Argentina, 2023: tironeos por una mesa ficticia y bomberos incendiarios que quieren hacer tronar el escarmiento
El último espectáculo que el Frente de Todos ofrece a la sociedad es una pelea por el sentido de la “mesa política”. La superficie del conflicto es si esa instancia que Alberto Fernández aceptó convocar a pedido de gran parte del resto del oficialismo será para discutir sólo la estrategia electoral o “la gestión del Gobierno” y la “proscripción” de Cristina. De un lado, el Presidente; del otro, la vicepresidenta y Máximo Kirchner.
El ciudadano asiste al debate sobre cómo será el debate. Suena coherente en una coalición de Gobierno que gastó buena parte de su energía en anunciar que estaba considerando anuncios, proyectar escenarios que determinarían proyectos superadores y comenzar a dialogar para sentar las bases del diálogo social.
Tal como lo conocimos (maltrecho), al Frente de Todos le quedan seis meses plenos en el manejo de los resortes del Ejecutivo. Si las primarias de agosto definen una victoria indescontable de alguna de las derechas, sobrará un cuatrimestre largo de un Gobierno intervenido hasta el traspaso de mando. El macrismo no oculta ansias de venganza vía Comodoro Py por lo que todavía considera una injusta derrota sufrida al cabo de tan brillante Primer Tiempo. Habrá que negociar la transición en esos términos. Si es un peronista quien queda bien parado en las PASO, comenzará a disiparse la disputa que sobrevoló al oficialismo durante los últimos tres años. Puede ocurrir que un resultado de paridad en agosto prolongue la incertidumbre hasta la primera vuelta de octubre o el ballottage de noviembre, en cuyo caso, ya con jefaturas nítidas en cada bloque, la tensión será tal que no habrá lugar para implementar políticas públicas de alcance no efímero. Será el turno de un debate encendido, efervescencia en las calles, agenda judicial y cursos de tiro al blanco contra un afiche con el rostro de Cristina en el prime time de canales de noticias, presentados en sentido figurado, por supuesto.
La gestión de Máximo
Pero La Cámpora quiere discutir “gestión”. Llamativa bandera de Máximo para unos pocos meses por delante, acechados de urgencias. Quien ocupaba la presidencia del bloque oficialista en Diputados decidió, en el medio de la travesía, abandonar su puesto para pasar a denunciar a un Ejecutivo (el suyo) “arrodillado” ante el FMI y los exportadores de soja. Cuando le tocó gestionar un ámbito crucial de la alianza gobernante, el jefe de La Cámpora se marchó al monte y, tras él, unos cuantos funcionarios enmarcaron su salida con el mayor estruendo posible. Excepto, eso sí, las jefaturas a cargo de grandes presupuestos como ANSES y el PAMI, que siguen firmes. Si se posa la mirada en despachos determinantes de la Secretaría de Energía conducidos por La Cámpora hasta la asunción de Sergio Massa en Economía, la palabra “gestión” pide no ser nombrada en vano.
Detrás de los eufemismos, la disputa real es quién llevará el mando en la mesa política. Alberto Fernández sospecha que el resto de los actores oficialistas procura licuar su ya limitado campo de acción. Ése fue el motivo por el que el Presidente resistió todo lo que pudo la conformación de una especie de gabinete paralelo que sería interpretado y transmitido como una intervención de facto del Ejecutivo. Lector de Perón al fin, Alberto cedió al clamor de los compañeros y aceptó conformar una comisión. Magnánimo, el mandatario pide un ágora peronista de Ushuaia a La Quiaca.
Si se posa la mirada en despachos determinantes de la Secretaría de Energía conducidos por La Cámpora hasta la asunción de Sergio Massa en Economía, la palabra “gestión” pide no ser nombrada en vano
La idea de Cristina y Máximo es una mesa efectiva, de unos pocos lugares, que algunos allegados enumeran: el Presidente, la vicepresidenta y el ministro de Economía como patas principales, a quienes se podrían sumar el ministro del Interior, Wado de Pedro, un par del gabinete designado por Alberto, un representante de la provincia de Buenos Aires (Máximo es jefe del PJ en ese distrito, pero no es dado a integrar cuerpos colegiados) y otro gobernador. También magnánimos, los cristinistas se privan de reclamar más de dos tercios de los asientos.
El sector de Cristina dejó saber una variante. El eje de la mesa debe ser “el levantamiento de la proscripción” de la vicepresidenta. Configura así un problema irresoluble. Cristina no está proscripta, sino que es perseguida por jueces que iban a buscar letra a las quintas de Mauricio Macri. Su derecho a ser candidata sigue tan vigente como en 2017 y 2019. En el caso de que la agenda oculta sea embarcar a todo el peronismo en la ampliación de la Corte o la modificación del Consejo de la Magistratura a través de un DNU, una ilegalidad que esbozan mentes del segundo y tercer anillo del cristinismo, será un puente para terminar de quebrar al frente oficialista, salvo que Alberto Fernández esté dispuesto a arriesgarse a un fundamentado juicio político y que Massa desee terminar su carrera.
