Si el coronavirus se filtró de un laboratorio en Wuhan, se viene un terremoto político en Occidente
Las posibles consecuencias de los orígenes del virus son devastadoras, si estos se pueden demostrar
Hubo un momento cuando la pandemia de Covid-19 parecía confirmar muchas de nuestras suposiciones. Derribó a personas encumbradas que considerábamos villanas. Encumbró a quienes pensábamos que se comportaban heroicamente. Preservó o acrecentó la solvencia de las personas que podían dejar de viajar diariamente a sus lugares de trabajo para pasar fácilmente a trabajar desde sus hogares. Y generó problemas y calamidades para el electorado de Trump, votantes que vivían, hasta ahora indemnes, en la vieja economía.
Como ocurre con todas las pestes y las plagas, durante la pandemia del coronavirus sentimos cómo la mano de Dios golpeaba a nuestra tierra, cómo castigaba con palo y piedra los pecados contra la educación superior y la medicina científica, cómo separaba, visiblemente, para que nadie pudiera dejar de ver el bien y el mal, a los justos con barbijo de los malvados desenmascarados. “Respeten a la ciencia”, advertían los letreros de nuestros jardines del Edén domésticos. Y ¡he aquí!, vino Covid y nos obligó a hacerlo, encumbrara a nuestros científicos en los más altos peldaños de la autoridad social, y era desde esas cumbres de experticia y excelencia que prohibían las reuniones, el comercio y todo lo demás.
Repartimos las culpas tan candorosamente en aquellos días. Regañábamos a nuestro antojo. Sabíamos quién tenía razón y quién no. Reprobábamos con énfasis, moviendo la cabeza a los dos lados para decir ‘Eso no se hace’, cuando veíamos a la irresponsabilidad jugando y gozando sin culpa en sus piscinas, sus fiestas y sus playas. Nos parecía lógico que Donald Trump, un político al que despreciábamos, no pudiera comprender la situación y sugiriera a la gente inyectarse lavandina. Nos parecía coherente que el presidente norteamericano n°45 fuera personalmente imputable por convocar a más de un evento multitudinario que después acaba convirtiéndose en un súper disparador de contagios en más de un área, cuando quienes habían ido regresaban a distintos lugares del país. La realidad misma castigaba a líderes que -como él- no se rendían ni ante la evidencia ni ante la experiencia. Incluso, los medios de comunicación prestigiosos descubrieron que existía un sistema de ignorancia organizada al que culpar de las peores cifras de muertos. Lo llamaron ‘populismo’.
En estos días, sin embargo, el consenso no se alcanza tan bien como solía suceder antes, ni dura tanto. Esta semana los medios de comunicación transmiten sin pausa historias inquietantes que sugieren que el letal Covid-19 podría tener su origen y difusión, no en absoluto en el ‘populismo’, sino en un error de laboratorio perpetrado en el Instituto de Virología de Wuhan, China. Sentimos que se acerca sonoro un tsunami de conmociones y convulsiones morales con solo esbozar esta pregunta: ¿Y si la culpable de todo este horror fuera al fin de cuentas la misma ciencia?
Yo no soy un experto en epidemias. Como todas las demás personas que conozco, pasé la pandemia haciendo todo lo que me indicaban. Hace unos meses, incluso, traté de disuadir a un espectador de Fox News que creía que el origen del Covid-19 era la fuga del virus de un laboratorio en Wuhan. Yo sentía que estaba justificado en disuadirlo. La justificación estaba en que los periódicos que yo leía y los programas de televisión que yo veía me habían asegurado, una y otra vez, que la teoría de la fuga del laboratorio era falsa. Era una teoría, me decían esos medios, conspirativa y racista, que solo los trumpistas, con su prodigiosa capacidad para auto-engañarse, podían creer. Una teoría una y otra vez desacreditada por los grupos que chequean los hechos. Y yo, a pesar de todo mi cinismo, siempre creí lo que dicen los medios serios.
Mi propia complacencia en esa versión sobre este asunto que yo había elegido creerles a los medios fue dinamitada y voló por los aires a comienzos de mayo. En el Bulletin of the Atomic Scientists se había publicado un artículo que defendía, argumentaba y documentaba la tesis de la fuga de laboratorio como origen del COVID-19. A mediados de mayo, desde el inmunólogo en jefe Anthony Stephen Fauci hasta el presidente Joe Biden, no había en EEUU quien no reconociera que la hipótesis del accidente de laboratorio que permitió la fuga viral podría tener algún mérito. Todavía no sabíamos si era posible llegar a una respuesta completa para esta pregunta, y probablemente nunca lo sepamos. Pero este es el momento de anticiparnos y de pensar qué podría significar en última instancia la ganancia de plausibilidad para la tesis del Covid-19 nacido en un laboratorio: ¿Y si esta historia loca resulta ser cierta?
