Escuchen, corran la bola: tengo un amigo negro, gay y judío
1. Un rasgo bastante notorio de la cultura argentina es su narcisismo. (Una de las primeras cosas que se aprende en cualquier curso sobre sociología es a tener mucho cuidado con las generalizaciones. “Los argentinos son” es una frase dificultosa e improbable: “los hombres argentinos son” tiene cincuenta por ciento más posibilidades de ser adecuada, y sin embargo está condenada al fracaso, porque siempre le faltará precisión de clase, étnica, etaria, territorial. La Argentina es un país inmenso y, aunque no densamente poblado, tiene diferencias y desigualdades enormes, como cualquier sociedad moderna.)
Sin embargo, en apenas 200 años de nación independiente, la cultura argentina ha sabido construir varios mitos generalizadores –ninguna nación puede prescindir de ellos–. Uno es que somos una sociedad europea inexplicablemente transportada a Latinoamérica; una suerte de isla en el continente, a duras penas compartiendo el espacio con Uruguay (o mejor aún, con Montevideo, caracterizada como una Buenos Aires levemente anacrónica).
Otro de los mitos es que todo el mundo habla de nosotros. Todo el tiempo. El universo no tiene otro tema de conversación que las aventuras de la Argentina. Si, para colmo, se trata de fútbol –a veces, también con otros deportes: el boxeo, el automovilismo, el tenis, el rugby, el básquet–, el mundo está obligado a no hacer otra cosa que hablar de la calidad infinita de nuestros deportistas (hombres) y de su inclaudicable superioridad galáctica. Esto incluye, también, a los hinchas: los mejores hinchas (hombres) del mundo entero.
Y hay otro mito indestructible: somos una sociedad étnicamente unificada. “Los argentinos venimos de los barcos”, dice una canción popular de 1982. La cita completa es ésta: “Los brasileros salen de la selva, los mexicanos vienen de los indios, pero nosotros, los argentinos llegamos de los barcos”. Como canción es pobre, pero fue citada por el ex presidente argentino Alberto Fernández en 2021 –le adjudicó la idea al mexicano Octavio Paz, que en realidad había escrito, irónicamente, que “los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos...de los barcos”–. Los barcos significan aquí la repetición de esta idea de la Europa trasplantada, a través de la migración italiana y española; lo que no explica, de ninguna manera, qué pasó entonces con las poblaciones originarias ni con los descendientes de esclavos africanos que llegaron en gran número a toda América: también, a lo que luego fue la Argentina. Los estudios serios afirman que, en el momento de la independencia de España, a comienzos del siglo XIX, la población de esclavos africanos alcanzaba a no menos que un 15% del total. Como no hubo ningún exterminio reconocido u oculto, esa transformación en un país estrictamente –ilusoriamente– blanco precisa alguna explicación.
La explicación es triple: mestizaje, ocultamiento, negación. En la Argentina no hay gente negra. Por eso, a Dios gracias, no somos racistas –no podemos ser racistas–. “Negro” se usa solamente como un insulto clasista: los negros son los pobres. Cuanto más pobres, más negros. Pero eso no es racismo, según esa buena conciencia de las clases medias blancas y urbanas.
Esto último, claro, es pura ironía.
2. Y bien: todo el mundo habló de la Argentina. Pero de su racismo.
El escándalo surgió por un muy breve video en Instagram, filmado por el jugador Enzo Fernández –actualmente, jugador del Chelsea de Londres– luego del triunfo de la Argentina en la Copa América. Los detalles son conocidos, porque todo el mundo habló de ellos. La canción no se escucha completa, porque alguien indica “cortá el vivo”. Hay en ese gesto una confesión de parte: alguien supo que esa canción era de una incorrección radical y que no podía ser difundida en las redes. La canción es, realmente, una exhibición completa de transfobia y racismo, en proporciones desiguales. El texto completo afirma:
“Escuchen, corran la bola, juegan en Francia pero son todos de Angola. Qué lindo es, van a correr, son come travas como el puto de Mbappé. Su vieja es nigeriana; su viejo, camerunés; pero en el documento, nacionalidad: francés”.
La canción muestra la profunda ignorancia geopolítica e histórica de los autores: como es bien sabido, Angola fue colonia portuguesa, Nigeria británica, y sólo Camerún fue francesa. La canción fue estrenada durante la Copa del Mundo de 2022 en Qatar por un grupo de hinchas que quisieron desplazar a la que era la canción masivamente cantada en los estadios: “Muchachos”. La cantaron frente a las cámaras de un canal de deportes; el periodista, horrorizado por lo que estaba escuchando, les pidió que no la repitieran. Ya era tarde, porque el canal mismo la repitió varias veces como una nota de color. Pero, en el momento, y ante la masividad de “Muchachos”, no circuló demasiado.
