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PURA ESPUMA

Panorama semanal

César Aira

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Es más difícil elegir un tema que desarrollarlo, siempre que uno no tenga ya el tema adentro, como ocurre con la literatura, donde el tema no se busca ni se elige. Ahí toca lo que toca. A alguien puede tocarle la locura de leer, pasión que le da a la realidad alucinada más verdad que la que pueda tener la realidad material y, una vez escrita esa historia, recordaremos a ese alguien como Cervantes. A otro, la suerte le dirá: “Lamentablemente, no nos quedó nada. Venite la semana que viene. ¡Ah, no! ¡Pará, pará! Nos quedó de clavo una historia del clítoris. ¿La querés? Otra cosa no tengo”, y su destinatario se la llevará y entrará por un tubo al hall de eminencias de la literatura argentina.

Pero los temas de la actualidad son problemáticos. Pasa el río del día con sus peces envenenados y hay que pescar uno. Esta semana pasaron unos bagres tentadores. Uno de ellos fue le expulsión de un funcionario de gobierno por orden de un tal Gordo Dan. Ni idea de quién era. Busqué el nombre, la marca, la sigla, lo que sea que fueren esas dos palabras con resonancias a deep web, y aparecieron fotos de un ser humano bajo el dominio de la flaccidez, de la palidez, quizás también de los temblores y los sudores y el insomnio de esa ansiedad “que no sabe dónde ponerla”. Intenté dar con su biografía y no apareció nada. No tener una vida: quién pudiera acceder a la bendición de la ausencia.

El funcionario expulsado era Julio Garro, del grupo de reidores y cabeceadores del Secretario de Deportes, Daniel Scioli, líder del “arrastrismo”, modo mesozoico de concebir la política como una actividad de reptiles-geisha. Como dijo de manera reservada alguien que lo utilizó de felpudo, lampazo, franela, esponja metálica, sopapa de inodoro, plumero y tampón: “Scioli no es una persona”.

Entonces, dije: “Buenísimo. Tengo tema: Julio Garro”. Pero me arrepentí. ¿Qué voy a decir? Basta con buscar su nombre al lado de las palabras “travestis” y “bolsas” para tener un panorama de aquello en lo que anduvo hasta que adscribió al “arrastrismo”. ¿De qué me serviría contar que el 26 de mayo de 2016, a las 17:55, bajo su intendencia, un camión de recolección de residuos de la Municipalidad de La Plata se estrelló contra mi auto, reglamentariamente detenido en el semáforo en rojo de Camino Centenario y Güemes, de City Bell, reventándome el baúl, el paragolpes trasero, una guardabarro, dos ópticas, una puerta, una goma, una llanta de aleación y un amortiguador, y que cuando le pedí al conductor del camión que me diera su registro y el seguro del vehículo oficial me dijo: “No tengo”, lo que no significaba “no traje” sino “no tengo, nunca tuve”? ¿Para qué voy a decir que me pasearon por veinte oficinas hasta termina en Provincia Seguros, donde me dijeron que, en efecto, la Municipalidad de La Plata hacía varios meses que no pagaba los seguros de sus vehículos oficiales?

Entiendo que tengo antepasados en Calabria, y que sus fantasmas simpatizantes de la Ndrangheta han de estar revolcándose en sus tumbas de Verbicaro, reclamándome ejecutar una venganza “fría”. No es lo mío. Es cierto que yo podría decir que el 14 de julio de 2016, a las 21:12, hora argentina, encontré a Garro en la puerta de la Bombonera, bajo la lluvia, antes del ingreso al fatídico Boca 2 – Independiente del Valle 3, y que lo reconocí y le dije: “Vos sos Garro”, y él se dio vuelta con una tensión facial de titanio más digna del resultado puesto que el de sus vísperas y me contestó: “¡¿Y vos quién sos?!”, y yo le dije: “Nadie. Un pelotudo al que casi lo mata un camión bajo tu responsabilidad, cuyo chofer no tenía registro ni seguro. A lo que hay que agregarle el gasto del chapista, que me salió un huevo, la mitad del otro, y dos huevos más”. Entonces, él me dijo: “No te puedo creer lo del registro y el seguro”, a lo que le contesté: “¿Viste qué loco? Yo tampoco puedo creerlo. Increíble”.

