Incendios forestales en Chile y Argentina, una catástrofe anunciada
Los incendios forestales en Chile están alcanzando niveles inimaginables. Observamos imágenes dantescas, que parecen sacadas de una película distópica. Ya han provocado muertes y la destrucción de más de 45.000 hectáreas y un centenar de viviendas carbonizadas. Son, en total, 251 incendios que golpean la zona central y sur del país, de los cuales 80 -al menos- están fuera de control. El Gobierno chileno declaró el “estado de catástrofe” a las regiones de Biobío, Ñuble y La Araucanía, lo que le permite disponer recursos adicionales para controlar la emergencia, restringir el libre tránsito de las personas y utilizar a las fuerzas militares para contener el desastre. De acuerdo al último balance oficial, ya han dejado al menos 24 personas fallecidas, 979 lesionados (80 graves) y más de 1100 refugiados.
Este desastre en el país trasandino coincide con una larga sequía -que ya dura más de 13 años- y con una ola de calor inédita en el sur, con temperaturas que pueden llegar hasta los 40 grados. Pero el principal responsable no es el Cambio Climático, que provoca estos eventos climáticos extremos, sino la industria forestal chilena que generó las condiciones ideales para este verdadero polvorín.
Existe sobrada evidencia científica y empírica de que son los (mal) usos de suelo los que facilitan la ocurrencia y propagación de estos incendios forestales. La enorme extensión de plantaciones forestales de especies exóticas, que en el país trasandino bordean las tres millones de hectáreas, actúan como un arsenal que, combinado con el Cambio Climático, explota sin control.
El Informe a las Naciones denominado “Incendios forestales en Chile: causas, impactos y resiliencia del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2)”, señaló con contundencia que “según los tipos de uso de suelo, un 50% de la superficie quemada como consecuencia de megaincendios entre 1985 y 2018, estaba cubierta por plantaciones exóticas, principalmente de Pinus radiata y Eucalyptus sp.”
En efecto, los mapas de los incendios coinciden mayoritariamente con las explotaciones forestales exóticas, o son vecinos. Donde predomina el monocultivo de pinos y eucaliptos, el fuego arrasa comunidades y mata personas. En cambio, los incendios se reducen considerablemente donde aún queda bosque nativo.
El informe de la ONU confirma que “el riesgo de incendios se concentra en mayor proporción en los paisajes dominados por plantaciones forestales y, en menor grado, en aquellos dominados por bosque nativo. Cuando la proporción de bosque nativo es menor a un 50% en el paisaje, se observa una mayor ocurrencia de incendios. Sin embargo, a mayor cobertura de bosque nativo el riesgo disminuye”.
La contracara de estos incendios, que sufre toda la sociedad, son las enormes ganancias de las grandes corporaciones forestales. Por ejemplo, en el año 2022 el Grupo Matte (CMPC) registró un récord de ventas y utilidades y el poderoso grupo Arauco se constituyó en una de las mayores productoras de pulpa de celulosa del mundo.
Durante la dictadura de Augusto Pinochet (1974) se dictó el Decreto Ley (DL-701) de “Fomento Forestal” que impulsó el monocultivo de pinos y eucaliptos, verdaderas bombas de succión de agua, generando terrenos secos, sin vida y susceptibles a incendios. 40 años convirtiendo los ambientes naturales en monocultivos conduce a tal devastación.
Plantar árboles no siempre es bueno
Existe un mito, alimentado por gobiernos y corporaciones, que plantar árboles, no importa si son especies nativas o foráneas, siempre es bueno.
