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OPINIÓN

Otro drama más

Recuperación de Paredes, asistencia de Lo Celso y definición de Martínez, Argentina otra vez campeón de la Copa América.

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Un Muñeco Mateyko de Miami, con saco rosa y moño negro, presenta a Shakira, que hace mímica sobre pistas y zarandea sus tesoros corporales junto a unos robots disfrazados de IA. Estamos en el espectáculo de medio tiempo que se hizo carne en el Superbowl y ahora, por lo que se ve, en la CONMEBOL, una empresa propiedad del magnate paraguayo Alejandro Domínguez, quien antes de la final repartió en las tribunas peluches de “Capitán”, el pajarraco que en representación de la Copa América 2024 plagió al gallo del Mundial de Francia 1998.

Mientras Domínguez repartía los fetiches como un triste ídolo sin idólatras, amparado por las figuras de Soledad Pastorutti y Sebastián Yatra que acompañaban al perno, miles de personas se curtían en los jardines de cemento del Hard Rock Stadium bajo los palos, la herrería de obra del estadio y la inutilidad de la organización, al borde de una Puerta 12.

El partido, que no empezaba nunca, empezó un día. Sin grandes acontecimientos en el primer tiempo. Colombia, enamorada de su identidad brasilera a la que siempre le falta cinco para el peso, presionó y trató de mantener una tenencia rápida para dar un efecto de agresividad. La postura, si bien genuina, tenía algo de falso guapo. El equipo de Néstor Lorenzo tenía que demostrar falta de temor, pero fue justamente en lo que la cosa tenía de demostración donde empezaba a revelarse el miedo. Que les de miedo que no tenemos miedo era la posición adoptada por la escuadra apoyada por Maluma, que se cenó el desayuno en la previa del palco, y a quien le mandamos un abrazo grande desde el corazón de este párrafo y le auguramos continuar con su arte.

La Selección Argentina, zorra, campestre, intentó y logró bajar tanto esa velocidad como la temperatura que despedía. Poco a poco se fue armando un partido parejo imaginado para controlarlo con una tenencia somnífera, de la que despertaba con alguna presión alta de Julián Alvarez y Rodrigo De Paul, dos hombres-bala despedidos cada tanto contra el fondo de Colombia para quebrarle la salida engolosinada desde abajo.

En esa paridad, Argentina empezó a desplegar su juego secundario, el más importante. Aquel que deja de lado todos los libretos y sólo se dedica a “entender” el partido. Ocurrió como en Qatar. El equipo se rearmó como cuerpo que bajo presión biológica lucha por sobrevivir como unidad. Entender significa advertir rápidamente en términos colectivos que no hay que hacer pavadas frente a peligros objetivos. Digamos, jugar con fuego. Por ejemplo, había que salir largo para ir sobre la segunda jugada si abajo el horno no estaba para bollos. En esa sabiduría vinculada a la intuición, el equipo de Lionel Scaloni fue definiendo las actividades de la noche: las propias y las del rival, traspapelando lo que se daba por sentado y dedicándose a esperar con aplomo los momentos de la agresión.   

La tendencia al padecimiento como causa principal de sus proezas, fue otra vez lo que operó en favor de un nuevo imposible realizado. Así se mueve en la vida el Equipo del Goce

Después del examen general de la situación, que le llevó 45 minutos de carpeteo, en el segundo tiempo crecieron las subidas de Gonzalo Montiel y Nicolás Tagliafico y el juego del triple 5 que rindió hasta el agotamiento de Alexis Mac Allister y Enzo Fernández. Y mientras sucedía el drama de Ángel Di María, que jugaba mientras se despedía (algo similar a que alguien juegue una final durante su partido homenaje), falló la mecánica de ese artefacto de otro mundo llamado Lionel Messi. El tobillo se le dislocó de una manera monstruosa; y el siguió, para peor. Otro drama más. Mejor todavía. El aura de esta Selección sólo aparece luego de alimentarse de toneladas de sufrimiento, así como se achancha en las buenas.

Con Messi afuera, el golpe a Colombia, en caída hacia la perplejidad de estar sintiendo cada vez más de cerca el horror de haber entrado en la trampa de la lentitud argentina, llegó desde el banco. De esas reservas vino el gol. Luego del gasto, pasó a quemar los ahorros. Leandro Paredes barrió un contragolpe en la mitad de la cancha, Giovani Lo Celso encendió la luz en un pasillo oscuro, y Lautaro Martínez (retórica de goleador) hizo lo que tenía que hacer.

Ya habíamos visto el llanto de Messi en las pantallas, después de desplomarse en ese retroceso para recuperar una pérdida. Podría haber sido un instante terminal, el primero de un porvenir de incertidumbre, que ya va a llegar. Pero fue el momento fundacional de la nueva gloria. La tendencia al padecimiento como causa principal de sus proezas, fue otra vez lo que operó en favor de un nuevo imposible realizado. Así se mueve en la vida el Equipo del Goce.

La lista del protagonismo se fue alargando en la medida en que el hilo del tiempo se acortaba. Cuti Romero y Lisandro Martínez tragaron con su doble dentadura a Córdova, Borré, Borja. Fue un menú de tres 9. Podrían haber sido cien. De Paul y Montiel atraparon contra la línea a Luis Díaz y James Rodríguez, después de una breve temporada de moverse como un fantasma a espaldas de Enzo Fernández, desapareció hasta que reapareció dos horas más tarde el recibir el premio al mejor jugador del torneo.

La salida de Di María, faltando unos minutos (los de las faltas tácticas y el revoleo de pelota a las nubes) fue otro instante de estremecimiento. Más llanto, por si acaso. Así fue como el melodrama llegó al principio del fin. No los llantos, que siguieron en Lautaro Martínez, cuya apariencia de frialdad se desploma cada tanto con manifestaciones de emo.

Lo que no se puede explicar, aunque se intente leerlo, es cómo hacen estas personas para extender su reino. ¿Cómo puede ser que deseen tanto tiempo lo mismo? El dibujo del partido, si hubiera que hacerlo con una máquina de la verdad que no fallara, podría haber sido el de una línea que cae hacia abajo durante esos minutos en los que Colombia se creyó mil, y con todo derecho. Pero luego la línea subió y se fue estabilizando cada vez más alto, subiendo escalones de poca altura y, una vez allí, alcanzó sus picos. Los reconocemos como picos de juego porque sucedieron en un deporte llamado fútbol. Pero en la realidad de los hechos hay que considerarlo picos de elevación anímica.

La pelota que robó Paredes en el comienzo del gol, ¿es un hecho deportivo o anímico? ¿Es un corte profesional de un futbolista o el de una persona que quiere obsesivamente algo? A esa maniobra se la llama recuperación, y sirve para que no se pierda algo más que una pelota.  

JJB/MF

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