Ya acampando en una zona mental donde crece el fastidio, la entonces futura víctima de este Gordo, me pasó un teléfono de un secretario y me dijo que se comprometía “personalmente” a reparar el daño. Así me fueron “derivando” un millón de veces. Desde entonces pasaron 2926 días, y ni noticias de los (le hago precio) US$ 2.500 que me debería pagar.

Es verdad que podría decirlo, revelar el secreto de su vano juramento, pero ¿para qué? Ya está. Ya fue. Demasiado tiene Garro con la roja directa que el aplicó el Gordo Dan o Chan o Fan, ya ni sé cómo se llamaba esa palidez nerviosa. Hay que ser piadosos con la buena gente. La venganza no es lo mío. Es mejor olvidar y llamarse a silencio, desprenderse de las redes de acero del rencor y mirar hacia adelante, donde asoma el sol del porvenir.

Así que, sin tema, voy hacia el enésimo momento de admiración del artista más grande el mundo, César Aira, recién entrevistado en su casa de Flores para la televisión sueca. Vemos su cama, sus sabanas, las pilas de libros en la cabecera, sus bibliotecas de pino y una cajonera de aglomerado sin pintar, las lapiceras y los cuadernos, el parqué. Está envuelto en una atmósfera donde sólo crece la literatura. Se echa en la cama y habla acostado, en posición de homeless, recibe el saludo de cumpleaños de su tía y desarrolla, cansado o tímido (la velocidad verbal del cansancio y la timidez es común, por eso la confusión) dos o tres comentarios que parecen referirse al arte, pero se refieren a él.

El más sencillo y hondo es el que alude a la descripción de su “método” de escritura, inspirado en el movimiento de los niños, sus mejores maestros (más maestros que Raymond Roussel, que Marcel Duchmap y que Manuel Puig): “Viendo los niños en la calle caminar, ellos nunca van recto. Si encuentran un escalón, se suben, saltan. Si encuentran unas baldosas saltan de una a otra. Siempre encuentran un juego, mientras que el adulto, cuando va a un lugar, va, no se detiene. Bueno, mi escritura es más bien como el caminar de los niños, más que el de los adultos. En cada momento me estoy desviando”.

Hay una apología deslizada suavemente en este comentario (sobre todo si recibimos de un golpe de memoria el primer recuerdo de la literatura de Aira), que es menos la del desvío que la de la distracción como estado de concentración máxima. Que no se sepa en qué está concentrado el distraído cuando se desvía, no tiene importancia. En términos generales, está de viaje en su interior, del que regresará con algo que no estaba disponible en el mundo exterior.

Cuando Aira pronuncia las palabras “recto” y “van” extiende la mano en hacha, cortando el aire y señalando un adelante sin matices: van rectos los adultos, como caballo con anteojeras. Es su misión. Pero quedarse instalados en la concentración que tributa a los hábitos, sin el solaz del desvío, también es ir en línea recta. Por lo que le idea de desvío se completaría, en un mundo ideal, el que no tenemos, con el acto de fuga.

Quizás vieron a la mujer de 92 años que se fugó de un geriátrico de Shandong, China. ¿Se escapó, se desvió o se distrajo? Todo junto, tal vez. El impulso, sin memoria (tiene Alzheimer), le ordenó salir hacia otra dimensión. Y al bebé cordobés del barrio La Lonja, que en mayo pasado se fue de su casa gateando, en compañía de su amigo, un perro cachorro, a las 4 de la mañana ¿lo vieron? Hizo casi dos cuadras, y habría hecho mil, si la policía no lo detenía en su viaje hacia el desvío.

El ser humano, al parecer, nació para irse del modo en que pueda. Por distracción, por fuga, por desvío: da lo mismo. Y lo que hace Aira con su comentario de oro es decirnos que un escritor no es ningún escritor, ningún artista: es un niño “conservado” que, como la naturaleza, abomina de las líneas rectas. Por desvío puede lograrse lo imposible, incluso salir del Gordo Dan-Chan-Fan, el No Persona Daniel Scioli y el Hombre de Palabra Julio Garro (tres cositas rectas) y llegar a César Aira, un argentino de bien.                    

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