3. Un poco de historia de la canción (amo las historias de las canciones usadas por los hinchas de fútbol, sus orígenes, sus transformaciones, sus viajes en el tiempo y en el espacio): originalmente, fue un jingle de propaganda usado por la dictadura militar argentina, en 1981, para explicar a las familias que no debían llevar animales en los automóviles cuando viajaran por las rutas en las vacaciones. La canción decía:
“Boby, mi buen amigo, este verano no podrás venir conmigo. Hoy escuché, cuando papá decía que esta vez no te podrá llevar. Boby no me extrañes mucho pronto voy a regresar. cuida todos mis juguetes. Boby, no te portes mal”.
Como todas las canciones luego usadas por los hinchas, era una melodía fácil, rítmicamente sencilla, que permitía memorizar una buena cantidad de información con la rima apropiada. Lo novedoso es que, antes de llegar a los estadios, se volvió cántico político y anti-dictatorial:
“Milicos, muy mal paridos / que es lo que han hecho con los desaparecidos / la deuda externa / la corrupción / son la peor mierda que ha tenido la nación / qué pasó con las Malvinas? / esos chicos ya no están / no podemos olvidarnos / y por eso hay que luchar...”.
Al poco tiempo, llegó a los estadios de fútbol como, sorprendentemente, un canto que se limitaba a expresar el amor por un equipo, sin insultar ni amenazar a ningún otro:
“(Nombre del equipo), mi buen amigo / esta campaña volveremos a estar contigo, / te alentaremos de corazón, / esta es tu hinchada que te quiere ver campeón, / no me importa lo que digan, / lo que digan los demás, / yo te sigo a todas partes / cada vez te quiero mas”.
El paso de los años, de estos últimos cuarenta años, fueron transformando el estilo de las canciones de fútbol en una dirección mucho más agresiva, amenazante, violenta. Los cánticos futboleros tienen ahora tres rasgos predominantes: burlarse de los rivales por el devenir deportivo propio y ajeno, degradar al rival presentando negativamente distintas identidades sociales, y propagar violencias pasadas o futuras. Por eso es que la canción que se limitaba a declarar un amor incondicional fue, hace pocos años, transformada en una declaración homofóbica y, como dije, clasistamente racista:
“Escuchen, corran la bola: se hicieron putos los negros de Casanova. Qué lindo es, vamo´ a coger, allá en los ranchos cerca de la Ruta 3. Los negros llegan en coche, y se visten de mujer, para hacer un par de pesos, porque tienen que comer”.
La relación entre hinchadas está masculinizada de un modo incontrolable, lo que implica que todas las metáforas asociadas a esa relación se vuelven homoeróticas. Ser un hincha es ser un macho y tener aguante, la palabra clave que explica toda la cultura futbolística argentina –y no sólo la futbolística–. Los hinchas rivales son sometidos sexualmente, a través de relaciones anales u orales. Por supuesto, se trata de metáforas, pero que organizan un modo (violento) de entender las relaciones entre equipos e hinchas rivales. Sobre esto hemos escrito mucho, académicamente y periodísticamente, durante casi 25 años, sin que nadie se haya alarmado demasiado.
4. Hace diez años, luego de la Copa del Mundo de 2014 en Brasil, escribí sobre la canción que hicieron muy popular los hinchas argentinos: “Brasil, decime qué se siente” (la melodía era “Bad Moon Rising”, de Creedence Clearwater Revival). La canción era un largo listado de agresiones y desafíos contra los brasileños, que concluía afirmando que Maradona era mejor que el gran jugador brasileño Pelé. Al mismo tiempo, esos hinchas dejaron una pintada en las paredes de Copacaban que decía “Pelé puto”. El graffiti duplicaba el significado del mensaje: “nosotros estamos aquí” (“pintando tus paredes”) y “somos machos: los brasileños no”. Metonímicamente, Pelé tenía que ser nombrado como homosexual.
Un viejo cántico, reiterado hasta el abuso en la época del Mundial 1978, extendía esa atribución a todos los brasileños, pero en un tono desdoblado en el racismo: “Ya todos saben que Brasil está de luto/son todos negros/son todos putos”. En tiempos de corrección política, ni las hinchadas pueden ser homofóbicas y racistas a la vez; sólo una cosa. Así, ni siquiera la homofobia argentina podía reivindicar una muestra tan arcaica de racismo, por lo que ese cántico debía ser archivado. Hasta hoy.
