La continuidad del mal, el futuro y la memoria
A veces lo extraordinario nos es tan familiar que lo perdemos de vista. El pasado 24 de marzo más de 400.000 personas se congregaron en Plaza de Mayo para recordar un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976. Fue uno de los Días de la Memoria más grandes que haya visto la Plaza. Además, multitudes muy notables se dieron cita en las principales ciudades del país. Por todas partes. Como nunca. Marcharon los de todas las edades, pero con una presencia dominante de los y las jóvenes.
Si uno lo piensa por un momento, el fenómeno es verdaderamente extraordinario. Porque se trata de una manifestación que no organiza un Estado, sino que surge desde abajo, de una sociedad civil que año tras año decide sostener la memoria de un episodio que ocurrió hace 48 años, cuando la mayor parte de los que marchan ni siquiera había nacido. Cientos de miles de manifestantes que no tienen recuerdos personales ni acaso familiares sobre esos años, pero que de todos modos se sienten convocadas a preservar la memoria. El ritual no decae: al revés, se refuerza con el paso del tiempo.
La derecha desespera por la continuidad de esa memoria. Esta vez lo expresó con sinceridad la defensora de los criminales de la dictadura que hoy es vicepresidenta de la nación, cuando se quejó de lo que llamó nuestro “morbo” por recordar el pasado. “Parece que se les va la vida si el 24 de marzo no logran que se escuche su mensaje ininterrumpido de hace 40 años”, dijo. En este punto podemos estar de acuerdo: pareciera que en verdad se nos juega la vida.
La tenacidad de la memoria se explica, claro, por el empeño de nuestra derecha en destruirla. Cada marcha fue, a su modo, una respuesta a la presión de los gobiernos de ponerle un punto final, de forzarnos a reconciliaciones prematuras. Durante bastante tiempo decían que había que mirar al futuro y dejar de tener la vista en el pasado. “¿Para qué tanto examen de lo que pasó? ¡Miremos para adelante!” Pero ya con Macri perdieron la esperanza de que olvidemos y se lanzaron a revisar el pasado con tanta insistencia como la que ponemos en recordarlo. Ya no era momento de mirar al futuro, sino de volver a denunciar las guerrillas, de banalizar la discusión por la cifra de desaparecidos, de exigir una “memoria completa” que no es otra cosa que recordar de otra manera. Ahora miramos todos hacia el pasado, parece.
¿Qué se nos juega en esa mirada retrospectiva? Se mira el pasado porque interesa el futuro. Eso es algo que la derecha descubre hoy, pero que el resto de nosotros siempre supo. Si llenamos las calles cada 24 de marzo, es porque aquello que comenzó en 1976 todavía continúa, sigue afectando nuestras vidas y condicionando de manera negativa nuestro futuro. Vivimos todavía en el ciclo histórico que abrió la dictadura, en el loop económico destructivo que se inició entonces, del que no conseguimos salir en 40 años de esta democracia devaluada, de baja intensidad, que nos dejó como herencia. Tenemos la vista clavada en 1976 porque necesitamos salir de su influjo.
Con los militares se impuso por primera vez un programa económico duradero guiado por las ideas liberales ortodoxas. En otra columna expliqué sus efectos destructivos, continuados en los que nos dejaron sucesivos períodos de la misma orientación. Si miramos el último medio siglo, más de la mitad del tiempo el Palacio de Hacienda estuvo en manos de neoliberales: con los militares, con Menem-De la Rúa, con Macri y ahora Milei. El predominio que tuvieron, además, condicionó fuertemente la otra mitad de ese medio siglo, de tal modo que la lógica de la acumulación económica, su carácter destructivo, no pudo cambiarse. Venimos de 50 años de devastación solo interrumpidos por algún respiro pasajero. Desde 1976 vivimos en el loop de endeudamiento externo, dependencia y fragilidad financiera, drenaje de recursos y fuga de capitales, concentración del ingreso, pérdida de derechos laborales, empobrecimiento y destrucción progresiva de las capacidades de regulación del Estado y loteo o desmantelamiento de la infraestructura básica para la vida en común. El deterioro socio-económico constante nos coloca inevitablemente frente a sucesivas frustraciones políticas, que a su vez la derecha aprovecha para retornar al poder. Un loop que parece no tener fin.