Lo cierto es que no es así. Incluso es contraproducente. Debemos entender la diversidad de ambientes naturales que existen en una región. Son mosaicos de comunidades de bacterias, animales, funga y vegetales que han evolucionado en relación directa con las variables ambientales locales como los regímenes de lluvia, temperatura, humedad y tipos de suelos. Estas comunidades determinan la identidad de los ambientes, por ejemplo: pastizales (predominados por pastos), humedales (donde dominan plantas acuáticas y anfibias), bosques (dominados por árboles autóctonos) y están conformadas por especies nativas. Cuando plantamos árboles donde originalmente no existían, por ejemplo en un pastizal, estamos modificando la estructura original de este ambiente, que llevaría a desplazar la fauna asociada a este tipo particular de vegetación, pero además, estamos favoreciendo la pérdida de humedad de los suelos y reduciendo la carga y descenso de las napas freáticas, ya que los árboles implantados tienen acceso a fuentes de agua más profundas que los pastos, a la vez que la evaporan con mayor rapidez hacia el medio.
Es que, en definitiva, estás plantaciones no son bosques, no reproducen la vida, por el contrario. En el célebre texto “Úselo y Tírelo”, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, ya nos alertaba hace casi 30 años, que “en estas nuevas plantaciones madereras, no cantan los pájaros. Nada tienen que ver los bosques naturales aniquilados, que eran pueblos de árboles diferentes abrazados a su modo y manera, fuentes de vida diversa que sabiamente se multiplicaba a sí misma, con estos ejércitos de árboles todos iguales, plantados como soldaditos en fila y destinados al servicio industrial. Las plantaciones madereras de exportación no resuelven problemas ecológicos, sino que los crean, y los crean en los cuatro puntos cardinales del mundo. Un par de ejemplos: en la región de Madhya Pradesh, en el centro de la India, que había sido célebre por la abundancia de sus manantiales, la tala de los bosques naturales y las plantaciones extensivas de eucaliptos han actuado como un implacable papel secante que ha acabado con todas las aguas; en Chile, al sur de Concepción, las plantaciones de pinos proporcionan madera a los japoneses y proporcionan sequía a toda la región. El presidente del Uruguay hincha el pecho de orgullo: los finlandeses están produciendo madera en nuestro país. Vender árboles a Finlandia país maderero, es una proeza, como vender hielo a los esquimales. Pero ocurre que los finlandeses plantan en el Uruguay los bosques artificiales que en Finlandia están prohibidos por las leyes de protección a la naturaleza”.
Un bosque es un bosque, las plantaciones no lo son
Cuando hablamos de un bosque, nos imaginamos árboles, porque la predominancia de estos organismos le confiere el nombre. Pero en sólo una hectárea de bosque correntino podemos encontrar hasta 40 especies de árboles distintos - disetános, que van desde plántulas a más de 20 m de altura- coexistiendo con helechos, enredaderas, epífitas, hongos, dando refugio y alimento a una amplia biodiversidad.
En cambio, en una hectárea de monocultivo forestal encontramos solamente clones de árboles de una especie y de la misma altura, porque así como su nombre lo dice es un cultivo único y es un desierto verde para los animales nativos. Además, estas especies forestales (generalmente pinos y eucaliptus), se encargan de deteriorar las condiciones del ambiente en el cual crecen rápidamente: secan los suelos (cada pino o eucalipto absorbe decenas de litros de agua por día) e impiden el ingreso de luz suficiente para el desarrollo de otras especies vegetales que sí son fuente de alimento para la fauna local.
¿Y en Argentina cómo estamos?
En Argentina, el espejo del Decreto Ley de Pinochet es la Ley 25.080 (Ley de inversión para bosques cultivados) del año 1998. Esta norma estableció estabilidad fiscal y una serie de beneficios, desgravaciones y exenciones impositivas, que multiplicó la producción de plantaciones con especies exóticas. Como se multiplicaron sus consecuencias ambientales. Por ejemplo, en la provincia de Corrientes, que en 2022 sufrió incendios equivalentes al 12% de su territorio, las plantaciones de exóticas ya superan las 500 mil hectáreas (la convierten en la provincia más forestada del país, con un crecimiento del 84% con relación al año 2013).