La primera respuesta es que este nuevo horizonte, con solo trazarse y visibilizarse, podría destruir la fe de millones de personas. El último desastre global -la crisis financiera de 2008- destrozó la confianza del pueblo de EEUU en las instituciones del capitalismo, en los mitos del libre comercio y en la Nueva Economía y, finalmente, la desconfianza se extendió a las élites que dirigían los dos grandes partidos políticos estadounidenses, el Demócrata y el Republicano.
En los años posteriores (y por razones complicadas), los liderazgos progresistas se han esforzado en todo el mundo en convertirse en casi todos los campos en los defensores de la rectitud profesional y de las legitimidades consagradas. Como reacción contra la ignorancia y la vulgaridad de Donald Trump, el progresismo hizo una religión civil de la ciencia, la experticia, la excelencia, el sistema universitario, las “normas” del poder ejecutivo, la “comunidad de inteligencia”, el Departamento de Estado, las ONG, los medios de comunicación tradicionales (de la prensa escrita a Hollywood), y en general, el respeto jerárquico a los méritos garantizados por títulos y diplomas.
Ahora estamos en los penúltimos días de la Desastrosa Crisis Global # 2. El Covid-19 es, por supuesto, mucho peor, en muchos órdenes de magnitud al colapso de las hipotecas: ha matado a millones de personas, arruinado las vidas de todavía más millones y perturbado la economía mundial de manera mucho más extensa. Si ahora resulta que los científicos, los expertos, las ONG, los laboratorios, etc. son los villanos en lugar de ser los héroes en esta historia, es muy posible que veamos cómo los templos y lugares de culto de la ciencia y de sus sacerdotes, adorados por el progresismo, sean incendiados por el público con una indignación que arderá y crecerá como una indetenible bola de fuego.
Consideren los detalles de la historia tal como los hemos ido aprendiendo en las últimas semanas:
-Las fugas y filtraciones de los laboratorios son un hecho ampliamente probado y difundido. No tienen por qué ser el resultado de conspiraciones. “Un accidente de laboratorio es un accidente”, señala Nathan Robinson, periodista y editor de la revista Currents Affairs. Esas fugas suceden todo el tiempo, en EEUU y en otros países. Muchas veces muere mucha gente a causa de estas fugas de materiales;
-Hay suficientes evidencias que señalan que el laboratorio del Instituto de Virología en Wuhan, que estudia los coronavirus de murciélagos, había estado estado realizando lo que se llaman investigaciones de “ganancia de función”. Una innovación peligrosa en el trabajo con los virus, por la cual las enfermedades se vuelven deliberadamente más virulentas. Por lo demás, esto de la “ganancia de función” no es algo que hayan inventado los teóricos de la conspiración derechista: todos los virólogos más cool del mundo vienen haciendo desde siempre este tipo de experiencias en laboratorio (en EEUU como en tantos otros países). A pesar de que también desde siempre haya aguafiestas, gente de mentalidad más ‘cuadrada’, que durante años y años nos advierten de los peligros de seguir adelante por esta línea y con este método de investigación;
-Se han encontrado suficientes indicios convincentes de que algunas de las investigaciones sobre el virus de los murciélagos que eran llevadas adelante en el laboratorio de Wuhan habían sido financiadas en parte por el establishment médico nacional estadounidense, con lo cual la hipótesis de la fuga de laboratorio ni implicaría solamente a China, ni mucho menos incriminaría solamente a la República Popular;
-Parece haber habido asombrosos conflictos de intereses que dividieron a las personas designadas por su suprema experticia para llegar al fondo de la cuestión. Y como lo sabemos por cómo se había comportado la empresa de energía Enron en tiempos de la burbuja inmobiliaria, cada vez que hay conflictos de intereses y temores a que alguna ganancia disminuya, esos profesionales con los mejores posgrados y post-docs, tropiezan o se agachan -sí, esos mismos abanderados de la excelencia a quienes, insiste el progresismo, debemos atender, honrar y obedecer;
-Los medios de comunicación, en su celosa vigilancia de los límites de lo permisible, insistieron en que en el Russiagate -la investigación de interferencias del gobierno ruso cuando las elecciones presidenciales de EEUU de 2016- todo era cierto, pero que la hipótesis de la fuga de laboratorio en Wuhan era falsa, falsa, falsa, y ¡ay de quien se atreviera a estar en desacuerdo! Los periodistas compitieron a ver quién escribía las líneas más aduladoras de los expertos que citaban, y después insistieron en que las conclusiones de estos sabios eran 100% correctas y absolutamente incontrovertibles. En que cualquier otra cosa era una locura trumpista desquiciada, en que la democracia muere cuando hablan los descreídos, los escépticos, los bárbaros que no creen en la religión dela ciencia y en la liturgia de la universidad, y así sucesivamente;
-Los monopolios de las redes sociales censuraron después los posteos sobre la hipótesis de la fuga de laboratorio. ¡Por supuesto que sí! Porque estamos en guerra contra la desinformación, y la grey debe volver a la fe verdadera y correcta – la que indican los expertos.
