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Opinión

La caja negra de las elecciones

Alberto Fernández, único orador en la noche de las PASO.
19 de septiembre de 2021 00:04 h

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Cuando Macri dijo “no me dejaron gobernar” eso también estaba lanzado… a la sociedad. La ingobernabilidad de la sociedad argentina. Lo que pasó el domingo en las urnas no es que la sociedad “se derechizó”. Anotemos tres motivos. Primero, la lectura que sólo ancla en el crecimiento de Milei –un crecimiento, por empezar, personalista; prácticamente ni quien lo votó recuerda el nombre del partido– borronea la colocación del Frente de Izquierda como tercera fuerza electoral y, sobre todo, que de los pocos lugares que se ganaron en la Provincia de Buenos Aires –aún por menos puntos– uno es en Moreno, con Noelia Saavedra, del movimiento Evita, como candidata a concejala. Segundo, dos de las mejores iniciativas de este gobierno fueron leyes de la sociedad: la demanda por la ley de alquileres –con la iniciativa de Inquilinos Agrupados, aún con lo que falta ante el encarecimiento y el pedido de derogamiento de Vidal– y la demanda por la ley de la Interrupción Voluntaria del Embarazo –con la iniciativa de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito–. Dos multitudes post 2001: inquilinos y feministas. Fueron leyes tan de la sociedad, tan de la época que las produjo, que resultaron incontables: ¿quién las recordó cuando fue a votar? (Como la política sanitaria que quedó –en especial en PBA– corrida de la cuenta electoral; quedó tan pegada al Estado esa primera gestión de la pandemia que en marzo de 2020 incluso fue posible que, por primera vez, los diarios salieran con la misma tapa). Tercero y fundamental, por la responsabilidad del gobierno cuando no mira en la frente a esa sociedad rota. El domingo pasado las urnas abrieron la caja negra de la sociedad y de la política. Las cajas negras almacenan datos que, el día después, permiten analizar qué pasó y establecer causas. Las elecciones fueron meter la mano, como en los registros de vuelos de los aviones, en el casette crudo de esta época. 

Cada colegio es un cacho de país. Todos somos un colegio, fuimos a alguno, llevaremos a nuestros hijos o familiares a otro. El sábado anterior a la elección fue el día de maestros y maestras. Parecía impensable y al final… un día hubo de nuevo un partido de fútbol con público, un recital y también comicios. Nos acordaremos de esta vez con los barbijos encima. Estaban las ventanas tan abiertas que por momentos se volaban las boletas. La fila era una suerte de elige tu propia pandemia: quien seguía vestido de astronauta, quien trajo birome, alcohol en gel y boligoma, con la preocupación de pegar bien el sobre. El abuelo en camisa recién planchada. Una señora con reposera por si la fila tardaba mucho. Alguien con la caja de entrega de Rappi. Otro gritaba “ventajeros, chorros”. Algunos recordaban cuando fueron presidentes de mesa o el aula en la que hicieron la primaria. Los aplausos de la primera vez. Y enojos. Muchos. Por momentos la fila parecía una pax armada, en tensión. En el aire las ganas de putear por cualquier cosa. Un señor arengaba “que vuelva el servicio militar obligatorio” y otro lo secundaba. Eso es la democracia argentina: la fila que lleva a las urnas. Una persona, un voto. Un cuerpo, una vacuna. Las urnas tienen algo áurico. Están ahí. Acarrean. Son baúles. Y el domingo pasado cargaban un mensaje espeso. En la terraza soleada y cívica que es cada domingo de elecciones había varios gatos negros. 

Cada colegio es un cacho de país. Todos somos un colegio, fuimos a alguno, llevaremos a nuestros hijos o familiares a otro. El sábado anterior a la elección fue el día de maestros y maestras.

Fue a votar una sociedad rota. Un abuelo preguntó “¿vino a votar la otra?” –y me señaló el apellido–. Y agregó: “Es mi hermana pero no hablamos hace años y no sé si murió por Covid”. “No, no vino”, respondí. En un sobre estaba escrito “no pude acompañar a mi hijo cuando murió”. Las cartas de la sociedad no tienen remitente. Las elecciones siempre son una carta al gobierno oficialista: voto de confianza o voto castigo. Cada elección es un plebiscito. Llamar “derecha” al modo en que se transforma ese dolor popular, ese enojo, esa falta de respuesta, ¿a quién le habla? 

