Las sobrevivientes trans esperan su reparación
Mi nombre es María Belén Correa. Soy una argentina que pasó por el exilio y hoy, migrante. ¿Hay diferencia? Sí, y mucha. No es lo mismo irte cuando lo planeás como esperanza a futuro que irte porque tu vida corre peligro. Eso me pasó a mi en 2001, cuando me escapé de la persecución del Estado argentino. Los edictos policiales, los códigos contravencionales y los códigos de falta amparaban la persecución policial a la población trans sin intervención judicial, bajo la excusa de aplacar situaciones presuntamente amenazantes de la convivencia social. En la práctica, servían únicamente para dar vía libre a subjetividades segregantes y a la corrupción, derivando en un exterminio casi total de una generación de personas trans.
En 2004 me otorgaron el asilo político en la corte de Nueva York, asentando la persecución del Estado argentino. Los años en Estados Unidos, entre 2001 y 2006, fueron los que más padecí el exilio; ese dolor que solo siente el que se fue sin querer hacerlo o, como dice el tango, “con el corazón mirando al Sur”.
En 2008 migré a España y en 2009, a Alemania, donde resido actualmente, manteniendo siempre el activismo y la conexión con Argentina. Este año conocí a Lea Marie Uria, una periodista argentina que vive en Berlin. Conversando con ella llegamos a Carlos Jáuregui, reconocido activista e historiador LGBT, a quien conocí personalmente y, diría, me dio las primeras herramientas para ser la activista que soy hoy. Recordamos su frase: “Toda acción histórica tiene que estar enmarcada en otra acción histórica” y nos llevó a reflexionar sobre la Alemania en que vivió Magnus Hirschfeld y en la quema de sus libros que realizó la Alemania nazi en 1933 y también sobre la dictadura Argentina y la triste similitud. En ambas dictaduras tanto la persecución como los testimonios de la comunidad LGBT fueron desestimados.
De esta charla surgió la propuesta de visitar juntas el Bundesstiftung Magnus Hirschfeld, el museo que resguarda la documentación histórica de Hirschfeld, que fue un médico y sexólogo alemán, pionero en la investigación en intervenciones quirúrgicas destinadas a la transexualidad y desarrollador de la teoría de la intersexualidad, según la cual cada uno es una combinación única e irrepetible de rasgos masculinos y femeninos en distintas proporciones.
Fuimos recibidas por el director del museo, Helmut Metzner, y tuvimos contacto directo con la documentación e información (pude compararla con nuestro trabajo en el Archivo de la Memoria Trans en Argentina, muy parecido en el proceso de recolección, como entrevistas a supervivientes o hallazgos de documentación sumamente valiosa en casas de compra y venta de antigüedades). Nos angustiamos al ver que, al igual que en la Argentina, acá también hubo un intento de olvido. Un intento que fue tan grande al punto de ignorar (o más bien negar) que el 70% del material destruido en la famosa quema de libros de 1933 en la Plaza de la Ópera por parte del régimen nazi consistía en documentación valiosísima perteneciente a este centro y sus investigaciones.
Esta angustia vino también acompañada de la frustración de saber que, poniendo en jaque el imaginario social de que vivimos en un progreso continuo, tanto esa destrucción como su olvido posterior de tantos años truncaron por al menos décadas el avance médico e investigativo sobre la intersexualidad.
Los supervivientes LGBT querían, pero no podían, compartir sus historias después de 1945, ya que la persecución de la comunidad no fue reconocida en ese momento como una injusticia. Hasta 1994 Alemania adoptó y mantuvo el Párrafo 175 de los nazis, que consideraba a los homosexuales como criminales y pervertidos, otra gran similitud con Argentina y los edictos creados en 1950, que se mantuvieron por varios años terminada la dictadura. En ambos casos, durante el período subsiguiente, las familias guardaron silencio y los historiadores no cuestionaron la persecución a la comunidad LGBT.
La historia del lado alemán de esta breve comparación puede verse condensada y resumida en “El Dorado: todo lo que odian los nazis”, dirigida por Benjamin Cantu y disponible en Netflix. Mientras que en el lado argentino, seguimos recolectando las piezas de un rompecabezas todavía incompleto.
Salimos de la visita caminando con Lea y, conversando, llegamos sin darnos cuenta al mismo lugar de esa quema, en la Plaza de la Ópera. Hay un monumento que consiste en una vitrina en el suelo que da a un sótano con una biblioteca vacía en cada una de las cuatro paredes, explicitando el vacío de la historia borrada.
En Alemania la reparación a las víctimas de la comunidad llegó tarde, cuando ya no había sobrevivientes vivos, y en la Argentina está activa la lucha, a contra reloj, por el reconocimiento de la persecución por parte del Estado. Se necesita alcanzar la una reparación histórica y/o Ley Integral para las pocas personas trans sobrevivientes que aún quedan; hoy amenazadas nuevamente por el avance de la ultra-derecha más rancia, condensada en la figura de Milei (impulsada por los medios y los algoritmos de las redes sociales) y la amenaza extorsiva constante, más o menos explicitada en cada campaña, de que se negocien los pocos derechos básicos adquiridos de nuestra comunidad.
En lo personal, lo primero que se me viene a la mente es mi mamá como jubilada y sus medicamentos, que serían suspendidos como sucedió en el gobierno anterior, y automáticamente pienso en mis amigas mayores de 50, en el estado que se encuentran después de haber dormido en calabozos, haber sufrido acvs, o estar intoxicadas con silicona; ese cuerpo travesti que hoy les pasa factura y el cansancio de saber que está la posibilidad de tener que, una vez más en la historia, volver a construir sobre un progreso arbitrariamente truncado.
MBC/DTC
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