Los mensajes del agua, o cómo interpretar que un derecho inalienable cotice en Wall Street
Las leyes ambientales corren un albur tortuoso en la Argentina. Pasan por un laberinto indefinido de comisiones, la mayoría de las veces pierden estado parlamentario, no se cumplen por desfinanciamiento del sector o quedan encajonadas en los despachos de las comisiones. Pasó con la Ley de protección de los humedales, la a medias cumplida Ley de glaciares, La ley de mitigación del fuego… Y así sucesivamente.
Las responsabilidades en materia de lo que atañe a la preservación de la naturaleza en la Argentina son cuentas pendientes. Por un lado, existe una conjunción de ignorancia científica en materia de cambio climático. Por el otro, un pertinaz negacionismo que se jacta de un progreso que nunca llega. Lo que impera, no sólo en la Argentina, es una radical incapacidad de poder pensar en otro modelo de producción y de convivencia que no sea el capitalismo financiero y depredador. Le dicen “crisis”. En realidad, se trata del fin del mundo tal como lo conocimos hasta ahora.
Para la mayoría de nuestros funcionarios -las excepciones se cuentan con los dedos de una sola mano-, el ambiente, el cambio climático, la constelación planetaria que nos trajo hasta esta pandemia zoonótica no son temas que importen. Hay una fe ciega, fundamentalista, en las soluciones mágicas del capitalismo. “El capitalismo como religión”, dijo alguna vez Walter Benjamin.
Aunque haga del slogan del bien común un latiguillo en sus discursos, la clase política no vela por la vida en el futuro. Se ubica del lado de las grandes empresas, en su mayoría transnacionales. El mundo empresario, hoy “el poder”, está absolutamente persuadido de que la financialización de la vida es el único instrumento para salvaguardar una relación „eficiente y racional“ en el manejo de la relaciones entre los seres humanos y el resto de las especies del planeta. Se menefregan en los derechos universales a la vida, el agua, la salud, la vivienda o todo aquello que pueda interferir el devastador crecimiento económico. Para el homo oeconomicus sólo existe el aquí y ahora.
Ninguna noticia que verdaderamente ataña a intereses vitales de la ciudadanía pasa por los medios masivos. Y no tan masivos.
En la Argentina, las empresas transnacionales constituyen un lobby feroz que, hasta ahora, ha impedido toda medida jurídica en materia de protección de la naturaleza.
De esta concepción jibarizada del presente sin futuro forma parte, sobre todo en nuestro país, un periodismo escindido en el binarismo de la grieta macilenta. Si no fuera trágica en materia de información, parecería una broma de mal gusto. Ninguna noticia que verdaderamente ataña a intereses vitales de la ciudadanía pasa por los medios masivos. Y no tan masivos.
A comienzos de diciembre de 2020, las bolsas de Wall Street y Chicago comenzaron a cotizar el agua a futuro. Es decir, se empieza a especular de manera contundente con un bien escaso que, dentro de muy poco tiempo, tendrá precios inaccesibles. Semejante noticia pasó, fuera de algunas breves alarmas en las redes sociales, absolutamente inadvertida.
Científicos y expertos vaticinan que, pronto, entraremos en un punto irreversible que llevaría a tornar inhabitable el planeta para el año 2040. Wall Street, que se caracteriza por hacer un negocio de la carestía, acaba de reaccionar. El agua, hace cuarenta años un derecho inalienable , se transforma en un commodity más.
La privatización del agua no es reciente. Comenzó en los años 90, cuando los estados decidieron concesionarla a grandes empresas para su embotellamiento, para las mega empresas extractivas, para la agricultura industrial. Con la concesión de la administración del agua para consumo doméstico a empresas multinacionales se quintuplicó su precio.
En la Argentina y en América Latina existen varias formas de acaparamiento y apropiación privada del agua. Los grandes proyectos extractivos están basados en el sobreconsumo y la concentración. La minería a cielo abierto usa millones de litros de agua dulce y avanzó sobre vertientes y glaciares, a pesar de una ley que no lo permite. Como ejemplo, Minera La Alumbrera llegó a consumir por año el doble de lo que consumía toda la provincia de Catamarca: se le concedió permiso para usar 100 millones de litros por día. En materia de minería a cielo abierto, los derrames de cianuro, aunque se oculten, están a la orden del día.
Un solo pozo de fracking puede llegar a utilizar hasta 30 millones de litros diarios. Lo mismo sucede con los agronegocios: para producir un kilogramo de granos, se necesitan entre mil a dos mil kilogramos de agua. Similar es el discutido proyecto de las megafactorías de cerdos, donde se planifica invertir nueve mil litros de agua para producir un solo kilogramo de carne.
Todo esto sucede a espaldas de la población urbana. Tiene lugar en ese vasto Hinterland que es el patio trasero de nuestras anestesiadas conciencias: “el interior”. Sin embargo, las poblaciones afectadas (pueblos originarios, habitantes de provincias, campesinos, movimientos ecofeministas y una larga nómina de conciudadanos comprometidos) se organizaron en puebladas con éxitos y sinsabores diversos.
Una nueva gramática política se opone al despojo de un bien común colectivo y subraya la importancia cada vez mayor del agua como derecho humano fundamental.
La pionera de estas contiendas fue el “No a la mina” de los pobladores de Esquel en 2003, cuando ante un plebiscito convocado por la Municipalidad, el 82% de la población se manifestó en contra de las actividades mineras. Desde entonces no se realizaron otros plebiscitos ambientales. Se temía la repetición en cadena de los resultados de Esquel. La cuestión es seguir frenando las democracias de base. Hoy por hoy, las protestas aumentan en forma geométrica. Hay múltiples ejemplos: las luchas por la defensa de los glaciares y ríos en Jachal y Famatina, la pueblada mendocina en 2019 contra el fracking y las actuales movilizaciones en contra de la minería a cielo abierto en Chubut. Movimientos todos que expresan, no sólo el rechazo frente a la expansión de actividades destructivas y contaminantes, sino sobre todo la emergencia de una nueva gramática política que se opone al despojo de un bien común colectivo y subraya la importancia cada vez mayor del agua como derecho humano fundamental.
La reciente medida tomada en Wall Street no sólo contribuirá a mayor exclusión y empobrecimiento, sino que incrementará hasta el paroxismo el colapso ambiental que sufrimos en la actualidad. La medida hace caso omiso de las complejas funciones e interrelaciones de los ecosistemas de la naturaleza. De este modo, el agua asume un carácter pleno de mercancía para la especulación de los sectores financieros. El paso que ha dado el capitalismo financiero a nivel global implica la consumación de una lógica puramente especulativa que atenta contra los derechos de los pueblos y contra el sostenimiento de la vida, ya amenazada en el contexto de crisis climática y colapso ecológico.
El colectivo Pacto Ecosocial del Sur y el grupo de escritoras No hay cultura sin mundo acaban de lanzar una fuerte solicitada bajo el título Los mensajes del agua. Luego de analizar la situación devastadora de la medida y su repercusión en la Argentina, llaman a sancionar urgentemente dos leyes que ya tienen estado parlamentario: La Ley de acceso al agua potable (P2020/2641) y la Ley de reconocimiento de los derechos de la naturaleza (P2020/6118). Más que de un pedido se trata de un recurso de última instancia.
Esperemos que ambas leyes tengan mejor suerte que los proyectos anteriores.
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