Nadie pidió tu opinión
“No entrar. Que mis carnes excedan la silla y me lastime los centímetros ¿de más? Dicen que el cuerpo no importa. Yo digo que es una mentira para hacernos sentir peor. Díganme si ustedes vivirían su vida igual a hoy, si de pronto, no entran. En la ropa, En la silla, En el colectivo. En la puerta. En el banco. No entran. La experiencia de sus vidas sería otra. Una, en la que una silla te puede aislar. O la puerta del baño choque tu panza. Y no, no es que no me ame ni crea que mi cuerpo no es bello. No tiene nada que ver. Amo mis piernotas, pero puedo odiarlas a veces también. Los medios y todo lo que nos imponen dicen que mis piernotas están mal. Mi cuerpo no entra en una silla, eso me hace sentir triste. ¿Está mal que el parámetro con el que fue todo hecho me haga sentir excluida? Claro que está mal. Pero para eso está hecho. Si una norma excluye a lo diferente, lo diferente se siente alien en tierra propia”. (@florralegre)
“GORDA, esa es la palabra que me hacía sentir encerrada, como si el destino manifiesto de mi carne fuera esa invisibilidad cruel. Luego, con el tiempo, esa palabra se volvió una bandera, una insignia de lucha; y ser gorda se convirtió en parte de una identidad. Si no tuviera que dar explicaciones sobre mi cuerpo, sabría que ya estoy en otro planeta, en un lugar atípico donde no me pedirían que acredite mi identidad a través del cuerpo o los genitales, mi identidad de género, etc. En nuestra cultura, parte del reconocimiento de los otros pasa por la forma en que nos relacionamos con las normas corporales. Las personas que encarnan adecuadamente las normas de la delgadez tienen el privilegio de la visibilidad, son valiosas porque señalan el modelo a seguir. Mientras que, en este sistema de reconocimiento, las personas gordas incomodan, pero no por eso dejan de ser funcionales. El gordo es el centro de la tabla de dardos y los arpones se hunden en la carne, se hacen cicatriz mientras duelen”. (Lux Moreno, en su libro Gorda Traidora).
“Somos las hipervisibles invisibles/ la doble moral y tu hipocresía/ la crítica moral y estética disfrazada de salud/ La incomodidad en tus ojos, en tu espacio, en tu uniformidad./ Somos la ruptura de tu norma/ desobediencia y exceso/ desborde y pecado, disidencia./ Somos las que no quieres que existan. Pero existimos./ Y no vamos a pedir perdón ni permiso. (Magda Piñeyro, del libro StopGordofobia y las panzas subversas)
Voces, voces gordas, macizas, contundentes. Voces con peso, con volumen, desmedidas. Voces que se escriben, que hablan, que cantan, que gritan, que estremecen, que se escuchan, que pintan, que grafitean, que asaltan las calles.
Voces anchas, morrudas, gruesas, contra la opresión y la imposición de los mandatos magros, desgrasados, uniformados, uniformes. Voces que al decir se liberan. Traemos testimonios de gordas luchadoras, que rescatamos en las jornadas en que se conmemoraron, el 4 de marzo, Día Internacional de la lucha contra la Gordofobia, tal como hace un año lo renombró el activismo por las disidencias corporales y que en su origen oficial era de la lucha contra la obesidad. Y también, historias que se enlazan con el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, por aquellas que murieron quemadas por el incendio en una fábrica y la carencia de toda medida de cuidado, higiene y seguridad.
Porque la gordofobia es violencia patriarcal y sabemos que hay machos que padecen este terror, pero también que hay mujeres gordofóbicas, incluso dentro del feminismo. Hembras que no comparten la lucha por la aceptación y el respeto de todos los cuerpos. Hombres y mujeres que tampoco consideran el racismo, la xenofobia y la clase social como causas de la discriminación. No poder bancar la canasta básica es violento, como los estándares de violencia machista lo son. Y el maltrato a las personas gordas también lo incluye, por lo tanto, lo es.
Miremos más allá del feminismo blanco del norte del planeta, que cree que todas las mujeres somos iguales y que lo único por lo que tenemos que luchar es por nuestras reivindicaciones de género. O, en todo caso, incluyamos, sumemos, habilitemos la aceptación de todas las clases sociales, las etnias, las disidencias corporales y genéricas bajo la misma bandera feminista. Queremos igualdad en el trato, aunque no seamos todes iguales.
La sociedad nos victimiza, pero nos alzamos por nuestros derechos.
Derecho a vivir la vida que se quiere, una existencia que no afecta en sentido a los demás, como nos hicieron creer.
Derecho a no someterse a una dieta que, inexorablemente, fracasará. Porque no tiene en cuenta a cada une, su historia familiar, sus gustos, su genética, porque restringe y funciona como una presión que en un momento estalla.
Derecho a dejar de ser consideradas objetos, para el goce y la tranquilidad ajena.
A ser respetadas sin importar las medidas y los tamaños del cuerpo.
A vestirse como se nos antoja.
A no ser llamadas gordas como insulto.
A que el diseño y mobiliario público sea amigable.
A no tener que soportar opiniones ajenas que no solicitamos.
Dejemos de naturalizar la gordofobia. Cuestionemos la idea de que somos cuerpos fallados, defectuosos.
Habitemos nuestra anatomía con libertad, sin condenas, con pensamiento crítico. Pongámonos de pie y no nos callemos cuando vienen a avisarnos que estamos gordas y que lo hacen porque, dicen, nos están cuidando. Es decir, controlando. No me digas que adelgace.
Como cada vez que vamos a la calle, unidas, diversas, colectivas, agrupadas, se trata de fortalecer el activismo como cobijo, trinchera, oasis, frazada, refugio, cueva, para ir logrando cambios, aceptación, respeto. No es fácil, pero seguro que hay oídos y corazones capaces de escuchar y latir junto a nosotres. Dejemos de discutir con los gordofóbicos, porque es como pretender que una persona maltratada se ponga de acuerdo y convenza a su maltratador. Paremos con el silencio, con el dolor en soledad, con esconder, tapar, disimular. Defender a las personas gordas de los ataques es nuestro compromiso. Lo personal es político.
Como dice Marianela Saavedra: “Los cuerpos gordos no somos chiste/ broma, meme o tu derecho a opinión/ somos cuerpos sensibles, habitados, reales/ deseantes y deseables./ Tus prejuicios y falso humor no dan risa/ ni excitan, corazón”.
LH
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