El Libro de Macri
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Opinión
Manifiesto contra el gradualismo
“Nuestra debilidad tuvo un nombre: Gradualismo”, dice Mauricio Macri hacia el final de Para qué, su libro más reciente. No es una frase casual, es la síntesis categórica del futuro, el resumen de los preparativos de las fuerzas que se preparan para llegar al poder en las elecciones presidenciales del año próximo. Productor y síntoma de un clima distinto al que lo llevó al poder en el 2015, el ex presidente firmó el libro más honesto de su carrera, el verdadero para qué. Adiós a la ambivalencia, al centro, a las palomas. Au revoir a la tibieza de las coaliciones. Para qué, es, sobre todo, una oda al cambio de régimen como razón de existir del amplio espacio de la derecha radicalizada. Como reafirma el autor más de una vez en el texto: “O somos el cambio o no somos nada”.
En el libro, y fuera de él, Macri está decidido a ser algo. Aunque aún no está claro si será candidato a presidente, su contribución fundamental a Juntos por el Cambio es dejar atrás la experiencia de su gestión y sepultarla bajo una convicción renovada en un cambio radical, ideológicamente intransigente, anclado en una fe irrestricta en el individuo y un rechazo a la interferencia del Estado. El gradualismo es, y siempre lo fue, una claudicación, y un Macri inclaudicable está más a tono con el espacio que en la Argentina tomó formas más rígidas con la aparición de Javier Milei a la derecha de su pantalla.
¿Para qué Para qué? ¿Para qué escribe un libro? ¿Para qué los escriben Cristina Kirchner o Javier Milei, productos que difícilmente logren torcer un escenario político -la excepción parcial podría ser “Sinceramente”-, que nunca llegan a una audiencia mayor que el 10 por ciento de lo que esos mismos dirigentes llegan por medios audiovisuales? ¿Para quién? Hay algo en la necesidad de producir ideas, y en la certeza para algunas generaciones, de que las ideas más importantes se transmiten por escrito, que lo programático tiene lomo y tapa, páginas numeradas. El verdadero cambio de régimen vendrá de quien funde una nueva nación en un breve mensaje de TikTok.
Es fácil desestimar a Macri como un productor de ideas. Demasiado fácil. Pero si la historia intelectual ha dado paso a una historia social de las ideas es también para entender que las ideas fundantes de una nación no le pertenecen sólo a los intelectuales o estadistas sino también a quienes hacen de ellas un cuerpo vivo, imaginado, deseado por otros. Macri no es un intelectual, pero el hombre no está compitiendo por el Nobel de Literatura. Sus palabras resuenan en la sociedad por razones distintas a la consistencia o profundidad.
Para qué tiene dos partes bien definidas. La primera está dedicada a su biografía personal, dominada por su actividad empresarial y el anecdotario de su paso por Boca Juniors. La segunda es la política, con el foco dividido entre su tiempo como alcalde, su gobierno y los años siguientes en la oposición. A ambos mundos los une Macri y una idea de sociedad y progreso marcada por el esfuerzo personal y la perseverancia. Y, obviamente, la lucha contra el populismo, un mal que en su mirada afecta por igual a “el peronismo”, “el periodismo deportivo”, “el kirchnerismo”, “las obras de infraestructura”, “el ambiente del fútbol” e, incluso, en su versión light, “nuestra gestión.”
En la empresa, el expresidente logra sacarse de encima a su padre (“finalmente, y después de varias batallas, logré torcer el brazo de Franco Macri y llegué a Sideco”). En el club, es la autoridad que disciplina a Carlos Bianchi. Primero llega “a la conclusión de que Bianchi era la persona que Boca necesitaba”. Poco después, en una escena improbable, le indica cómo jugar la final de la libertadores contra el Santos en el 2003: “Por eso te llamé. Si salimos a colgarnos del travesaño nos matan. Tenemos que jugarles de igual a igual. Estoy seguro de que así les ganamos”, a lo que Bianchi, convertido en el discípulo que ha visto la luminosidad del maestro, responde: “Estoy de acuerdo. Tenemos la chance intacta. ¡Vamos a ganar esta copa!”“
Macri es, sobre todo, el que se sobrepone a sus pasiones y le niega a Diego Maradona la dirección técnica. “Aquel no a Maradona fue, quizás, el más duro y difícil de todos los que tuve que pronunciar. El paso del tiempo terminó por demostrarme que había hecho lo correcto.” No es lo que Macri hubiera querido, nos dice, pero “las instituciones son siempre lo más importante.”
