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SOY GORDA (ESEGÉ)

Familias que importan

"Imprenteros", la historia de los hermanos Federico, Lorena  y Sergio Vega.

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En su segunda novela, Las clases de la tarde (Mansalva), Laura Kogan nos cuenta de modo coral la vida del matrimonio formado por Marta y Emilio, quienes atraviesan la mediana edad en una Argentina estallada por una de las cíclicas crisis económica-social.

Esa crisis, ese opacarse de una realidad que deja de ser predictiva y se impone con su lógica macroeconómica sobre la vida de cada criatura humana, enciende en los protagonistas señales de alarma, los empuja hacia un destino que desconocen y reorganiza los vínculos que los sostienen. Están en estado de orfandad, las certezas de otros tiempos ya no sirven.

Marta pierde el trabajo, aunque confía en sus habilidades. El país se desmorona y surgen el aislamiento, la culpa y la vergüenza como cuestionadores de la identidad y el éxito social. Para ambos, tanto como para la mayoría del conjunto social, hay una caída de la estrecha relación entre la identidad y el privilegio. Al ser excluidos de la juventud, del ser padres de hijos “normales”, del formar parte del mercado laboral, la competencia, el procurar ser más que otro, pierden eficacia.

En medio de un replanteo con su trabajo docente y académico, Emilio se siente fuera de foco y asiste a una clase semanal de filosofía presocrática, donde entabla una rica amistad con su maestro, Blas. Al mismo tiempo, se sumerge en una relación apasionada con una joven estudiante.

La pareja tiene un hijo adolescente con discapacidad auditiva y, en tanto padres y personas, se enfrentan con la dificultad de resolver situaciones impensadas. El contexto adverso y el revés de sus proyectos personales les deja una herida de la que cada uno se hará cargo como pueda, afectándolos en sus certezas, en sus cuerpos y en su estabilidad.

“Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera», escribió León Tolstói en el comienzo de la novela monumental Ana Karenina. Es que frente a la desdicha nos replegamos, la negamos, sentimos que traicionamos lo más querido y al enojarnos o darnos temor nuestra particularidad, preferimos perdernos en la neutralidad de lo común. Si permito que aparezca mi singularidad, emergerá la soledad que me hace única. Pero esa diferencia que nos disloca y nos incomoda puede propiciar una vía para hacerme cargo de lo que soy y de lo que tengo, de mis herramientas para transformar lo que me hace ruido.

La escritura de Kogan, autora también de El barco, “rebalsa una espesura metafórica, sobre la cual podría recaer el peso muerto de cualquier proyecto artístico o la mutación inflamada del paso del tiempo”, opinó Esteban Castromán, durante la presentación en la librería Eterna Cadencia. Laura nos muestra “como el destino de sus personajes opera a través de un laberinto sumamente humano, que se cierra sobre sus sentimientos para revelarnos las fisuras de un mundo real”, dice Javier Fernández Paupy.

En la obra de teatro, el libro y ahora la película Imprenteros los hermanos Lorena, Federico y Sergio Vega también están huérfanos. Juntos recuerdan el oficio de su padre, Alfredo,  entre las máquinas con aroma a tinta y una memoria que trasciende lo individual. Son gente del papel y del teatro, pero la pandemia y el legado paterno, con sus enredos amorosos, les impide regresar a esos ámbitos tan propios.

Parte de una obra tripartita, enhebrada con diversos lenguajes y formatos, ya que incluye una pieza escénica y un libro, los Vega inventan una manera artística de contarse una historia no lineal, con pocas certezas y mucha incertidumbre, que funciona como motor para seguir creando.

Con generosidad, los Vega abren sus corazones al público y comparten la íntima experiencia de ser hijos de un padre que ha dejado este mundo y del que heredaron un conocimiento técnico, la conciencia política y los ires y venires de los afectos. El filme, en formato documental, lleva la dirección de Lorena y Gonzalo Javier Zapico.

No hay en Imprenteros, que puede verse en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, ni sentimentalismo efectista ni asfixia del pensamiento, sino una apertura gozoza e ingeniosa por la que el espectador activa sus sentidos y abraza para sí la forma y el contenido de la obra.

También Lisandro Fiks aporta su visión sobre la familia y la caída de las ilusiones, al adaptar La Gaviota de Anton Chéjov y convertirla en la obra Qué hermoso era todo antes, una versión actual, por momentos trágica, aunque mayormente risueña del texto de 1896, que se está dando en el teatro Moscú.

En esta familia, a la que encontramos en una casona decadente del campo argentino, nadie se siente a gusto con la vida. Así le ocurre a la joven casera María, siempre a la sombra de los demás, que no puede despegarse de un amor que la ignora, el de Gabriel, un director que quiere cambiar con sus obras la historia del cine. María tiene un rol decisivo en la poética de la obra, ya que como testigo es la encargada de decir con gracia y lucidez las verdades que los demás no quieren ver.

También le sucede el desamor a Nina, amada por Gabriel, aspirante a actriz y enamorada de Boris, un director de películas consagrado que quiere dedicarse a la pesca como actividad principal y está en pareja con Irina. Esta mujer es una actriz aclamada, aunque vieja, madre de Gabriel, decepcionada con lo que considera es la falta de talento de su hijo, aunque unida a él por la desilusión amorosa. Finalmente, encontramos a Nicolás, hermano de Irina, un hombre solo que se ha radicado en la llanura, pero vive deseando volver a la ciudad.

“La comedia es tragedia más tiempo”, dijo el escritor estadounidense Mark Twain y esto es en lo que deviene Qué hermoso era todo antes. La vida pasa, pocos son los sueños que se cumplen, las elecciones erráticas llevan a los personajes

por caminos no deseados, nadie está feliz con su presente y todos son o se sienten víctimas de un destino que los burla. Algunos tienen la chance de salir de ese lugar inflexible en el binomio víctima-victimario y construir otra modalidad de estar y transitar. El tiempo sigue pasando, sonreímos, deseamos a los otros y a nosotros lo mejor. Puede que ocurra.

 

LH/MF

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