Los versos de “Brasil, decime qué se siente son casi shakesperianos en comparación con ”Escuchen, corran la bola“. Un artículo de Nahuel Karg hace pocos días en Panamá afirmaba que, aún en una cultura futbolística tan degradada, machista y violenta como la argentina, la cláusula ”Escuchen, corran la bola“ significa que todo lo que sea dicho luego de ella sólo puede ser horrible, incorrecto, indefendible.
5. En toda América Latina, la relación de las comunidades afrodescendientes con el fútbol fue todo menos sencilla. Posiblemente, el único ejemplo relativamente distinto fue el uruguayo; tampoco fue fácil, pero Uruguay había abolido la esclavitud 50 años antes que Brasil. El primer jugador afrodescendiente fue Federico Arrieta, arquero del equipo Intrépido, en 1908. Nacional incorporó en 1911 a Antonio Ascunzi y en 1912 a José María Viamont, provocando algunas disidencias entre socios que preferían la segregación. Peñarol, creado en 1913, incorporó a las dos primeras estrellas negras del futbol uruguayo: en 1916, Isabelino Gradín, y en 1917, Juan Delgado. Ambos jugaron el primer Campeonato Sudamericano de 1916, motivando la protesta de la Liga chilena, que exigió la pérdida de los puntos para el equipo uruguayo por alistar “jugadores africanos”. A partir de 1921 aparece la figura de José Leandro Andrade, “La Maravilla Negra” (como lo apodó la prensa francesa en los Juegos Olímpicos de 1924), que fue decisiva en los éxitos internacionales entre 1924 y 1930, y la primera gran figura afrodescendiente latinoamericana. En Brasil, en cambio, la prohibición explícita de los jugadores negros duró hasta finales de la década de 1920. Con dificultades mayores o menores, según el caso, lo mismo ocurrió en Perú, Ecuador, Colombia, Honduras. No en México o Chile. Mucho menos en la Argentina, que, como dijimos, no veía a sus afrodescendientes; y siguió sin verlos hasta hoy, a pesar de que nada menos que Diego Maradona era un mestizo que descendía, a la vez, de indígenas y africanos. El racismo argentino lo solucionó de un modo sencillo: por la vía de la clase. Era un negro, “pero de alma”: es decir, por su clase.
6. Por eso es que el video de Enzo Fernández despertó tantas reacciones políticas. Como, supuestamente, no hay negros ni racismo en la Argentina, nadie juzgó necesario ningún tipo de explicación o disculpa. Peor aún: los comentarios mayoritarios en las redes no vieron siquiera rastros de racismo en la canción, sino apenas una “descripción” del carácter africano de los jugadores franceses –la homofobia no fue siquiera mencionada–. Cuando el subsecretario de Deportes sugirió, en una entrevista, que los jugadores podrían disculparse, fue inmediatamente echado del gobierno por orden del presidente Javier Milei, afirmado que nadie podía indicarles “qué hacer o decir a los jugadores campeones del Mundo y bicampeones de América”. La vicepresidenta, Victoria Villarruel, fue un poco más allá y transformó el suceso en una vigorosa apelación nacionalista y anticolonialista, un poco fuera de moda, en un posteo en X (aún está allí, fijado por su autora, en la cuenta @VickyVillarruel): “Argentina es un país soberano y libre. Nunca tuvimos colonias ni ciudadanos de segunda. Nunca le impusimos a nadie nuestra forma de vida. Pero tampoco vamos a tolerar que lo hagan con nosotros. Argentina se hizo con el sudor y el coraje de los indios, los europeos, los criollos y los negros como Remedios del Valle, el Sargento Cabral y Bernardo de Monteagudo. Ningún país colonialista nos va a amedrentar por una canción de cancha ni por decir las verdades que no se quieren admitir. Basta de simular indignación, hipócritas. Enzo yo te banco, Messi gracias por todo! ¡Argentinos siempre con la frente alta! ¡Viva la Argentinidad!!”.
Esa misma noche, la hermana del presidente corrió a pedir disculpas a la embajada francesa por la declaración de su vicepresidenta.
Todo esto puede parecer un juego, pero a veces puede tener consecuencias geopolíticas. Puede parecer farsesco, pero ocurre con un gobierno que se jacta de su seriedad.
7. Una frase común en la Argentina para desmentir todo tipo de racismo, homofobia o antisemitismo es la afirmación “yo no soy racista/homófobo/antisemita, y te digo más: tengo un amigo negro/maricón/judío”. La clave es la cláusula “te digo más”: en ese momento, comenzamos a temblar.
Por eso mismo, rápidamente circuló una foto de Fernández abrazando un chiquito negro, foto cuyo significado es indudable: “Tengo un amigo negro, no puedo ser racista”. Como todo buen argentino, podríamos agregar.
Este artículo fue publicado originalmente en el medio estadounidense New Lines Magazine.
PA/DTC
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