Además de insistir en mostrar una imagen de autoridad, el fútbol le permite ser generoso en anécdotas. Su rechazo a negociar el precio de Oscar Córdoba con un narcotraficante que manejaba la operación desde la cárcel o sus infinitas negociaciones con la Comisión Directiva de Boca. Le permitiría, supone él, mostrar su rostro más humano. “Algunos me consideran una persona fría”, cuenta, recordando los festejos con Martín Palermo en el memorable triunfo frente a River por la Copa Libertadores del 2000. “Nada más alejado de la realidad. Esa noche nos abrazamos con Martín bajo la ducha, él desnudo y yo vestido.” Uno imagina esa escena relatada por Guillermo Cóppola y Macri reemerge desangelado. Todo es desilusión. Mucha plata, poca calle, pésima combinación.
Pero el fútbol no es anécdota ni relleno. El bajo continuo que recorre Para qué de principio a fin es una apuesta al esfuerzo individual y a una mirada de la relación entre poder, personalidad y sociedad. “Para lograrlo había que correr los límites tanto de la pasión como de la racionalidad. Habíamos prometido la recuperación de la gloria perdida. Pero ¿qué representa la gloria? Es algo intangible, inmaterial, imposible de atrapar”, dice a cuento de sus desafíos en Boca. “Pocas cosas hay más importantes en el trabajo de un líder que saber decir que no”, “el respaldo es una responsabilidad indelegable del líder. Un líder que escatima el apoyo a quienes lo acompañan no está a la altura de lo que exige su posición”. “Mi responsabilidad es dar la mayor tranquilidad, confianza, seguridad y libertad para que cada uno pueda hacer bien su trabajo”, “emprender requiere ese componente mágico, espiritual, emocional, que une al equipo y le da fortaleza”, “el liderazgo siempre comienza con una primera tarea: tener un sueño”. “Suena obvio”, agrega en algún momento.
Las frases, obvias o no, capturan la jerga de los estudios de liderazgo y de los libros de autoayuda financiera, dos campos que calan hondo en la cultura norteamericana del último medio siglo. James March es el referente de los estudios de liderazgo, un área auxiliar de las escuelas de negocios en la que conviven lecturas de Don Quijote como un emprendedor de vanguardia con descripciones de Bill Gates o Steve Jobs como emprendedores quijotescos. Responsabilidad, confianza, libertad, razón, un diccionario a la medida del ex presidente. En la autoayuda financiera, Robert Kiyosaki hizo fortunas explicando cómo hacer fortunas. Como señala Daniel Fridman en “Vivir sin trabajar”, el centro de la autoayuda financiera es esa convergencia entre técnicas y ética, entre cómo hacer y para qué, para producir “el sujeto del neoliberalismo, que se ve a sí mismo como exclusivo responsable de su destino económico y que se embarca en un proceso voluntario de autotransformación.” En un mundo alternativo, March y Kiyosaki serían personajes de la picaresca porteña de los años ‘80, asesores informales de Arteche en Plata Dulce, socios menores del Doctor Piccafeces en la revista Humor. En el que nos tocó, sus palabras contribuyen al ideario que Macri, familiarizado o no con los autores, reproduce cada vez con más fidelidad.
