Cartografías de la memoria
“Con suerte, algo se nos transfiere del pasado a hoy, otro alfabeto escrito en la sangre, en el nervio, en la neurona”, escribe el vietnamita Ocean Vuong, autor de la novela En la tierra somos fugazmente grandiosos, publicado en 2019.
El párrafo inspiró el leit motiv de la obra teatral La memoria que somos (sábados a las 19, en Moscú Teatro) donde las actrices Corina Sztryk y Mariana del Pozo, amigas en lo real desde hace más de veinte años, aguardan la llegada de la navidad, que compartirán como lo vienen haciendo desde hace muchos años. Mientras tanto, aparecen cientos de recuerdos y preparan la torta La Periquita, que el público saborea antes de ingresar a la sala y cuya receta de abuela se lleva impresa como souvenir de la función.
¿Cómo es recordar de a dos?, se preguntó una de las directoras, Lali Fischer, cuando se juntó con su colega Luciana Taverna, con las actrices de La memoria y con los materiales que ellas venían amasando y almacenando juntas. El libro de Alejandro Zambra, Formas de volver a casa, también formó parte de las fuentes que derivaron en la pieza, recuerdos que deleitan y surgen a borbotonesen la eswcena. El espectador rápidamente se identifica y, a diferencia de la melancolía que impregna la novela del autor chileno, acá la memoria no es el anhelo de la falta, sino sobre todo celebración y alegría. “De hecho, hay público que vuelve dos o tres veces a ver la obra con familiares y amigos para recordar con otro una receta, una publicidad, un juego, una canción”, señala Fischer.
Todo está guardado en la memoria, dice la canción. Los viejos amores que no están / La ilusión de los que perdieron / Todas las promesas que se van /Y los que en cualquier guerra se cayeron Como metáfora, el título es emotivo. Pero, la memoria es selectiva y a esa totalidad difícilmente la podamos abarcar desde nuestro registro consciente. Ya sabemos, memoriosos como Funes, el joven de Fray Bentos, Uruguay, creado por el genio de Jorge Luis Borges, son una rareza.
El artificio del escritor argentino fue Ireneo, tal el nombre de pila del personaje, padeciente del síndrome del sabio, cuyo nombre científico es hipermnesia. Recordar todo, observar la microrrealidad de un insecto y evocar cada detalle, es -además de imposible- inhabilitante para vivir.
“Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez”, escribe Borges en su libro Ficciones.
“En el ejercicio de recordar ya hay algo de ficción porque hacés un recorte de un momento y lo percibís de manera diferente que otro que también estuvo. El recuerdo está atravesado por la subjetividad y está salpimentado por el paso del tiempo. En esa representación ya hay un juego, una ficción”, dice Sztryk.
El neurólogo Oliver Sacks, autor de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, se inspiró en su paciente Jimmie G., para construir el relato El marinero perdido. En este caso, nos encontramos ante alguien que sufre de amnesia anterógrada, que es la pérdida de la capacidad de formar nuevos recuerdos, debido a un síndrome de Korsakoff. Jimmie no puede evocar nada de su vida desde el final de la Segunda Guerra Mundial y, como en el Alzheimer, olvida incluso los eventos que sucedieron hace solo unos minutos. De hecho, cree que todavía se encuentra en 1945, aunque la ficción recorre la década de 1970 y los comienzos de la de 1980. El paciente intenta encontrar significado, satisfacción y felicidad dentro de un contexto de pérdida de memoria constante que lo lleva a olvidar lo que hace de un momento a otro.
En la película Memento, de Cristopher Nolan, Leonard sufre un trauma cerebral por un golpe y es incapaz de almacenar nuevos recuerdos. Sin embargo, sabe cómo realizar acciones cotidianas porque tiene memoria sensorial. Para recordar crea un sistema usando fotos instantáneas que proporcionan un registro de las personas con las que se vincula y otra información básica para su vida cotidiana. Además de las imágenes, toma notas y se tatúa pistas del asesino y violador de su esposa, quien le provocó su enfermedad.
Con notable lucidez, la estadounidense Nicole Krauss escribe en Llega un hombre y dice, su debut literario, sobre el estado de amnesia de Samson Greene, profesor de literatura en la Universidad de Columbia. El hombre vaga por más de una semana en el desierto de Nevada. Ha perdido todos sus recuerdos desde los doce años hasta el presente y aunque es un adulto inteligente y sensible, sus recuerdos son los de un niño. Samson no puede conciliar la desconcertante realidad que lo demanda en la actualidad con el plácido mundo de su infancia.
Con una atmósfera surrealista, en el filme Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Joel, está desolado. Su amada Clementine se sometió a un procedimiento experimental para borrarlo de su memoria, no quiere sentir dolor. Siguiendo el guion del gran Charlie Kaufman, el personaje decide hacer lo mismo que su ex novia pero cuando sus recuerdos empiezan a desaparecer, redescubre su amor por ella. Será entonces cuando intente frenar esa transformación cerebral, viajando hacia lo más profundo de sí.
El modo en que funcionan los recuerdos, la posibilidad de meterse en ellos, deformarlos, superponerlos o borrarlos trazan los distintos y fascinantes recorridos que se pueden hacer en una biografía personal o en una historia colectiva. Son las cartografías de la memoria, con sus accidentes infinitos.
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