Un liderazgo que no alcanza
Los tironeos en torno a la mesa política reflejan la anómala y fallida conducción del Frente de Todos. Lo normal en una coalición, incluso sui géneris como la gobernante, es que la discusión por el rumbo se dé entre los líderes y que los subordinados se ocupen de la “gestión” desde ministerios, secretarías, subsecretarías y direcciones. Por lo visto, nadie tenía claro nada más allá del objetivo razonable de no repetir la traumática experiencia de Cambiemos. Mucho loteo, ningún norte y un festival de contradicciones extenuante.
Aunque tiene más votos que el resto, Cristina no sólo no conduce al peronismo, sino que parece consciente de no tener espacio para imponer un rumbo
La distracción con la mesa expone un dato sobre el podio político. Aunque tiene más votos que el resto, Cristina no sólo no conduce al peronismo, sino que parece no tener espacio para imponer un rumbo a través de un tercero. Si la vicepresidenta pretende consolidar una cosmovisión para los problemas de Argentina y anular riesgos de quienes prefieran “someterse a los poderes fácticos”, “porque ganar por ganar no sirve”, no tiene más que presentarse ella misma o designar a un delegado para las primarias. ¿Quién discutiría las sillas de una mesa política si Cristina fuera, como postulan Larroque y Máximo, la dueña efectiva de los votos? No sólo Alberto Fernández se resiste a aceptar esa premisa. También lo hacen dirigentes con poder territorial que sacan cuentas y ven que el piso de Cristina no les garantiza la reelección en sus distritos, y otros que perciben que la transferencia “generosa” a un presidenciable inventado no sería tan automática como se suponía hasta hace poco. A pesar de estar tan convencido de que no hay carta ganadora sin los votos que se referencian en Cristina, Massa analiza cada paso en función de las evidentes debilidades de la vicepresidenta, según la mirada de fuentes que atestiguan el día a día del Ejecutivo.
Control remoto
Con un liderazgo sin par en lo que va del siglo, Cristina habrá añorado la demostración de fuerza exhibida por Macri en Juntos por el Cambio (JxC) esta semana. Desde su escapada bimestral en Cumelén, sin siquiera someterse al tedio de escuchar a sus correligionarios vía zoom, el expresidente observó cómo una concurrida reunión de dirigentes de la coalición conservadora reproducía su guion.
Estuvieron todos en el restaurante La Escondida de Palermo: halcones, palomas, radicales, menemistas, gobernadores, presidenciables, honestistas, deshonestistas y ex-Socma. Unidad total para denunciar que el Gobierno nacional está dejando “una bomba armada para el pueblo argentino”, en referencia a vencimientos de deuda por $14 billones hasta fin de año. Letra y música del líder ausente.
Se trata de un volumen de deuda denominada en pesos, razonable en términos de PBI, que más de la mitad está en manos de agencias gubernamentales como ANSES, empresas y bancos públicos y provincias, por lo tanto, de renovación casi asegurada. La concentración de vencimientos entre abril y julio de este año (cerca de $10 de los $14 billones), justo antes de las primarias, despierta dudas sobre la refinanciación, porque los bancos y el resto de los tenedores privados se resisten a renovar los bonos más allá de agosto, ante la presunción de que JxC llevaría a cabo un nuevo reperfilamiento. Si Alberto Fernández y Massa no logran reemplazar esa deuda por instrumentos a más largo plazo y tienen que imprimir billetes para pagarla, arriesgan una brusca devaluación y salto inflacionario en la antesala electoral.
Estuvieron todos en el restaurante La Escondida de Palermo: halcones, palomas, ex Socma, radicales, menemistas, gobernadores, presidenciables, honestistas y deshonestistas
El comunicado incendiario de JxC dio lugar a múltiples lecturas. Entre ellas, consultores y operadores financieros que habitan en la galaxia JxC por naturaleza y cuestionaron la intención indisimulada de acelerar una crisis. En los papeles, un desbarajuste mayor con Alberto en la Casa Rosada facilitaría reformas de fondo que los liberales se proponen llevar a cabo a partir de diciembre, pero también podría desatar un caos de ingobernabilidad con final imprevisible. “Deberían entender que la vida no se acaba en una elección”, razonó una voz muy escuchada en el mundo financiero.
Para las diferentes facciones del Gobierno, la arremetida de la oposición permitió encontrar un eje para denunciar a la fuerza política responsable de un endeudamiento en dólares monumental, trampa con la que la Argentina convivirá por décadas.
Frenesí de sinceridad
La proclama de la alianza opositora radica en que Macri viene sosteniendo que “esta vez” hay que hablar con claridad sobre la crítica situación del país, para evitar el aparente error de 2015. Una de las veinte verdades macristas dice que Cambiemos se equivocó cuando se privó de denunciar la gravedad de la herencia recibida del segundo mandato de Cristina para no angustiar a la población, y que ello demoró la aplicación de ajustes draconianos que, esta vez, serán inevitables. En ese razonamiento, si hay una “bomba” a punto de explotar, el nuevo frenesí de sinceridad empuja a denunciarla.
