Las PASO en pausa, ¿la Argentina en pausa?
El aniversario de la pandemia, que se acerca, nos sirve de excusa para preguntarnos qué transformaciones se aceleraron o se modificaron desde la irrupción del coronavirus en nuestras vidas. Algunas ya están muy claras: creció la penetración del comercio electrónico y del teletrabajo. Otras no son tan nítidas porque su impacto es menos inmediato, como la tendencia a abandonar las megaurbes y vivir en ciudades medianas. Y otras siguen siendo una incógnita: ¿cómo cambiará la forma en que hacemos política?
No parece haberse modificado la manera en que protestamos. Salir a la calle sigue siendo el sinónimo de reclamar, aunque cada vez más lo combinamos con el espacio público virtual. También sabemos que los más de 80 países que celebraron elecciones nacionales o referéndums desde que vivimos en pandemia lo hicieron con pocas innovaciones: básicamente el sufragio sigue siendo presencial. Pero hay cambios que están ocurriendo de manera más silenciosa. El más interesante es acerca del rol de los liderazgos. Cuando comenzó la pandemia, la jerarquización de la política fue clave y en todo el mundo los líderes oficialistas fortalecieron su autoridad. Un año después, el lento proceso de producción masiva de la vacuna, y el alto costo económico, en vidas y en derechos de las estrategias de control del Covid-19 aumentó en muchas latitudes expectativas y demandas, y también frustración.
En el año 2 de la pandemia, los dirigentes se enfrentan con tareas aún más difíciles que en el primero. Necesitamos que coordinen globalmente estrategias hacia la industria farmacéutica, que logren combinar los incentivos fiscales y monetarios adecuados para recuperar la economía y, como si fuera poco, direccionar las tendencias que sabemos que están ocurriendo (como el auge del teletrabajo o la crisis de las pymes) hacia transformaciones que traigan prosperidad y reduzcan desigualdad. Es cierto, no es una prueba fácil.
En Argentina, la pandemia nos encontró tras más de una década sin crecer, con la mitad de nuestra población en la pobreza y con dificultades para operar transformaciones. El coronavirus empeoró el panorama y no nos permitió aún debatir cuáles transformaciones haremos ni poner esos cimientos. ¿Una reforma al sistema de salud o al de educación? ¿Una estrategia distinta de desarrollo productivo? ¿Cuál es la narrativa que nos llevará a un futuro deseable? Estamos a la espera. En pausa.
Y por eso resulta desalentador encontrarnos debatiendo la suspensión de las PASO con el reloj del calendario electoral ya corriendo. No estamos discutiendo qué transformaciones requiere la política o cómo se anticipa a los cambios que están operando en la sociedad. Si fuera así, estaríamos pensando, por ejemplo, cómo aprovechamos la aceleración digital para que los partidos políticos innoven en su diálogo con la ciudadanía y se fortalezcan. Suspender las PASO contrasta además con el hecho de que la Argentina, en los últimos 15 años, logró innovar en sus instituciones electorales. A lo largo de estos años, distintos oficialismos impulsaron nuevas reglas electorales a través de amplias mayorías en el Congreso y las implementaron. Fueron varias las innovaciones, desde la reforma de 2009 que introdujo las PASO y el sistema de distribución equitativa de publicidad electoral. Bajamos la edad de votar a los 16 años, un cambio que varios países están analizando por su potencial para aumentar la participación electoral de los jóvenes y para crear el hábito de votar en la vida adulta. Varias provincias abandonaron el inequitativo sistema de boletas partidarias y adoptaron algún sistema de boleta única. La provincia de Buenos Aires le puso fin a la reelección indefinida. La paridad en las listas legislativas en 2017 fue otro hito importante. Más recientemente, en 2019 logramos eliminar algo tan obsoleto y peligroso como permitir que una campaña electoral pueda ser financiada 100% en efectivo.
No todas las reformas produjeron todos los resultados esperados -casi ninguna reforma lo logra de entrada - y varias son perfectibles, entre ellas también las PASO. Pero la propuesta de suspenderlas o de dar un paso atrás e ir hacia un sistema de lemas sería un retroceso en la calidad institucional. Más de la mitad de las provincias alguna vez usaron ese sistema, por lo que tenemos sobrada evidencia de los impactos negativos de implementarlo en un sistema político como el argentino, con fuertes ventajas de los oficialismos y una profusa oferta electoral (es decir, muchas alianzas o partidos, frecuentemente con nombres pocos reconocibles en el cuarto oscuro). Corolario: el electorado no sabe a quién vota, las facciones dentro de los partidos ganan y la eventual percepción de que el resultado electoral fue distorsionado (porque puede no resultar electo el candidato más votado) siembra apatía y erosiona legitimidad. Por esto, hace casi dos décadas que el sistema de lemas empezó a ser reemplazado por las PASO. Ahora desandaríamos el camino, ¿para qué? ¿Qué buscaríamos solucionar? Las PASO tuvieron un nítido impacto en ordenar la oferta electoral y ayudar a estabilizar la competencia al interior de las alianzas. En varios distritos incentivaron la renovación generacional, objetivo que comparte el límite a la reelección indefinida, reforma de la que también se debate su vuelta atrás. Las PASO no obstante tienen un déficit: la escasa competencia interna. Varios incentivos podrían introducirse para promoverla: institucionalizar las alianzas (hoy son solo mecanismos electorales temporarios), quitar al vicepresidente de la fórmula ejecutiva o garantizar proporcionalidad entre las listas internas. Pero si el fin último de abandonar las PASO es epidemiológico, las decenas de países que organizaron elecciones desde que se declaró la pandemia nos brindan una batería de medidas y adaptaciones al proceso electoral para resguardar la situación sanitaria. También la pandemia podría ser una oportunidad para introducir la boleta única, más segura en términos sanitarios que la boleta partidaria, más allá de las ventajas que ya sabemos que tiene este instrumento de sufragio.
Finalmente, poner en suspenso el calendario electoral habiendo ya comenzado agrega otra variable a la ecuación que no podemos desconocer. Genera incertidumbre en la dirigencia política (inequitativa para quienes están en minoría), desvía el foco de atención para quienes están abocados a la compleja tarea de administrar los comicios en este contexto adverso y puede producir desconfianza en la ciudadanía, un bien escaso en estas épocas y en cualquier latitud.
La pandemia y sus efectos nos obligan a imaginar e implementar transformaciones. Un escenario nuevo e inédito necesita de soluciones nuevas e inéditas, aún con el riesgo de equivocarnos. Buscarlas en el pasado y con fórmulas que implican retrocesos nos revelaría un aspecto más preocupante a largo plazo, las resistencias para promover transformaciones. Es ésa la prueba más difícil de los liderazgos.
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