Si la primera parte del libro ofrece el lenguaje y el anecdotario, la segunda ofrece el programa político que se deduce de ese ideario. El Macri de Para qué es muy distinto al de Primer tiempo en dos sentidos fundamentales. El primero es que el líder de Juntos por el Cambio ya no está acá para explicar los problemas de su gobierno, asumir o asignar culpas, sino para avanzar agresivamente al futuro. “Sepan que olvidar lo malo también es tener memoria”, dice Macri a cuento de otra cosa, citando al Martín Fierro. Cita certera y conveniente. El ex presidente dedica apenas 29 páginas de las 259 para hablar de su gobierno, la realización más clara del ideario que describe en las 230 restantes y cuyos resultados no fueron los esperados.
La segunda diferencia es que en Primer Tiempo, Macri oscilaba entre pensar que algunas medidas debieron ser más enérgicas y ubicarse por encima de sus pares para señalarles que no era posible avanzar más rápido sin romper consensos imprescindibles. Un emergente de ese consenso fallido era la obsesión con “la traición de Sergio Massa”. El actual ministro de Economía aparecía una treintena de veces y era señalado por Macri como el responsable de haber volcado sus parlamentarios y su base política hacia el kirchnerismo, dejando al gobierno de Cambiemos sin una pata de centro que extendiera sus consensos. Sergio, “parte de los que tanto cuestionaron en su tiempo al kirchnerismo para terminar a sus pies.”
Señores votantes: Nunca más. En Para qué desaparecen las disculpas y las penas por la ausencia de Massa, desaparece el lamento por la el alejamiento de la sociedad, desaparece Massa por completo porque desaparece la necesidad de Macri de ir hacia el centro en la medida que ese centro ha ido hacia él, e incluso lo ha pasado de largo. El expresidente visualiza ahora su gestión más firmemente como un gobierno de palomas, y eso no le gusta: “El gradualismo fue producto de nuestra debilidad y no de nuestra vocación”. Y hacia donde vamos, no necesitamos palomas.
En el libro anterior, Macri forcejeaba explicando su relación con el universo general de los derechos humanos. En
Para qué, ese debate ya es innecesario, y apenas si aparece una referencia a la desaparición y muerte de Santiago Maldonado, quizás el punto de inflexión en la relación de la sociedad con la historia democrática reciente y en el que la convivencia de los organismos de derechos humanos con el kirchnerismo, la autopercepción de los primeros como baluartes morales de la nación y el uso insistente del segundo de esa relación explotaron por el aire. Bajo esa alfombra generosa, Macri barre la violenta represión de la gendarmería y el celo con el que las fuerzas de seguridad priorizan la defensa del derecho de propiedad por sobre el derecho a la vida. Y aún así, la autopercepción sigue siendo la de un gobierno al que le faltó firmeza.
La lectura de esos años como los de una gestión moderada puede ser inexacta. Pero a Macri le sirve para mirar al futuro, en línea con una derecha que de la mano de Milei y Patricia Bullrich, entre otros, puede desplegar su ideario genuino, funcionando desde las instituciones democráticas y con una amplia base social. Los desencantados con los años de Carlos Menem podían votar a Macri, los desencantados con los años de Macri podrán votar convertir en presidente a su próxima representación, y así. Siempre tenemos a alguien para apoyar aquello de lo que estamos convencidos. “El Estado es el que más ha hecho por destruir y complicar la vida de los argentinos con sus políticas irresponsables, costosas e ineficientes,” dice Macri, ahora en mueca superpuesta con el líder de La Libertad Avanza.
El tono de Para qué, en ese sentido, marida mejor con un país en el que el intento de homicidio a la vicepresidenta de la Nación por parte de organizaciones libertarias puede ser tolerado o puesto en duda por parte de la dirigencia política. El Macri de Para qué es parte importante de esa nueva realidad. Ahí, sobre esos capítulos finales aparece, fundada en la soledad del individuo y el poder del líder con el que Macri se deleita en las páginas anteriores, el para qué de su libro: “Habrá que tomar decisiones drásticas. Aquel ‘buenismo’ que algunos señalaron durante nuestra gestión no va más. El populismo light no es una opción.”
ES
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