Pintado al óleo
A la masiva marcha de resistencia al Programa Nacional de Destrucción Masiva de las Universidades Públicas Mediante la Inanición Financiera (PNDMUPMIF), desarrollado por la Unión Temporal de Empresas (UTE) “Presidencias Milei”, se le quiso dar un sentido disperso, equivalente a la figura de una desconcentración.
Los auxiliares de cámara de “Presidencias Milei” centrifugaron sus teorías de cuerdas de a racimos. En ellas, la marcha fue, sucesiva o simultáneamente, en rechazo a que se auditen las cuentas de las universidades para seguir con los “curros”, a favor de llorar “lágrimas de zurdos”, para voltear al gobierno, y en defensa del adoctrinamiento y de Baradel, Keynes y el grupo Bloomsbury, Yacobitti, Melconian, Lali Espósito; y en contra de Calamaro, Casero y uno de LN+ que se sostiene la pera con los dedos en una L acostada para que se le vean los relojes, mientras pronuncia palabras que sólo tienen la vocal “o” (“Lo morcho fo polótoco”). Una adicción al lipograma más profunda que la de George Perec, que usó sólo cuatro vocales en su novela El secuestro (1969).
En los hechos (en los hechos-hechos), al sentido de la marcha no hubo necesidad de darlo. La marcha en sí misma fue el sentido. No hizo falta ni siquiera deducirlo. Cientos de miles de personas anegaron las calles, manifestando su correspondencia, es decir una relación sentimental y económica con la educación pública. Fueron a darle a la universidad, en las calles, una retribución al milagro político de su existencia; y a definir, para quienes no lo supieran, los alcances de su población, que no se reduce a los 2 millones de alumnos de la actualidad sino, también, a los millones de alumnos del futuro (por eso fueron estudiantes secundarios) y a los trillones de egresados (por eso fueron los estudiantes del pasado).
En cada manifestante se podría encontrar un argumento específico de esa generalidad. Pero eran tantos, y de argumentos seguramente tan variados, que vamos a detenernos solo en uno: Rodrigo de Loredo, presidente del bloque de la UCR de la Cámara de Diputados de la Nación. Fue diputado provincial de 2011 a 2015, presidente de ARSAT de 2015 a 2018, y concejal de 2019 a 2021. En el ítem “Familia” de su entrada en Wikipedia figura el nombre de su mujer en “Cónyuge”, y el número de hijos con ella: “cuatro”; y, al final del recuadro, en la línea de “Familiares”, en la que los corazones emotivos quisiéramos ver los nombres de sus padres, dice solamente: “Oscar Aguad (suegro)”, en una referencia patrimonial tan retorcida que le sugeriría de onda erradicar.
Entro a la biografía del Kun Agüero en Wikipedia, y en “Datos personales” figura su exmujer, Gianinna Maradona, pero Diego no está. En la de Thomas Mars, pareja de Sofía Coppola, no lo veo en ningún lado a Francis Ford. En la mención a “Familiares” de Jared Kushner, casado con Ivanka Trump, no figura su suegro Donald sino su hermano, Joshua Kushner. Y en el rubro “Familia” de la biografía de Kate Middleton, figuran su consorte, sus padres y sus hijos, pero no su suegro, el Rey Carlos III. No puedo parar, pero no sigo porque temo lo peor: que nadie más que Rodrigo de Loredo tenga pegada en los millones de artículos de Wikipedia la estampilla con el nombre de su suegro.
Le pregunto a un amigo, autoridad de Wikipedia a nivel global, ¿qué onda con que aparezca mencionado el suegro en la biografía de alguien? Su respuesta técnica (su respuesta política sobre de Loredo, me la guardo: no es apta para menores) es que las menciones que se hagan de una persona se sostienen en su relevancia: “Si en la biografía de Lebron James, se menciona su altura, es porque es un dato relevante para un basquetbolista. Y si en la de de Loredo, figura el suegro, es porque el suegro es tan relevante en su carrera política como lo es la altura para un basquetbolista”.
Sigamos en la marcha. de Loredo es un egresado más de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, ciudad en la que tiene más de diez mil colegas. ¿Qué hizo el diputado el día de la marcha universitaria? Fue, se presentó, movilizó, se cobijó bajo el calor de un cartel de Franja Morada, evocó el espíritu de la Reforma de 1918 y se expresó en libertad a favor de la existencia de lo público contra la voluntad de supresión de lo público de la UTE “Presidencias Milei”. ¿Y qué pasó? Lo llamaron, in crescendo: “caradura”, “garca” “lacra” e “hijo de puta”. Y él respondió con excelencia equidistante: “A los kirchneristas les molesta que acompañemos el reclamo universitario. A los libertarios, también. A la educación pública la defendimos, la defendemos y la vamos a defender”.
Cuestión que, zanjadas las diferencias argumentales en favor de su legendaria ecuanimidad, de Loredo reapareció en la puerta del Congreso de la Nación. La última vez que se hizo ver o lo vieron fue bajo la lluvia de insultos en Córdoba. Era la hora del resarcimiento civil de un luchador por la universidad pública.
Salió del edificio, y desembocó en un paraíso de micrófonos en el que comenzó su tarea habitual: descollar, siempre, con picos de razonamiento y estilo deslizantes que son el techo de la venta de humo legislativa. El sonido directo del teléfono de alguien que pasaba por ahí pescó sus palabras, sin que se supiera a qué pregunta estaban respondiendo: “No, no, no, no… Salió gracias a nosotros, y vamos a ir a fondo”. ¡Epa, epa! ¡Qué carácter! Este no te la manda a decir, ¿no?
De pronto, el teléfono que lo está filmando lo abandona para encuadrar a un chofer de bondi que acaba de frenar y abrir la ventanilla para gritarle, como quien le grita a un infractor de tránsito: “¡Está en rojo, pelotudo!”. ¿Qué le grita?: “Fuiste a la marcha y no das el quorum. Da quorum para el presupuesto. Después te sacás fotitos, ¿eh?”. Es una frase al paso, casi de free jazz, de veinte segundos, intervenida cuatro veces por la palabra “sorete”, la única seleccionada para insultarlo por vía del subrayado.
Durante el brevísimo reclamo del chofer, compuesto por la descripción de un hecho frívolo (de Loredo fue a la marcha a sacarse la fotito), un cuestionamiento político (no dio quórum para tratar el presupuesto universitario), una solicitud (la de dar quorum) y un juicio sobre su persona (“sorete”), el diputado criptolibertario quedó en un sentido artístico “de piedra”, o “pintado al óleo”. Quedó retratado.
Retratar a alguien es descubrirlo, sacarle la ficha interior en el momento en que más esfuerzo hace por ocultarla. Lo saben Leonardo, Tiziano, Rubens, Goya y Velázquez. Pero en esta oportunidad me quedo con Jan van Eyck y “Hombre con turbante rojo” (1433), joya de la National Gallery de Londres. ¿Por qué? Por el agua en los ojos, la tormenta contenida en los labios y la posición de la cabeza, girada hacia la izquierda en busca del juicio y del desafío al juicio. Pero sobre todo porque en ambos retratos, el del hombre del turbante rojo por Jan van Eyck, y el del yerno de Oscar Aguad por el chofer de bondi y artista callejero anónimo, los personajes retratados acaban de ser atrapados en el interior en el que han estado ocultándose en vano. La expresión común de sus rostros habla en el silencio por ellos, y nos dice: “Concha de la lora, me agarraron”.
JJB/MF
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