“Oremos, ahora, por la ciencia” había salmodiado un columnista en The New York Times al comienzo de la pandemia. El título de su pieza periodístca establece la fe fundamental del progresismo en tiempos de Trump: “El Covid-10 es la enfermedad que se contagian quienes ignoran a la ciencia”.
Diez meses más tarde, al final de un artículo que daba miedo, sobre la historia de la investigación con el método de la ‘ganancia de función’ y sobre su posible papel en la pandemia de Covid-19 aún en curso, el ensayista y novelista estadounidense Nicholson Baker escribió lo siguiente: “Este puede ser el gran meta-experimento científico del Siglo XXI. ¿Podía un mundo lleno de científicos permitirse todo tipo de audacias combinando entre sí durante muchos años los agentes de diversas enfermedades virales sin que en la sociedad hubiera mayores contagios ni mucho menos un brote grave? La hipótesis era que sí, que era factible. El riesgo valió la pena correrlo. No habría pandemia”.
Excepto que sí hubo pandemia, que fue terrible, y que todavía no se fue. Si de hecho resulta al fin de cuentas que la hipótesis de la fuga del laboratorio de Wuhan es la explicación más correcta sobre cómo comenzó a existir y a subsistir el Covid-19, viene en camino un terremoto político y social. Porque después fue la población mundial, en especial las enormes masas más pobres, la obligada a continuar con el experimento de laboratorio, a un costo tremendo.
Porque si la hipótesis es correcta, la gente pronto comenzará a darse cuenta de que nuestro error no fue que no reverenciáramos más a la ciencia y a los científicos, no fue que no respetáramos lo suficiente la jerarquía de castas de la excelencia y de la experticia, no fue que no censuráramos bastante más Facebook y las redes sociales para depurarlas de opiniones que nos parecían anti-científicas. Al revés. Fue un fracaso no reflexionar críticamente sobre todo lo anterior, no entender que ni hay ni nunca habrá en el mundo algo así como la excelencia y la experticia absolutas. Basta con armar una lista de los fracasos catastróficos de los últimos años: neoliberalismo económico, políticas comerciales destructivas, guerra de Irak, burbuja inmobiliaria, bancos que son “demasiado grandes para quebrar”, valores respaldados por hipotecas, campaña presidencial derrotada de la demócrata Hillary Clinton en 2016. Estos desastres que tuvimos que sufrir fueron decididos todos, y nos fueron impuestos, por la opinión unánime y auto-complaciente de las personas mejor educadas y más seguras de sí mismas de las sociedades occidentales, que se supone que saben lo que están haciendo, a su vez asistidas y alentadas por las personas altamente educadas que se supone que las supervisan o contrapesan.
Por otra parte, puedo equivocarme yo al precipitarme con toda esta especulación. Quizás la hipótesis de la fuga de laboratorio sea refutada por completo y de manera persuasiva y definitiva. Ciertamente, es lo que espero.
En cambio, si a la hipótesis de la fuga del laboratorio chino, aun faltándole demasiado para acercarse a su confirmación, sin embargo la percibimos menos lejana que antes de ser la mejor de las explicaciones de las que dispones, entonces el relato de la era de la pandemia del mundo en pandemia dará un giro también perceptible. Fue una “tormenta perfecta”, dirán los expertos. ¿Quién la podría haber anticipado? Y además, dirán, ahora el origen de la pandemia ya no importa. Fin de la discusión, nos callarán los que saben.
Traducción de Alfredo Grieco y Bavio
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