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Combate a muerte

Dillom y Juan Carlos Siber, La Pistarini
10 de noviembre de 2024 00:00 h

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Dos pasajeros suben en Ezeiza al mismo avión de Iberia con destino a Madrid. Uno se llama Dillom, y va en busca de nuevos horizontes artísticos (porque canta, porque baila) y turísticos (porque viaja, porque gasta). Tiene un reconocimiento masivo de la juventud, que celebra su despliegue en los escenarios y su idiolecto de nuevo mundo. El otro es La Pistarini, un agente de agitación a distancia de afiliación libertaria. Su nombre de trattoria no debe convocar al engaño. Es, aparentemente, un peso pesado de la agresión física. Al menos es lo que se deduce de sus temibles twits, circunscriptos a una idea fuerza de características arrasadoras: los zurdos van a correr.

Tan compenetrado está La Pistarini con su limpieza étnica que al ver a Dillom en el mismo avión al que acaba de subir, escribe con sangre en las manos que no puede creer que va a viajar en el mismo vuelo en el que está el “pelotudo de Dillom”. Luego roba una imagen de Dillom y da en la tecla de “publicar” y el twit se va del avión que todavía está en tierra y, así como va, vuelve. 

Dillom, que scrollea como hace la mayoría de los seres humanos la mayoría del tiempo, recibe un alerta en el teléfono. Alguien lo llamó pelotudo y ese alguien está adentro del avión. Se levanta, se acomoda la gorra copa que ya es un implante natal en los traperos, se levanta el tiro del pantalón tipo carpa invertida y sale a patrullar los pasillos. Podría preguntar, al modo de un falso azafato, si los pasajeros van a ordenar pasta pegada al aluminio o carne a la madera terciada. Pero su pesquisa se reduce a preguntarle a cada uno si es o no es La Pistarini. Todos niegan, menos La Pistarini, porque uno podría negar quién es pero ¿cómo se niega el nombre aun en su versión de avatar? 

Nadie sabe lo que está ocurriendo en el sentido del nivel de peligro al que se expone Dillom. Está recontra loco. ¿Cómo va a ir a buscar a La Pistarini? ¿Quiere que lo desfiguren? ¿No sabe lo violento que es... hablando?

La Pistarini responde que, en efecto, La Pistarini es “él”, despejando la sospecha de que fuese “ella”. La lógica del acontecimiento, si se consideran las características de los protagonistas del encuentro (un cantante, un terrorista satelital), lleva las cosas a una masacre inevitable. ¿Cuánto puede durar Dillon bajo una descarga de los poderosos puños de La Pistarini? Porque si se pasa la vida “domando” zurdos (y Dillom, como todo el mundo sabe, es un castromaochavistaleninperokukalulista) es porque es baqueano en enfrentamientos cara a cara.

Pero, inesperadamente, La Pistarini le sonrié en contrapicada a Dillom, se retuerce de susto miedo (vamos a decirlo así) y comprende que el que está en peligro es él. ¿Qué pasó? Que la distancia del combate se ha achicado por una extraña ignorancia que no le permitió registrar los riesgos de abrir la boca con los dedos. ¿Cómo va a bardear a alguien con quien comparte el avión? Es un error táctico tan grande como haberlo hecho en un ascensor. Es que las noticias vuelan, y allí donde La Pistarini creyó estar haciendo inteligencia, recibió la contrainteligencia in situ de Dillom.

Dillom le apuntó con la cámara de su teléfono, encandilando de algún modo a La Pistarini como si le apuntara con un espejo, y le dijo menos a La Pistarini que a la bola de terror en que se había convertido, que le iba a arrancar la cabeza y que el pelotudo era él. A lo que La Pistarini respondió con más miedo.

El Tata Yofre, que tiene la enorme responsabilidad nacional, quizás internacional, de formar a los ciberespías del futuro, va a tener que esforzarse para que este tipo de contragolpe no vuelvan a suceder. Hay que velar por el patrimonio intelectual de El Cagazo Avanza. Hay que velar por la integridad de estas verdaderas máquinas de sangre que dominan la violencia de pico.

El litigio La Pistarini/Dillom es un combate a muerte de esta época. Podría haber sido peor pero, por ahora, se resuelve con uno de los litigantes reculando en chancletas, afortunadamente sin conteo de víctimas. El lenguaje empleado es de tragedia. Los actos son comedia pura. Mientras los términos de la disputa entre comunistas y gladiadores libertarios sean estos, tendremos apenas una guerra civil en clave de parodia, y todos contentos. Lo contrario es mejor no imaginarlo.

JJB/MF

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