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OPINIÓN

El dogma injusticialista y la movilización del 7A

La marcha es convocada por la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).

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Gorilas en Argentina ha habido siempre, antes incluso de la revolución nacional justicialista y los gobiernos del General Perón. Hay gorilas de todas las especies. Originalmente existían los gorilas conservadores que afirman que el peronismo corrompe a las masas con clientelismo y dádivas que destruyen la “cultura del trabajo”, los católicos reaccionarios que después de la marcha de Corpus Christi bombardearon la Plaza de Mayo por las leyes “inmorales” de Perón, los burgueses ilustrados que lamentaban el aluvión zoológico que degradaba la perla del Plata. También existieron los gorilas de izquierda que apoyaron la Unión Democrática y el golpe del ‘55, afirmando que el peronismo era una forma de fascismo o cuanto menos distraía a la clase obrera de la conciencia revolucionaria. 

Todas estas variantes del espíritu gorila y muchas que surgieron posteriormente fueron conformando un entramado identitario que podríamos definir fundamentalmente como anti-peronismo. El antiperonismo es tal vez la identidad política más intensa en la Argentina. Semejante intensidad ayudó a conservar la otra identidad política que perdura en el país: el peronismo. La identidad antiperonista está fundamentalmente enfrascada en el desprecio a la figura de Perón y el odio a los peronistas. En muchas ocasiones, aunque no siempre, esto incluye el desprecio abierto por el conjunto de las masas populares, la tirria contra los negros, cabecitas, villeros, etc.

Mauricio Macri y Patricia Bullrich son clásicos ejemplos del gorilismo posmoderno que incluye algo propio de la lógica líquida de la posmodernidad: una leve reivindicación de su némesis para ampliar su mercado más allá del núcleo duro gorila que, aunque intenso, nunca superó un 30% conformado por fundamentalmente por la oligarquía, la “buena sociedad” real o autopercibida y el famoso medio pelo descripto magistralmente por Jaureche.

Milei inauguró un gorilismo no-identitario sino dogmático. El aporte novedoso de Javier Milei al gorilismo argentino es el dogma de la injusticia social, la reivindicación explícita de la injusticia social. Si la justicia social es un robo, la injusticia social es una virtud. Su prédica injusticialista permite crear una mística suicida a escala de masas porque empalma perfectamente con nuestro tiempo de desesperanza, pasta base y fentanilo. En efecto, el anarcocapitalismo de Milei inaugura el Movimiento Nacional Injusticialista con sus verdades absolutas, sus predicadores y sus realizadores.

Se trata de una posición política enterrada en el subconsciente reaccionario que empieza a sacudirse el polvo. Es lo que podríamos llamar el darwinismo social: buscar equilibrar las desigualdades entre los fuertes y los débiles es atentar contra el libre desarrollo de la naturaleza humana y termina resultando perjudicial para el conjunto. Solo la competencia ordena, aún a costa de la vida de los perdedores. No hay lugar para ellos, no merecen existir, no tienen otro derecho que la libertad de morirse de hambre. Frente a esa propuesta, lejos de indignarse, hay que entender que una vez en el circo romano a los gladiadores les quedan pocas opciones más que decir “Ave Cesar los que van a morir te saludan”.

Milei sostiene su dogma sacralizado del mercado voraz con bastante más convicción que quienes predicamos un humanismo básico. Sin embargo, cada tanto se atemoriza y “retrocede” a las formas clásicas del gorilismo. Esto pasó, por ejemplo, cuando dejó de predicar el derecho a morirse de hambre para recurrir a los artilugios discursivos del gorila tradicional: “Éstos toman cualquier causa noble y la convierten en un curro”. Apelar a los curros, la corrupción, el populismo, la macroeconomía o la pindonga para negar los derechos sociales es salir por la tangente, un sofisma usual practicado con mayor o menor habilidad por todos los gorilas. Que Milei recurra a él abandonando el dogma injusticialista quiere decir que le entran balas. No le queda otra que reconocer la nobleza de nuestra causa. 

El reclamo es simple, popular, humanista y realizable: ningún pibe sin pan, ninguna familia sin techo, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún argentino sin paz

Esto sucede exclusivamente cuando se lucha, sea en el recinto parlamentario, en los estrados judiciales o en la calle, mostrando que existe otra cosmovisión y que sus portadores la sostienen con coraje. Ejemplo de esto es la “guerra del pan” de los movimientos sociales, la protección de la legislación laboral del movimiento obrero y la marcha educativa del movimiento universitario. En esos tres casos, no hubo ni dogma ni sofisma capaz de torcer la conciencia nacional que les grita “hijos de puta” a los que encanutan el pan de los necesitados, cercenan los derechos laborales o destruyen universidades públicas.

Este 7 de agosto, la totalidad de las estructuras orgánicas nacionales del movimiento de los trabajadores argentinos -UTEP, CGT, CTA-A y CTA-T-, acompañados por los organismos de derechos humanos, realizarán la movilización que hace ya ocho años la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) instauró como rito popular de protesta y reafirmación de los derechos a la paz, el pan, la tierra, el techo y el trabajo. Inspirada en el grito de aquella CGT que desde el Santuario de San Cayetano se le paró de manos a la última dictadura militar, la movilización incorpora las 3T que el Papa Francisco plantó como nuevas banderas en sus diálogos con los movimientos sociales.

El reclamo es simple, popular, humanista y realizable: ningún pibe sin pan, ninguna familia sin techo, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún argentino sin paz.

Este año, la movilización tiene una particular trascendencia porque esta vez no se enfrenta únicamente a un gobierno que incumple sus obligaciones y retacea derechos sino a un gobierno que hace esto como ejercicio de su dogma injusticialista y defiende su dogma apelando a la represión estatal.

Las organizaciones libres del pueblo, con todos sus defectos y desviaciones, son las portadoras principales del legado justicialista en su sentido más profundo, es decir, una cosmovisión que pivotea en torno a la Justicia Social practicada desde el seno del pueblo pobre y la clase trabajadora. No se trata de una identidad político-partidaria, sino de la convicción de que es inmoral que haya gente sin sus necesidades básicas cubiertas tengan o no las aptitudes que el sistema excluyente requiere para servir a su lógica darwinista. Los militantes populares compartimos esta convicción con el pueblo sencillo y sabemos que es parte del inconsciente colectivo de la mayoría de los argentinos.

Son momentos como este en los que, para bien o para mal, se forja el futuro porque el dogma injusticialista, que se va desprendiendo de la poca vergüenza que le queda, nos pone ante la disyuntiva de reavivar la llama de la Justicia Social o sucumbir al bestialismo legalizado.

JG/MF

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