Una vuelta de tuerca a la actividad ocurrió en el año 2017 cuando se iniciaron las reuniones de la denominada Mesa de Competitividad Foresto Industrial, con el fin de implementar fuertemente la ley nacional 25.080, en coordinación con las provincias. Esta mesa lleva adelante, sin un proceso transparente ni participativo, un plan foresto industrial (denominado “ForestAr 2030”), el cual declama, falsamente, que la actividad en Argentina “no competirá con la agricultura ni bosques nativos”, asumiendo abiertamente que otros ambientes como humedales y pastizales del país son áreas de sacrificio en el altar de las ganancias económicas de unos pocos. Es que esta actividad invisibiliza el enorme aporte ecológico de los humedales y pastizales, como si no tuviesen valor a menos que estuvieran intensamente explotados, como si no existieran, como si estuviesen vacíos, la nada misma. No es casual que uno de los lobbies más fuertes contra el proyecto de Ley de Humedales (que pretende conservarlos) sea el de la poderosa industria forestal. Una característica común de todas las figuras extremas del extractivismo es la invisibilización de los territorios donde pretende avanzar, ignorar -deliberadamente- su importancia, para poder así imponerse.
Es importante entender que la sustitución de pastizales o humedales por árboles lleva a un desequilibrio en la dinámica de estos ambientes, con consecuencias tan extremas como la extinción de especies. Este desequilibrio se acentúa con la introducción de especies exóticas. Éstos son organismos que han sido traídos de otras partes del mundo y por lo tanto, han evolucionado en equilibrio con sus propios ambientes y condiciones climáticas. A su vez estas especies pueden volverse invasoras, como es el caso de las especies de pinos cultivadas en la provincia de Corrientes. Las semillas que producen estos pinos se dispersan con el viento, invadiendo nuevos terrenos que originalmente no estaban destinados a la actividad forestal, disminuyendo incluso su valor para otras actividades productivas. Esta invasión no está siendo controlada por ninguna autoridad gubernamental e incluso está normalizada por la población ya que por falta de información, no distinguen la amenaza que esto representa.
Por su parte, si uno mira un mapa satelital de Corrientes puede ver cómo las plantaciones forestales rodean al Parque Nacional Iberá como una especie de espada de Damocles que pende amenazantemente sobre este invaluable ecosistema. Solo en los pocos días que van del 2023 son decenas de miles de hectáreas de la provincia que ya arden, incluyendo parte del Parque Nacional mencionado. Las ciudades se han acostumbrado a convivir con el humo y las cenizas, naturalizando una forma de vivir inaceptable.
El resultado es una invitación al desastre, no solo porque son grandísimas extensiones donde predominan las especies que ayudan a la propagación del fuego (pinos y eucaliptus que producen aceites esenciales altamente inflamables y sus hojas se acumulan en los suelos generando materia seca que actúa como combustible) sino que paralelamente provocó la pérdida de los valores ecosistémicos que proveían los zonas donde avanzó la industria forestal (humedales, pastizales y bosques nativos) que podrían prevenir el inicio de incendios o mitigar sus impactos.
¿Desarrollo? ¿Progreso?
Y aún haciendo el difícil ejercicio de obviar las gravísimas consecuencias ambientales del monocultivo forestal, también hay que subrayar que las promesas “eldoradistas” sobre la actividad no sirvieron para revertir los inaceptables niveles de pobreza e indigencia de provincias que se embarcaron ciegamente como Corrientes o Misiones.
Es que, entre otras cosas, la expansión de la actividad forestal lleva a la disminución de otros tipos de aprovechamientos agropecuarios atento el sostenido proceso de acaparamiento de tierras que provoca. Como afirma el investigador Diego Chifarelli de la Universidad Nacional de Misiones, “el avance de la actividad forestal, disminuye las explotaciones agropecuarias como emergente del marcado proceso de concentración de la tierra que genera, además de producir migraciones desde zonas rurales a urbanas, generando pobreza, exclusión, desocupación, degradación de los recursos naturales y pérdida de la dignidad humana.” (...)
