ya no languidecen en los márgenes de la esfera política, donde podían ser ignorados o utilizados por el establishment político (de derecha). Hoy la extrema derecha no solo forma parte de la la corriente política dominante, sino que es cada vez más dominante dentro de ella.

Dado que las ideas originarias de la extrema derecha, sobre todo en materia de inmigración, ya se propagaron en toda Europa, a los líderes conservadores les resulta casi imposible seguir excluyendo del gobierno a los partidos ultraderechistas. No sin razón, muchos votantes conservadores no entienden por qué partidos que se asemejan bastante al suyo, aunque con una impronta más populista, son excluidos en la formación de coaliciones. Quieren que sus partidos gobiernen en coaliciones de derecha fuertes, y no en coaliciones centristas débiles. Quieren gobiernos conformados por partidos que compartan sus puntos de vista sobre las cuestiones que más les importan (controles de inmigración más estrictos, más ley y orden, menos Europa).

Lo vimos el año pasado en Suecia, donde la mayoría de los simpatizantes de dos de los partidos de la coalición preferían a los Demócratas Suecos de extrema derecha antes que a los socialdemócratas de centroizquierda, y ahora lo estamos viendo de nuevo en Países Bajos, donde se desató una revuelta dentro del partido de Yeşilgöz porque esta volvió a rechazar la idea de unirse a un gobierno de derecha en el que estaría a las órdenes de Wilders.

El camino hasta aquí

¿Cómo llegamos hasta aquí? Partidos de extrema derecha como el Partido Liberal austriaco (FPÖ) y el Frente Nacional (FN) francés empezaron a abrirse paso electoralmente a finales del siglo XX. Pero, aunque varios de estos partidos lograron entrar en los parlamentos nacionales, la mayoría seguían siendo relativamente pequeños, atrayendo un apoyo electoral de apenas un dígito.

A principios del siglo XXI, muchos partidos de extrema derecha alcanzaron sus primeros hitos en la escena política. A partir de entonces, comenzó otra fase, en la que otros partidos, incluidos algunos de centroizquierda como los socialdemócratas daneses, introdujeron ideas de extrema derecha en la esfera pública. A medida que esto sucedía, la propia extrema derecha iba volviéndose parte de la política mainstream.

En la década de 1990, solo un gobierno nacional de Europa occidental incluía un partido de extrema derecha: la Liga Norte, en el primer Ejecutivo de Berlusconi en Italia. En este siglo, la participación de la extrema derecha en el gobierno se volvió cada vez más habitual. En Austria, Dinamarca, Finlandia, Grecia, Italia, Noruega, Países Bajos, Suecia y Suiza, los partidos de extrema derecha formaron parte de gobiernos nacionales, o los apuntalaron. En varios países, estos partidos están tan normalizados que formar coaliciones con ellos ya no requiere ninguna justificación especial.

En décadas anteriores, los partidos de extrema derecha de Europa occidental siempre participaron en los gobiernos nacionales desde una posición de debilidad, ya fuera como socios menores o como partidos de apoyo externo. Muchas veces eran electoralmente pequeños y políticamente inexpertos, y el fin principal de su participación en el gobierno era alcanzar la normalización plena antes que impulsar su propio programa político. Por eso, por ejemplo, los Demócratas Suecos están dispuestos a apoyar a un gobierno en minoría de derecha, aunque en términos de escaños en el Parlamento sean más grandes que cualquiera de los partidos del Gobierno. Por ende, estas coaliciones de Europa occidental rara vez atacaron el sistema democrático liberal como sí lo hicieron los gobiernos de extrema derecha en Europa central y oriental, sobre todo en Hungría y Polonia.

Qué cambió

Pero dos cosas importantes cambiaron en los últimos años. En primer lugar, sobre todo desde la llamada “crisis de los refugiados” de mediados de la década de 2010, la mayoría de los partidos de derecha no solo adoptaron el discurso nativista de la extrema derecha, sino también sus políticas. El mejor ejemplo de ello es el Partido Popular Europeo (PPE), el grupo más numeroso del Parlamento Europeo, que reúne a la mayoría de los principales partidos de derechas de Europa. El manifiesto de 2019 del PPE abordó la cuestión de la inmigración bajo el título “una Europa que preserve nuestra forma de vida”. Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, incluso intentó dar un nombre similar al comisario (y vicepresidente) a cargo de cuestiones migratorias. Como los partidos de derecha viraron aún más a la derecha, para muchos de ellos la extrema derecha se convirtió en un socio de coalición “natural”.

En segundo lugar, los partidos de extrema derecha siguieron creciendo electoralmente gracias a que los partidos tradicionales incorporaron e imitaron sus temas y sus planteamientos políticos, y no a pesar de ello. De hecho, hoy en día, los partidos de extrema derecha están primeros en las encuestas de Austria, Bélgica, Francia, Italia, Países Bajos y Suiza; en Suecia, el principal partido de derecha es ultra. Actualmente, la extrema derecha solo lidera un gobierno nacional en Europa occidental: la coalición italiana de Giorgia Meloni, formada por su partido, Fratelli d'Italia; la Liga, de extrema derecha; Forza Italia, de derecha populista, sin líder tras la muerte de Silvio Berlusconi; y Civici d'Italia, de centroderecha y en gran medida irrelevante. El próximo gobierno holandés podría seguir el mismo camino, y los austriacos no se quedarían atrás.

Por supuesto, tres golondrinas no hacen un verano de extrema derecha. Italia sigue siendo una excepción, y Wilders podría fracasar a la hora de construir su coalición. Además, en varios países de Europa occidental, los partidos de extrema derecha siguen siendo bastante marginales (como en Islandia e Irlanda) o están muy lejos de dominar el bloque derechista (como en Portugal y España). Sin embargo, en un número cada vez mayor de países, los políticos de la derecha tradicional ya no pueden dar por sentado que vayan a liderar, y mucho menos dominar, coaliciones compartidas con la extrema derecha.

Por tanto, es crucial que empiecen a replantearse sus prioridades y estrategias para la construcción de alianzas. ¿Bajo qué condiciones habrían de unirse al gobierno de un partido de extrema derecha? ¿Cuáles son sus líneas rojas? Y, lo que es más importante: ¿cómo van a hacer cumplir estas líneas rojas como socio menor?

Aunque la democracia liberal sigue siendo el marco legal tanto en la UE como en sus Estados miembros, además de seguir gozando de un amplio apoyo popular en sus sociedades, ya no podemos dar por sentados su hegemonía ideológica y su control político. En la Europa actual, valores democráticos liberales como el pluralismo y los derechos de las minorías deben defenderse y no darse por sentado. Y deben ser defendidos y reforzados, no solo frente a la ultraderecha, cada vez más dominante, sino también frente a la política tradicional radicalizada que, en gran medida, la normalizó.

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Cas Mudde es profesor Stanley Wade Shelton UGAF en la Facultad de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Georgia.

Traducción de Julián Cnochaert.

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