La continuidad del ciclo se nota en la de las políticas económicas que se repiten. Miren algún discurso de Martínez de Hoz de la década del ’70: sus palabras casi no se distinguen de las de Milei. Pero la continuidad es tan evidente que basta con seguir la pista de los funcionarios y del establishment que están detrás. A la represión de los militares y a sus medidas los apoyaron los principales grupos económicos (Martínez de Hoz era su representante, de hecho). Esos mismos grupos empresarios estuvieron enamorados de Menem, sostuvieron a Macri y hoy se embelesan con Milei. La misma continuidad se registra en los apoyos del FMI (que digita Estados Unidos): prestaron a la dictadura cantidades fabulosas, adularon a Menem y lo pusieron como ejemplo mundial, sostuvieron a De la Rúa todo lo que fue posible, concedieron a Macri el préstamo más grande que dieron en toda su historia y le ofrecieron dinero a Milei antes de que lo pida. Los mismos intereses de clase. Los mismos intereses geopolíticos. El mismo ciclo.
Si vamos a los funcionarios, la continuidad y reciclado es evidente. Entre quienes condujeron la economía en tiempos militares estaba Domingo Cavallo. Cavallo sería luego Ministro de Economía de Menem y de nuevo con De la Rúa. Hoy es consultado por Milei, que lo considera el mejor ministro de economía que tuvo la argentina. Militares, peronistas, radicales, libertarios: Cavallo siempre allí.
Con Menem, además de los que heredó de los militares, hicieron su aparición nuevas figuras de continuidad, como lo sería Juan Llach, que regresó como Ministro de De la Rúa; uno de sus hijos tuvo altos cargos de gestión económica con Macri y ambos apoyan hoy a Milei. También se sumaron al armado de Milei otros funcionarios menemistas célebres, como Carlos Rodríguez o el “Chicago boy” Roque Fernández, aunque terminaron eyectados.
De la Rúa tomó a Llach, Cavallo y otros funcionarios de Menem, pero también aportó algunos propios, como Ricardo López Murphy, a quien Milei llamaba su “segundo padre” antes de una enemistad personal que los separó. López Murphy, dicho sea de paso, fue el candidato que el establishment quiso convertir en presidente, sin éxito, en las elecciones de 2003. De la Rúa también subió a bordo a Federico Szturzenegger, que ya había sido economista de YPF durante su proceso de privatización en tiempos de Menem. Szturzenegger fue artífice del Megacanje de 2001, una verdadera estafa al fisco. Con Macri volvió a manejar el Banco Central y patrocinó un nuevo megaendeudamiento, igualmente ruinoso, que alimentó la fuga de divisas. Hoy es el cerebro detrás del Mega DNU y la Ley Ómnibus de Milei. Peronistas, radicales, macristas, libertarios: Szturzenegger siempre allí.
Finalmente llegó Macri, heredero de una familia que hizo su fortuna gracias a sus vínculos con los militares y él mismo menemista entusiasta. Macri jugó un papel fundamental para transferir a Milei los votos del PRO y hoy lo sostiene. En su gobierno recicló funcionarios de los períodos previos y aportó otros de su cosecha, como Luis “Toto” Caputo, que hoy vuelve a manejar el Palacio de Hacienda.
En fin, tanto por la inspiración ideológica común, como por los apoyos sociales e internacionales y por la puerta giratoria de sus funcionarios, la continuidad del ciclo económico que se abrió en 1976 está fuera de toda duda. La dictadura terminó, pero el proyecto de país que nos impusieron continúa en pie. No es casual que todos estos gobiernos de diferente signo político pero idéntica orientación económica hayan tratado de erradicar nuestra memoria. Porque justamente nos enseña que existió una continuidad entre acciones militares e intereses civiles que trasciende la dictadura. Para ellos, ese recuerdo es una piedra en el camino. Hay que borrarlo o interferirlo.
Volviendo a lo extraordinario del 24 de marzo, cuesta encontrar en otros sitios un fenómeno parecido. Nada similar hay en otros países de la región que también sufrieron dictaduras sangrientas. Tampoco en España, que tuvo una que dejó incluso más muertos y más desaparecidos que la nuestra. Se trata de un ejercicio de memoria conmovedor por lo tenaz y sostenido. Nos habla del valor que tiene para nosotros esa memoria, pero también del interés por sostenernos como comunidad, de afirmarnos en emblemas compartidos, de no dejarnos consumir por esa presión cotidiana, embrutecedora, que empuja a que cada cual se ocupe solamente de sus asuntos privados. Nosotros no ejercitamos la memoria por mero gusto por la historia: es nuestra brújula para orientarnos hacia un futuro que nos saque de ese eterno retorno de lo mismo (y de los mismos) que nos carcome desde hace medio siglo.
De los muchos motivos para sentir orgullo de ser argentinos, esa obstinación por ponerle el cuerpo a la memoria es sin dudas uno de los más importantes.
EA/DTC
0