La democracia que sí nos cambió la vida
“Las palabras pueden ser como minúsculas dosis de arsénico: se las traga sin prestarles atención, parecen no hacer ningún efecto, y resulta que luego de algún tiempo, el efecto tóxico se hace sentir”. Esto afirma Victor Klemperer en “La lengua del Tercer Reich” (1975), poniendo en escena el ascenso del nazismo en la lengua alemana.
Días atrás el senador Luis Juez hizo algunas cosas con sus palabras, pues le atribuyó a la democracia un impacto nulo sobre la vida de las personas, ignoró los casi cuarenta años donde el Estado de Derecho y la vigencia de los derechos humanos conforman un presupuesto mínimo respecto del cual parecía regir un acuerdo indubitable.
Las chances de quitarle magnitud a estos posicionamientos están multiplicadas, la recurrencia a un traspié o exabrupto serán los argumentos para la escapatoria. No obstante, y una vez más, es prudente un esfuerzo analítico.
Alguna vez Jean- Francois Lyotard dijo que “un dios pagano es, por ejemplo, un narrador eficaz”. Este enunciado nos sirve, simplemente, para quitarle toda inocencia a aquello que pronunciamos. Es que, como se plasmó en el Informe de la Comisión Verdad y Reconciliación de Sudáfrica, “el lenguaje, discurso y retórica, hace cosas”, construye categorías sociales, da órdenes, nos persuade, justifica, explica, da razones, excusa. Construye la realidad.
En “Cómo hacer de verdad cosas con palabras”, Barbara Cassin recupera la experiencia de Atenas en torno a la memoria. En síntesis, se refiere a la guerra civil que tuvo lugar en el siglo V a.c y a la ley de amnistía que promulgaron, tras su finalización, los demócratas conducidos por Trasíbulo. Allí se hace una suerte de “reglamentación de la memoria”, puesto que respecto del pasado la norma indica “no le está permitido a nadie apelar a su recuerdo contra nadie”. Decididamente estamos frente a un acto político que, ante todo, es un acto de lenguaje. Es decir, además de una amnistía es una política activa del olvido, de la amnesia.
La historia da cuenta de diversas experiencias en torno a la transición entre períodos de dictaduras con violación sistemática de los derechos humanos y la recuperación democrática. Cada uno de estos procesos fue afrontado con las singulares narrativas y lógicas idiosincráticas de los Estados, aunque a esta altura es posible identificar consensos elementales sobre las pautas que deben guiarlos: a) la verdad; b) la rendición de cuentas; c) las reparaciones integrales; d) la memorialización; y e) las garantías de no repetición. El hilo conductor de todos estos ejes es el reconocimiento, que no es sino lenguaje, fundamentalmente lenguaje.
Además, reconocer siempre implica una tarea intergeneracional, no para responsabilizar a los jóvenes de lo ocurrido en el pasado, sino para posicionarlos hacia la no repetición y el ejercicio de la memoria. Uno de los ejemplos más significativos de este enlace entre generaciones es nuestro, el de las abuelas y madres de plaza de mayo, con los hijos y nietos.
En Argentina la transición tuvo sus bemoles, en virtud de que las potentes presiones dieron lugar a amnistías e indultos –luego revisados y dejados sin efectos-, pero fue un recorrido valiente y, en múltiples aspectos, un espejo en el que el mundo procuró reflejarse.
Sin embargo, el desafío que encierra la democracia no se agota en ningún acto, es cada vez. La llamada “justicia de transición” exige un claro mensaje de responsabilidad que alcanza al Estado y a la sociedad civil.
Hacerse cargo del pasado significa saber lo que ocurrió, para que nadie pueda decir alguna vez “yo no sabía”. No se trata de vivir como antes con sus conciudadanos, sino de construir un pasado común para constituir una comunidad que aún no existe. En ese marco, la publicidad es esencial para lo que se comparte. El uso del espacio público, de la amplificación de voces propia de los medios de comunicación, configuran campos de batalla sobre los que no es admisible otorgar concesiones, deben ser ocupados para sacar de la penumbra a los recuerdos.
Ahora bien, ¿qué mundo contribuimos a producir hablando como hablamos?
Un mural de Ciudad del Cabo en las postrimerías del Apartheid rezaba: “How to turn human wrongs in human rights” (Cómo transformar los errores humanos en derechos humanos). Quizás la respuesta a este interrogante se encuentre en la vereda de enfrente a lo expresado por Luis Juez, es decir, en la democracia. La democracia que se conquistó, que se sostuvo, que se vive y que nos permite vivir, pero también la democracia que se nombra.
FG
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