La dueña de un negocio, el que trabaja en un restaurante, la empleada de la multinacional. Vivir afuera (del Estado). La pandemia acrecentó esa diferencia: aunque los sueldos estatales sean relativamente magros hoy son los que más contienen, los que más se parecen a la vieja aristocracia obrera. ¿Cuál es el mejor laburo que podés tener en este país? ¿Un negocio? ¿Una pyme? ¿Una planta permanente en el poder judicial? La pandemia le subió el volumen a la época. La discusión no es sólo la de la guita sino la de cada una de las dificultades que se incrementaron para poner a disposición esa fuerza de trabajo. Dos ejemplos claves fueron los transportes y las escuelas. La problemática económica subrayó la necesidad mundial del cuidado: cada casa se convirtió en una fábrica de vida y mostró que la una no existe sin la otra: ¿cómo se produce la fuerza de trabajo y la riqueza? Household es lo que cuesta mantener el hogar con todo lo que tiene encima. Las clases medias se precarizaron no sólo por la relación entre la inflación y el salario sino porque cada vez cuesta más (tiempo y recursos) ser de clase media. Dos, tres… muchas clases medias.

Una elección es una obsesión por el centro. Jaboco Timerman decía: “un diario culturalmente de izquierda, políticamente de centro, económicamente de derecha”. Política editorial y mandato electoral. ¿Qué se disputa al disputar el “centro”? ¿Por qué todos se lo disputan? El tercio de los sueños. El reverso del centro también es la crisis moderada, homeopática, con la que se convive. Estallidos que no estallan. Adentro de las urnas viajó un “no” al rumbo de la gestión. La volatilidad de los votos de ese tercio habla más de la sociedad que de la política.

El día 101

En 1958 se creó el Ministerio de Economía y la carrera de Economía en la UBA. Pero lo que hoy se nombra como “economía” en ese entonces era “economía política”. En 2019, durante el debate electoral, Alberto Fernández señaló: “Algunos funcionan sobre dogmas, tienen como soluciones prediseñadas. No creo que la economía se resuelva de ese modo. Ante cada problema tenemos muchas alternativas para resolverlo. No soy un dogmático. Van a ver en mí decisiones tal vez ortodoxas y otras heterodoxas. Lo que nunca van a ver es que hago algo en contra de los que producen y de los que trabajan”. No hay economía inyectada en los bolsillos sin macroeconomía. Ambas se necesitan. Una “mirada estrábica” para las soluciones de los problemas argentinos. Martín Guzmán es el nombre de esa apuesta –la renegociación (con el FMI, con los bonistas, con los acreedores) pero sin descuidar tierra, techo y trabajo–. El punto entonces es para qué. El día 101 es más programático que personalista. Volver es volver a discutir política económica.

Las urnas abrieron la caja negra del Frente de Todos. Nació en las urnas y son las elecciones las que están detrás de este momento de crisis. Pero de la crisis política se sale con más sociedad: ése es el mandato de la democracia, tatuado en la materia del CBC “Sociedad y Estado”. Las urnas abrieron esa doble caja negra: la de la economía y la del liderazgo. Si acaso el peronismo tiene una naturaleza, ésa es la de cambiar. La pregunta más que por los nombres propios es cómo dar una respuesta contundente a la economía post 2008: el crecimiento de la pobreza estructural. Hasta ahora, los cambios muestran un gabinete “renovado” por viejos hombres de Estado. No son todos lo mismo pero todos deberían trabajar por lo mismo: dar una respuesta a la crisis. Entre los cambios destaca el del ministro de Educación Jaime “Jimmy” Perczyk, candidato al cargo en 2019. Estuvo detrás de políticas educativas como el Conectar Igualdad y fue rector de la Universidad de Hurlingham (UnaHur). La unidad como razón de época; la unidad como más que la suma de sus partes. Fiscalicé al lado de una chica de 19 años, de Villa Soldati, que estudia trabajo social y votó a Juntos por el Cambio. Qué precisa la sociedad de Alberto: lo que ya ni espera. Hace dos años un tercio de la sociedad votó una boleta y ahora votó otra. Los motivos de este margen son políticos y no sólo sociales. Decir que la sociedad se derechizó es no preguntarse qué hizo el peronismo, o más aún: qué puede hacer. Mañana es el día 101.

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