Ideas para desertar
Recuerdo tiempos en los que en las paredes argentinas se leía el grafiti “en este país la salida es Autopista Ricchieri, Ezeiza, su ruta”. Ahora no es tan fácil. ¿Adónde ir? Hay guerra en Europa del Este y Medio Oriente, olas de calor, migraciones masivas, odio, fanatismo, precarización. Hace poco estuve en un bar de Bolonia conversando con Franco Berardi, conocido como Bifo, acerca de su libro Desertemos. Su diagnóstico es implacable: hoy la subjetividad en Occidente oscila entre una epidemia depresiva y una psicosis agresiva de masas. El capital financiero funciona en automático gracias a las tecnologías digitales y se presenta como un sistema sin alternativas, que genera una publicidad invasiva y frenética, destruye la salud y la educación pública y solo crea trabajos precarios porque necesita cada vez menos mano de obra. Por todos lados hay sobrantes, excedentes humanos. Una oleada de pánico y depresión alcanza a las “generaciones precarizadas” mientras las democracias occidentales se revelan como payasadas cuando los ciudadanos solo pueden participar votando a sus representantes cada tantos años para descubrir que esos representantes –estén más a la derecha o más a la izquierda– no cambian sustancialmente las condiciones de existencia y sólo pueden obedecer, aun con matices, las leyes del mercado. La sensación de impotencia es absoluta. Ante esto, el filósofo y veterano activista de la autonomía obrera italiana plantea que la salida es la deserción.
Dice Bifo en su libro que no pretende pregonar una causa sino pensar en una tendencia que observa en el comportamiento social espontáneo. Pero también propone abrazar esa tendencia, que llama “estratégicamente racional, éticamente aceptable y capaz de restituir un carácter colectivo a la acción, incluso si la acción consiste en no actuar”. Describe cinco tipos de deserción. Una es la de quienes desertan de la guerra y prefieren huir antes que matar o morir en defensa de una frontera. Otra es la pérdida de fe en las virtudes del trabajo: ante la paga miserable y las condiciones espantosas que se impone a los trabajadores, surge el silencioso rechazo a trabajar. Luego, el rechazo al consumo, o el no consumir nada que no se genere en la comunidad de autoproducción (cooperativas, compras directas a productores, etc.). También sabemos que, si no se puede dejar de consumir, se puede consumir menos. “¿Y si redujéramos al mínimo nuestras necesidades económicas, reduciendo al mínimo las interacciones sociales obligatorias?”, se pregunta Bifo. Otra es la deserción de la participación política, entendida como esa “ficción democrática” que induce a votar por un nuevo gobierno que no será diferente del anterior en cuanto a su sometimiento al mercado financiero global. Y otra es desertar de la procreación: cada vez más gente no quiere tener descendencia, sobre todo en los países del Norte. Es más: “La procreación es un acto egoísta e irresponsable cuando las probabilidades de una vida feliz se han reducido a casi cero y las áreas habitables del planeta se van reduciendo mientras la población crece”.
Le dije que conozco en persona esas cinco deserciones. Nunca quise tener hijos. Al trabajo le escapé cada vez que pude y cuando fui obligado a trabajar lo hice a conciencia de que sería un intercambio transitorio de tiempo por dinero. Tal como ocurre con el consumo, creo que, si no se puede dejar de trabajar, siempre se puede trabajar menos. Según las épocas, reduje mis necesidades a un mínimo, viviendo en los bosques o en las islas, cultivando mi huerto, comprando lo menos posible; hoy mismo, ante los brutales aumentos de precios en esta Argentina que está a la vanguardia del ataque privatizador sobre el tejido público, vuelvo a mis viejas ropas y costumbres, gasto poco, compro lo indispensable. Y de la guerra, ni hablar: rechazo la violencia, detesto la militarización de la vida. Pero tengo algunas dudas.
¿No es deserción de las urnas, la abstención electoral, lo que a veces lleva a que supuestos “outsiders” vinculados al capital financiero lleguen a puestos de poder? ¿No habría que darles alguna chance –aun a riesgo de ser nuevamente traicionados– a representantes que al menos en el Congreso nos defiendan de la codicia y del abuso de los poderosos? Pregunto nomás.
Por otro lado, se me hace difícil pensar que las mayorías puedan dejar sus trabajos en masa o renunciar al deseo de consumir y mucho menos al mandato o al goce de tener hijos. Desertar en esos casos todavía me parece una posibilidad de comportamiento para minorías. A menos que las condiciones empeoren. Esto también es posible, incluso probable, quizá inevitable.
Y habrá que ver adónde vamos, como escribió Miguel Cantilo en años en los que había más lugar para el éxodo. La deserción, el abandono, la huida se emparentan con la antigua noción taoísta de wu wei: no hacer, no intervenir, no actuar, al menos como la interpretó Barthes; una especie de pasividad humilde, alejada de todo deseo de rivalidad o de violencia. Nietzsche en Ecce Homo contrasta esa pasividad con el resentimiento, la fuerza reactiva que agita y construye militantes, sacerdotes, mesías, mientras que en la pasividad habría algo así como la actitud del soldado ruso que, ante una campaña militar que le parece demasiado dura, se tiende simplemente sobre la nieve: no acepta absolutamente nada, ni siquiera se rebela en forma activa contra la guerra.
El movimiento del desertor es más enérgico, huye con todas sus fuerzas. ¿Y en el caso de que vengan a masacrarte, de no tener adónde huir? Bifo ofrece un ejemplo para pensar en situación y en contexto. Dice: si hubiera vivido en Kiev, y ante la invasión rusa me hubiesen dicho que debía defender el “mundo libre”, hubiera desertado; pero tal vez para defender mi casa y mis hermanos habría entrado en la resistencia. O sea, tomar el camino del medio, con disponibilidad total para inclinarse hacia uno u otro lado. Sin dogmatismo, con ironía, sin cinismo y sin arrodillarse ante el poder. Algo así.
OB/DTC
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