La falsedad de esa verdad macrista es absoluta. No sólo Cambiemos se dedicó a magnificar la herencia de la gestión finalizada en 2015, como suele ocurrir en los cambios de color en el Ejecutivo, sino que armó un texto llamado “El estado del Estado” en el que dibujó los números a piacere. Marcos Peña se ocupaba con celo de que esa letra fuera repetida por todo el funcionariado y alguna mano lograba que el mensaje llegara con claridad a obedientes redacciones. Macri dedicó discursos de apertura legislativa a reproducir el mamotreto de “El estado...” porque el coro mediático reprochó de entrada la supuesta ingenuidad de Cambiemos por no dar a conocer la “pesada herencia”. Como bien alertó tempranamente, en 2016, el docente de comunicación estratégica Mario Riorda, el macrismo no necesitó tanto enarbolar su propio relato porque contó con el beneficio de ser relatado por terceros. En palabras de quien escribe, los multinegocios concedidos a Clarín, zanahorias variadas para el resto y palos para los desobedientes garantizaron una parafernalia de comunicación que tornó innecesario crear un 678 propio o forzar una cadena nacional con el “patio militante” en Casa Rosada.
El dato preocupante del texto de la “bomba” no es tanto el aprovechamiento especulativo en el marco de una política bastante caníbal como la argentina, sino la evidencia de la radicalización de JxC, con motivos fundados para creer que el ciclo 2015-2019 no dejó a sus protagonistas ninguna lección beneficiosa para la población.
Los números oficiales elaborados por el Gobierno de Cambiemos sostienen esta síntesis: no bien asumió, al encontrar las arcas vacías en el Banco Central y un déficit primario sin financiamiento, pero amplio margen para tomar deuda y un extendido colchón social, Macri devaluó la moneda, pago cash a los holdouts, redujo retenciones, bajó impuestos a la riqueza y aumentó el gasto. La consecuencia esperable fue una primera recesión (-2,3% en 2016), suba del déficit fiscal (3,8% en 2015 versus 4,2% en 2016) y un acelerado proceso de endeudamiento bajo legislación extranjera. La anulación de controles al capital especulativo, el renovado retraso cambiario y las altas tasas en pesos convocaron a inversores interesados en obtener retornos absurdamente altos medidos en dólares a través del proceso de carry trade. La aventura terminó dos años más tarde con el mayor préstamo del FMI de la historia, por US$ 57.000 millones, de los cuales llegaron efectivamente US$ 44.500 millones. Los inversores del carry trade se fueron en cuanto pudieron. Quedó la deuda.
Por lo visto, nadie en la coalición opositora quiere (o cree tener suficiente crédito para) elaborar y sostener una crítica a esa dinámica lacerante. Si alguno lo intenta, recibe la reprimenda fulminante del sistema mediático que tutela al macrismo. Así las cosas, la dirigencia del bloque conservador se exhibe en una carrera desenfrenada por repetir historias sobre las “catorce toneladas de piedras”, “los setenta años de fracasos” y la incomprensión de la ciudadanía planera por la revolución ética y republicana propuesta por JxC.
Deriva
El comunicado de la alianza opositora fue dedicado casi en su totalidad al gasto y la deuda en pesos, y se reservó un párrafo final contra los mapuches, “que no son originarios del territorio argentino”. No es cierto, pero tampoco relevante a la hora de abordar derechos y necesidades de comunidades indígenas. Ninguno de los firmantes del texto son originarios y, sin embargo, juntos suman más hectáreas que todos los mapuches que habitan en la Argentina. La mesa nacional de la coalición opositora se hunde hasta abrevar en la escoria racista de la historiografía.
La deriva es preocupante. Patricia Bullrich dice que se viene una política de shock, con eliminación de planes sociales y el Ejército en las calles de Rosario. Horacio Rodríguez Larreta se abraza a una retórica dura un día, baja un cambio el otro y exprime el manual del marketing para no arrojar ninguna definición. Su indiscreto ministro de Seguridad en uso de licencia, Marcelo D’Alessandro, fue más explícito cuando confesó ante jueces federales y ejecutivos de Clarín que intentará detener ilegalmente en calabozos sombríos a funcionarios kirchneristas que lo molestaron. Nada que no se haya hecho JxC en el Primer Tiempo.
Son cada vez más frecuentes los gestos de los halcones hacia libertarios procesistas y racistas. JxC abre las puertas de par en par a promotores de la pena de muerte y la metralleta en las calles, negacionistas de la dictadura, tomadores de dióxido de cloro, homofóbicos y xenófobos. Todo vale para derrotar al gatito herbívoro peronista. Como sintiera años atrás una dirigente política hoy subsumida en el macrismo, Javier Milei ya ganó.
SL
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