El citado Plan Forestar 2030 también tiene, engañosa y genéricamente, el objetivo de “fortalecer las economías regionales” pero lo cierto es que opera en territorio destruyendo las posibilidades de desarrollo de las actividades económicas que acompañan la cultura y forma de vida de la población local. En provincias como Corrientes estos proyectos forestales que serían inviables si no fueran subsidiados, avanzan sobre pastizales en los cuales se ha practicado ganadería (hace al menos 400 años según señaló el Ing. Agr. Romeo Carnevali), siendo una actividad, que llevaba adelante con buenos y reales criterios de conservación, podría ser el modo de producir sin eliminar la biodiversidad y favoreciendo a medianos y pequeños productores.
Paralelamente se va dando un proceso de extranjerización de la tierra que, en Corrientes, ya supera el millón de hectáreas de las aproximadamente 9 millones totales de la superficie rural total de la provincia. En el año 2019, la Legislatura correntina aprobó una Ley que habilitó a los grandes capitales extranjeros a que adquieran grandes extensiones de tierra, a medida (y pedido) del grupo chileno ARAUCO, el mismo del desastre tras la cordillera.
Peor aún, como vimos, la concentración de tierras parece alejar perpetuamente la posibilidad de desarrollar verdaderamente las economías regionales y el escaso empleo generado se caracteriza por el trabajo precarizado, la explotación laboral e incluso infantil y esclavo. Se multiplican las noticias de establecimientos con malas condiciones de vivienda y de seguridad e higiene, ausencia de elementos de seguridad adecuados para la protección de los trabajadores, falta de agua y comida y bajos salarios. En un relevamiento del 2020 del RENATRE (Registro Nacional de Trabajadores Rurales y Empleadores) la tasa de no registración de los trabajadores en las actividades forestal y extracción de resina fue del 35%. En Corrientes, en el corto periodo 2019-2021 se han registrado 443 adultos y 10 menores trabajando en situación de explotación laboral y condiciones inhumanas de trabajo.
La reprimarización de la economía es, quizá, uno de los rasgos más distintivos de la industria forestal. En Corrientes solo el 20 % de la producción de madera se industrializa en la provincia, el resto se comercializa como mera materia prima. Y solamente el 10 % de los aserraderos que existen en la provincia comercializan sus residuos, con lo cual cerca de medio millón de toneladas/año de costaneros, astillas de aserrín y corteza se desperdician o son desechados en el humedal más cercano. Pocas cosas nos remiten más a la época de la colonia que la exportación de madera para el centro mundial.
Conclusión
En definitiva, nuevamente convertimos nuestros territorios, bosques nativos, humedales y pastizales, en una zona de sacrificio para el sobreconsumo del norte global y las ganancias de unos pocos acá (siempre los mismos). Pero las consecuencias las pagamos la mayoría con los incendios, la pérdida de biodiversidad y el desplazamiento o empobrecimiento de la población que vive (o vivía) en esos ecosistemas arrasados.
Cualquier acción real de adaptación al Cambio Climático Global (e incluso de Desarrollo) tiene que tender a la reducción sustancial de las plantaciones de árboles exóticos y la conservación de bosques nativos, humedales y pastizales para que, por un lado, las actividades productivas, que generan encadenamientos económicos y arraigo social, puedan seguir existiendo, de manera regulada. Pero además, porque las olas de calor, las sequías extremas, las inundaciones, son fenómenos que serán cada vez más recurrentes y feroces, debemos estar preparados para ello y los ecosistemas saludables son los grandes aliados en amortiguar estos eventos extremos.
No podemos permitir que sigan avanzando generando formas de vida distópicas. Necesitamos una economía de (y para) la vida, no de la muerte y destrucción. Que sostenga y promueva la vida rural, garantice acceso equitativo a la tierra y genere posibilidades reales de progreso a la mayoría de la población y no que la expulse a malvivir en los cordones de las grandes ciudades. Como sociedad es momento de actuar, de poner un freno, no debemos seguir soportando pasivamente las consecuencias ambientales, sociales y económicas de un modelo que solo trae territorios devastados, saqueo y exclusión. Hay un límite, y lo sobrepasaron hace rato.
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