No sale ni se pone el sol: es la Tierra que, sin embargo, se mueve
Esta columna es una despedida del verano, porque hacía tiempo que no me detenía en amaneceres y atardeceres, y en las vacaciones me dediqué a observar esos fenómenos casi con devoción religiosa. Un día de febrero, mirábamos con una amiga el atardecer sobre el horizonte y dijimos: pensar que el sol no se pone, es la tierra la que se mueve. ¿Una poética precopernicana? Justo en tiempos de terraplanismo anacrónico…
Nicolás Copérnico fue el astrónomo que ya en el siglo XV hizo volar por los aires los paradigmas al pasar del geocentrismo al heliocentrismo; lo secundó Galileo Galilei, el científico revolucionario renacentista italiano que tal vez haya dicho “Eppur si muove” (Y sin embargo se mueve), al ser condenado por la Inquisición por asegurar que no era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra sino al revés. Un antepasado griego, el astrónomo Aristarco de Samos, ya lo había anticipado en el siglo III antes de que se definiera que la contabilidad de nuestra existencia occidental y cristiana empieza cuando circuncidan al hijo de María (¿se puede creer eso sin cuestionarlo?). Pero, además del movimiento de traslación y de rotación de este Planeta que supimos maltratar tanto y que nos mostraron en aquellos gráficos escolares de planos inclinados y movimientos circulares que no eran tales sino elipsis, hay otros tres movimientos bastante raros y excéntricos que son la precesión de los equinoccios, la nutación y el que tiene el nombre más lindo: el bamboleo de Chandler (nada que ver con Raymond Chandler, el autor de novela negra norteamericana ni con el personaje de Friends). No me pidan que los explique, por favor. Quédense con la belleza de las palabras. Nada más poético que la astronomía. Ni más romántico que un atardecer, o un amanecer, como canta Norah Jones - Sunrise (Live). O en la serie de películas Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de la medianoche, de Richard Linklater, con July Delpy y Ethan Hawke.
Decidí recurrir a un físico teórico para tratar de entender por qué decimos que el sol es el que anda en subibaja (tampoco es que no se mueva, pero su movimiento no determina el paso de los días terrestres) hoy, todavía, en 2023. Germán Sierra Rodero es un físico español, investigador del Instituto de Física Teórica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Él me explicó que el tema que me preocupa está vinculado a nuestro sistema de referencia. Y que es algo relativo porque lo observado depende del observador, pero no tiene que ver con la teoría de la relatividad de Albert Einstein. Yo le hice unas preguntas que para él deben haber sido verdaderas pavadas, pero a mí me vinieron bien para darme cuenta de cómo el punto de vista puede determinar tantas cosas, incluso el modo de mirar una puesta de sol (o una torsión de la Tierra), y que transcribo con sus respuestas:
1. ¿Por qué decimos que el sol sale por el Este y se pone por el Oeste si la que se mueve es la tierra?
El movimiento del sol, según es percibido por un observador terrestre, se debe al giro del planeta Tierra en torno a su propio eje y no a la rotación en torno al sol. La primera rotación ocurre aproximadamente cada 24 horas, que es el tiempo que transcurre entre dos amaneceres, o atardeceres, consecutivos. Si estuviéramos en el polo norte, veríamos cómo el sol gira con una pequeña oscilación. Ahí no hay atardeceres ni amaneceres. Es el día perpetuo.
2.¿Por qué esos son los únicos momentos del día en que percibimos el movimiento planetario?
Podemos decir que son los momentos donde mejor percibimos el movimiento de giro de la Tierra, pero hay otros, por ejemplo, al observar las estrellas o planetas en una noche clara. Si esperamos unos minutos podremos ver cómo las constelaciones se han desplazado en la bóveda del cielo. Durante el día también podemos ver cómo la sombra del sol se va desplazando lentamente sobre una superficie, como ocurre en los relojes de sol.
3. ¿Por qué esa relatividad no es einsteniana?
La relatividad de Einstein sirve para explicar fenómenos que implican velocidades cercanas a la de la luz. Este no es el caso del giro de rotación de la Tierra o del propio movimiento de ella en torno al sol.
El físico ilustró el tema con una anécdota vinculada a la primera vuelta al mundo: la expedición de Fernando de Magallanes (que, se sabe, murió en el intento) y que fue continuada por Sebastián Caboto en el siglo XVI, antes de la aventura colonizadora de Cristóbal Colón. Y citó el fragmento de un libro que viene a cuento (al final, nos gustan las historias): Un grumete en la primera vuelta al mundo. Juan de Santander. Natural de Cueto, escrito por Antonio Callejo Fernández y Santiago Sierra Pérez, ilustrado por José Manuel González Fernández y publicado en España por la Asociación de Vecinos de Cueto. Luego de años de circunnavegación, la nave Victoria, capitaneada por Del Cano, llega a Cabo Verde y (cito) “los portugueses dicen que están a 10 de julio. Según el diario de a bordo es día 9. Al haber navegado durante casi tres años hacia poniente habían perdido un día. Este hecho… será la demostración de que la Tierra gira de Oeste a Este”. “Estaban persiguiendo al sol”, concluyó el físico, y eso me pareció tan bello y poético como la persecución de la ballena de Moby Dick, el clásico de Herman Melville (que, si no cayó en la volteada cancelatoria, sería candidata, salvo por el hecho de que el narrador, Ishmael y su compañero de travesía, el arponero caníbal Queequeg, duermen juntos en la novela. Pero matar ballenas, en fin). En la serie de la BBC, The North Water (traducida como La sangre helada), los tripulantes no persiguen una ballena, tampoco el sol, sino lo contrario: el hielo, un iceberg que lo rompa todo. Un Titanic ballenero. La figura del arponero psicópata (Colin Farrell) es espectacular.
No voy a entrar en la cuestión del tiempo, que es eterna y sobre la cual todo está escrito (hay, por ejemplo, un libro, Sobre el tiempo, editado por Guido Indij por la marca editora, que compila textos desde Aristóteles a Gilles Deleuze, pasando por Ilya Prigogine y todos aquellos que teorizaron sobre esa materia tan abstracta y resbaladiza). Ni tampoco en la teoría de la percepción de Henri Bergson. Aunque intuyo que hay algo de la percepción que pesa más que cualquier otra teoría científica cuando decimos que el sol sale o se pone o está arriba (o el infierno, que también es fuego, abajo o en el centro iridiscente de la tierra, y que no existe).
Puedo asegurar que, cuando (invirtiendo el tiempo lento de Magallanes) viajé en trenes de alta velocidad por Europa, lo que se movía a 350 km por hora ahí afuera eran los árboles; corrían los bosques ahí afuera, las nubes en el cielo, los edificios, hasta la luna, hasta el sol. Y no yo, que los miraba por la ventanilla, sentada y quieta en la comodidad de mi asiento. Qué decir del tren: se desliza sobre rieles, quién no lo sabe. Y en ese caso, lo manejaba un joystick.
Sin embargo, sigo buscando una expresión. La encuentro, por ejemplo, en el título de un libro de la escritora argentina Alejandra Kamiya: El sol mueve la sombra de las cosas quietas (Bajo la luna). O en Fernando Pessoa y su cuento Ante la puesta de sol, que termina así, como va a terminar esta columna: “El hombre había callado, y miraba la puesta del sol. Pero ¿qué tiene que ver con la puesta del sol quien odia y ama?”
GS
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