El gato Félix
1. El 17 de octubre de 1983, hace ya poquito más de cuarenta años, el peronismo –que se autopercibía apenas como Partido Justicialista y con eso pretendía bancar los trapos– organizó un gran acto en el estadio de Vélez Sarsfield, a la vez celebratorio de la efeméride y de la campaña electoral. Nunca hubo tanta gente y tanta calidez en esa cancha: los asistentes desbordaron las instalaciones y se derramaron por la Avenida Juan B. Justo, en la que algunos parlantes reproducían los discursos de los candidatos. Habló Lorenzo Miguel, que era entonces apenas secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica y de las 62 Organizaciones Peronistas: no era candidato a nada, pero era el gran titiritero de la candidatura presidencial de Ítalo Luder. Lo chifló casi todo el estadio –menos los muchachos de la UOM, claro–.
El penúltimo orador, antes de la aburridísima intervención de Luder, fue el candidato a vicepresidente, Deolindo Felipe Bittel, ex gobernador del Chaco. Su discurso fue antológico por dos frases inolvidables. La primera fue: “Hoy como ayer, la opción es Liberación o Dependencia, ¡Y nosotros estamos con la Dependencia!”.
Hasta hoy, el peronismo y los peronólogos discuten si fue o no fue un furcio. La derrota de 1983 impidió comprobar qué liberación nos esperaba con un gobierno de Luder. Pero seis años más tarde, con el peronismo menemista, pudimos verificarlo: la liberación prometida por el peronismo se llamaba “relaciones carnales” con los Estados Unidos.
2. “Al Carajo con el ALCA”, gritaban las masas peronistas devenidas kirchneristas haciéndole eco a Hugo Chávez apenas en 2005, sólo dos años después de que Menem ganara la primera vuelta electoral autopercibiéndose, con insistencia, como peronista y amigo de George Bush, mientras el segundo y ganador por abandono era el gobernador santacruceño Néstor Kirchner, un esforzado autopercibido peronista que invitó a su asunción a Fidel Castro, a Chávez y a Lula Da Silva. Comenzaba el ciclo de la izquierda populista latinoamericana, para espanto de las derechas continentales y de la Casa Blanca. El Director de la ANSES, en ese momento, era Sergio Tomás Massa, que había iniciado su carrera política en la vieja Unión de Centro Democrático de Álvaro Alsogaray, aquel que se burlaba de las juventudes políticas en 1983 preguntándoles, en un programa televisivo: “¿Y? ¿ya se liberaron?”. Massa luego se hizo menemista palitorteguiano, devino kirchnerista, se autopercibió massista, coqueteó con el macrismo, se reconcilió con el kirchnerismo y, en algún momento de su vida, aprendió la letra de la Marcha Peronista.
3. Pero la segunda frase de Deolindo Bittel aquel lejano octubre de 1983 fue aún más decisiva. Bittel afirmó que “hoy el peronismo renace de sus cenizas, como el Gato Félix”.
4. En un chat de colegas latinoamericanos, hace unas horas, se sucedían las felicitaciones por la derrota de la ultraderecha mileísta –los hermanos brasileños eran los más efusivos. Uno de ellos, un amigo chileno, mientras se resignaba a afirmar la incomprensibilidad e inconmensurabilidad de la Argentina y del peronismo, compartió un corto video con declaraciones del Pepe Mujica. Parafraseo: “esto sólo puede pasar en la Argentina, que un ministro de Economía de un país con la inflación argentina pueda disputar la presidencia. Esto pasa porque tiene el respaldo de una cosa que no está conforme con él pero que lo va a votar, que se llama peronismo”. Y ahora cito textualmente: “porque ese animal existe; es una mitología que tiene el pueblo argentino”.
Justamente: ese animal existe, es mitológico, y se llama el Gato Félix.
¿Ave Fénix?
No: el animal peronista se llama Gato Félix. Cuarenta años después, comprobamos que el pobre Bittel no había cometido un furcio, sino producido una profecía.
El peronismo renace de sus cenizas como el Gato Félix.
5. Porque lo hace y lo hará como siempre: a la que te criaste, proponiendo un programa político que se llama “vamos viendo”, con la coherencia ideológica que le proporciona la veleta massista, coqueteando con la embajada norteamericana y con la china al mismo tiempo, escondiendo lo que puede y también lo que no puede, con listas repletas de tantos impresentables como de cuadros políticos potentes, democráticos y comprometidos con su pueblo, con corruptos como Insaurralde –sólo una pálida muestra de un sistema de corruptelas que, como dije hace pocas semanas, excede con mucho al peronismo– y con probos como Kicillof y el kicillofismo de la primera hora (en este preciso momento, las puertas del kicillofismo están atiborradas de recién venidos que claman por su ingreso al club; espero que tengan buenos porteros).
Y lo hizo como lo hizo siempre: haciendo peronismo clásico, que consiste en escuchar las demandas populares y tratar de satisfacerlas, entendiéndolas como necesidades, como reclamos y como derechos. Después, iremos viendo, dios proveerá, una buena cosecha, dios es argentino y sacaremos plata de debajo de las piedras, de la impresora o de donde sea. Pero las demandas populares siempre suenan un poco más fuerte que las del “mercado”, el “círculo rojo” o “la banca”.
El Gato Félix ha vuelto a hacer de las suyas, y con eso desplazó a la bestia mileísta y al espasmo represivo bullrichista. Larga vida al Gato Félix. Como comprometimos con un grupo de colegas hace dos meses, ya tiene mi voto en noviembre.
PA/DTC
1